Mientras habían estado los cinco medio dormitando, al menos ella, es que había llegado el cirujano. No el de la vez anterior, éste parecía un niño jugando a ser médico. De hecho, resultaba diminuto frente a los cuatro guerreros. Pero si hasta ella era más alta que ese muchacho. Pero dedujo que debía tener su edad o un poco mayor, y desde luego, rezaba porque fuese un portento en la materia.
El estado de Janick ya no era crítico, podían surgir complicaciones, pero había superado la barrera de las cuarenta y ocho horas, y evolucionaba según lo previsto.
De modo que solo había tenido que esperar algunas horas más hasta que le permitieran hacerle una breve visita.
*
Al volver a la sala de espera, los guerreros la rodearon esperando noticias.
—Lo he visto bien —dijo—. Un poco pálido —prosiguió con su impresión—. Estaba dormido —añadió con desánimo.
Tenía ganas de llorar. Se tenía por una mujer fuerte pero estos últimos días había pasado por mucho más que en toda su vida. Y esta situación con Janick sobrepasaba todos los malos momentos.
Nunca pensó que podría llegar a amar tanto a alguien, ella, que se había criado y crecido alejada de cualquier muestra de cariño.
Malcolm la vio vacilar y abrió los brazos para ella. Se refugió contra su recio pecho y lloró hasta vaciarse.
*
Janick abrió los ojos a un mundo totalmente desconocido, y no tenía ni idea de lo que había ocurrido para que estuviera aquí. Tampoco sabía qué era «aquí». Estaba asustado por primera vez en su vida pero trató de aparentar calma. Había soñado que estaba paralizado, como cuando fue sepultado vivo por los MacKenzie. ¿O no fue un sueño?
Había soñado con su mujercita, Roberta, con cara de espanto como si estuviera igualmente asustada.
Entonces, como en un torbellino, todos los recuerdos acudieron en tropel a su cabeza, haciéndolo sentir abrumado y dolorido del aluvión de datos que habían quedado alejados de su memoria hasta ese instante.
El viejo Jamie había atravesado esa barrera mágica invisible para refugiarse en el otro tiempo, y él había ido en su busca para atraparlo.
De alguna manera, le había agujereado el hombro y el brazo, y luego... creyó morir. En aquel momento supuso que era el final, abandonaría a su esposa, a la que amaba sobre todas las cosas, como pensó que jamás amaría y necesitaría a alguien.
—Señor MacCunn, ¿me puede oír?
Janick miró al hombre que le hablaba, realmente, casi un niño. No mucho más alto que la pequeña prima de Roberta.
—Sí —respondió. Al hacerlo, notó su voz ronca y la garganta en carne viva.
—¿Cómo se encuentra?
—Bien.
No le dolía nada. Levantó la cabeza para verse a sí mismo, un extraño vendaje en el hombro y en el brazo. Otro en el vientre del que salía una cosa que no sabía qué era. En su mano había otra cosa, fijada con una cinta, pegada como con melaza o resina.
Hizo intento de incorporarse pero el otro se apresuró a detenerlo, poniendo sus brazos de palillo contra su recio cuerpo, sujetándolo por el hombro bueno.
—Aún es pronto, señor. Debe descansar, he sacado un proyectil calibre 38 de su abdomen. Llegó aquí al borde de la muerte. De modo que concédase unos días para recuperar las fuerzas y para que las heridas cicatricen un poco.
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Guerreras
Ficción GeneralRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?