Sentada en la sala de espera del hospital, Robbie estaba inquieta, a pesar de que había permanecido serena hasta unos instantes antes. Había sido una apuesta arriesgada, pensar que en su tiempo habría un coche dispuesto para que ella lo usase.
Nada de eso.
El castillo McTavish presentaba un aspecto exquisito y señorial. Sus moradores aún andaban alborotados por el extraño suceso del día anterior, cuando un ensangrentado Jamie había desaparecido ante las narices de su propio hijo y de uno de los miembros del servicio doméstico.
Su primo Brodick los había interceptado nada más llegar a la actualidad, no todos los días te aparece en el impoluto salón un puñado de personas vestidas con ropas antiguas y armas, llevando a un herido de gravedad.
—No puedo explicarte ahora mismo —le había dicho a su aturdido primo—, pero necesito un vehículo para llevarlo al hospital.
Y su primo, en contra de todo lo que creía sobre él, le había dicho...
—Te ofrezco algo mejor.
De modo que había subido a bordo de un helicóptero junto a Janick, y los demás se quedaron en la moderna fortaleza.
Mientras esperaba algún tipo de noticia, pensaba en cómo explicar la situación a Brodick cuando lo precisara.
Había algo que tenía muy claro y era lo siguiente: si Janick no lo superaba, enviaría al grupo de vuelta con los dos anillos. Ella se quedaría en este tiempo, vendería la cabaña de la linde del bosque y se iría lo más lejos posible de Escocia.
No solía rezar a Dios, porque era del tipo que solo se acordaba de Santa Bárbara cuando tronaba. Pero se encontró rogando porque Janick sobreviviera, haciendo todo tipo de promesas.
Sin embargo, no debía olvidar que, al llegar al helipuerto del hospital, el guerrero había entrado en parada, y mientras los sanitarios se empleaban a fondo, ella lloraba en silencio, los ojos anegados en lágrimas que le impedían ver con claridad.
Ahora, ni siquiera había ido al baño, a pesar de que le iba a reventar la vejiga. Necesitaba un poco de café pero no llevaba encima ni una sola moneda. Se sentía sola y desesperada, quizás la cafeína no fuese una buena idea, después de todo. Daba igual, ni siquiera tenía dinero para tomar una infusión calmante.
Mientras esperaba, vio aparecer en la sala de espera a cuatro tipos atractivos vestidos con ropa de calle, vaqueros, suéteres, camisas de leñador. Estos eran sus chicos. Malcolm, Cameron, Gavin y el otro guerrero. Lucían igual o mejor que los más bellos modelos masculinos.
—Oh, Dios mío. He muerto y estoy en el cielo, como diría mi prima —murmuró para sí misma.
La gente que había en la sala, incluso las enfermeras y demás personal que pasaba por allí se quedaron embobados preguntándose de dónde habían salido semejantes ejemplares masculinos.
—Brodick McTavish nos ofreció los ropajes e hizo que alguien nos trajera hasta aquí.
Malcolm se sentó a su lado y le echó el brazo por los hombros, enseguida Robbie se dejó arrullar y por un momento, empezó a sentirse un poco mejor. Malcolm era como un puerto seguro en el que guarecerse, junto a él se sentía tan segura como cuando estaba con Janick.
Janick...
Las lágrimas acudieron a sus ojos de nuevo, se las enjugó con las manos pero alguien le ofreció un pañuelo impoluto, una perfecta prenda de lino doblada pulcramente en un cuadrado con un monograma bordado: McT.
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Guerreras
General FictionRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?