84. AL TROTE EN LA ESPESURA

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Dee despertó más relajada de lo que nunca lo había hecho. Después de una maratoniana noche de magnífico sexo y de un sueño reparador, esa mañana estaba preparada para conquistar un nuevo mundo si hiciera falta.

Antes de marcharse, Connor la había besado por todo el cuerpo y le había hecho el amor nuevamente.

Se levantó con pereza y se lavó con agua fría, lo que la hizo entonarse. Alzó la piel que cubría la ventana y observó el día gris. Vio que su prima se adentraba en el bosque con sus siempre fieles soldados Brian e Ian.

Era curioso el binomio que formaban ese par. Donde iba uno iba el otro, se compenetraban bien, se coordinaban en la lucha. Y junto a Robbie hacían un buen equipo.

Robbie iba al trote en la espesura del bosque, Brian iba delante e Ian cerraba la marcha. Estos dos la escoltaban sin agobiarla, hablaban solo lo imprescindible, ni siquiera entre ellos, pero se sentía cómoda en su compañía. Brian se detuvo y levantó la mano en silencio. Con presteza preparó el arco con una flecha dispuesta. Robbie se volvió y vio a Ian hacer lo mismo. Con un gesto, este último le indicó que se inclinara sobre el cuello del caballo.

Aunque obedeció al instante, no entendió con qué motivo debía hacerlo si se supone que habían atisbado algún animal de presa.

Dos silbidos cortaron el silencio y observó horrorizada cómo ambos guerreros caían desplomados de sus monturas. Apenas un segundo después reaccionó, hizo volver su caballo y emprendió el galope hacia el castillo, manteniéndose pegada al animal para ofrecer un mal blanco.

Solo dedicó un breve pensamiento a los muchachos derribados pero no podía volver por ellos, presuponía que ella el trofeo.

Oyó un rápido galope a su lado y deseó que fuese uno de los soldados, pero cuando el jinete llegó a su altura, de reojo vio que esos no eran los colores MacCunn.

El jinete intentó tirar de su brazo para subirla a la otra montura pero ella se resistió. No se iba a rendir sin luchar. Entonces, el otro se abalanzó sobre ella y la derribó del caballo. Al golpear contra el suelo, o contra el cuerpo del desconocido, el aire escapó de sus pulmones y el mundo se oscureció.

Ian volvió en sí. Estaba tumbado entre la maleza, bocarriba y miraba el entramado de hojas de los árboles que filtraba la escasa luz del sol. Calculó que estaba a mediodía y que se hallaba a una considerable distancia de la linde del bosque.

Intentó moverse y un dolor atroz le recorrió todo el torso. Se miró y vio el astil de una flecha, estaba clavada en su hombro derecho, su brazo descansaba como muerto junto a su cuerpo. Probó a flexionar los dedos y comprobó agradecido que sí respondían a las órdenes, aunque de una forma dolorosamente lenta.

Volvió la cabeza a ambos lados sin poder localizar a Brian, ojalá que hubiera escapado indemne.

Utilizando su brazo sano se incorporó lo poco que sus fuerzas le permitieron. Los caballos pastaban dócilmente junto a un claro.

Los caballos.

Los tres.

El corazón comenzó a martillearle con fuerza y una determinación desconocida lo llevó a ponerse en pie con rapidez.

Al incorporarse todo lo alto que era, estuvo a punto de volver a caer cuando un violento mareo lo cegó durante un instante.

Tomó uno de los cinturones con los que sujetaba su tartán y, como pudo, se amarró el otro brazo al cuerpo para que dejara de balancearse dolorosamente a cada movimiento.

El caballo de milady pastaba junto al suyo y al de Brian. No había ni rastro de la dama ni de su amigo. Caminó pesadamente buscando entre la espesura y por fin encontró a Brian, inconsciente y con una flecha atravesando su bíceps izquierdo.

—Brian —lo llamó dándole leves cachetadas en las mejillas, pero su amigo no respondía a los estímulos.

Le levantó un poco la cabeza y comprobó que tenía una brecha en la parte posterior de la cabeza que sangraba profusamente.

—Maldita sea —masculló mientras trataba de improvisar un vendaje para la cabeza de su amigo. Se incorporó y miró de nuevo alrededor, la quemazón que sentía en las tripas le indicaba que no iba a encontrar a la dama en las inmediaciones.

Alguien se la había llevado y no sabía quién.

Malcolm estaba ejercitándose con los guerreros cuando vislumbró a dos jinetes y una montura vacía que se aproximaban. Uno de ellos estaba derrumbado sobre el cuello del caballo.

El corazón le dio un vuelco. Aquellos eran Brian e Ian, y Roberta no estaba con ellos.

Él y unos pocos guerreros acudieron a auxiliar a los recién llegados. Del hombro de Ian sobresalía el astil de una flecha, el rostro del soldado estaba pálido como el de un cadáver y apenas se mantenía despierto. Los otros hombres lo ayudaron a desmontar y estaba inconsciente antes de que lo depositaran en el suelo.

El más joven, Brian, llevaba un trozo de tartán rodeando su cabeza, y en su bíceps llevaba alojado un trozo de flecha. Sin duda, Ian debía haber arrancado una parte para facilitar el traslado de su amigo.

Brian, desmadejado, fue trasladado hasta el suelo donde alguien había extendido unos tartanes para portar a los heridos hasta el castillo.

Siguió a los soldados hasta el gran salón, un mozo se llevó a los tres caballos hacia las cuadras. Malcolm no quería ni pensar en ser el portador de las malas noticias a Janick cuando éste llegase de su viaje a lo de los Campbell.

La curandera y Cameron se afanaron en restañar las heridas de los muchachos. El más joven parecía ser quien había salido peor parado. Ian gimió y abrió los ojos cuando Cameron tiró de la flecha de su hombro.

—¿Qué ha pasado, Ian? —preguntó Connor que acababa de llegar al salón. Se inclinó sobre el soldado que balbuceaba incongruencias.

—Se la llevaron —musitó con la mirada clara.

—¿Quiénes?

—No lo sé. —Sus ojos se pusieron en blanco y se desmayó.

Malcolm llevó a Connor a un lado y le habló.

—He enviado a algunos hombres al bosque. Son buenos rastreadores, vendrán con respuestas.

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