Janick llegó hasta el patio del castillo. El hijo del laird, Ethan, los esperaba junto con un nutrido grupo de soldados.
Ni Janick ni sus guerreros desmontaron, permanecieron en guardia con la mano sobre el pomo de la espada.
—Los McTavish estamos siendo generosos con dejar que llegues hasta nuestro hogar con tus soldados y en actitud claramente hostil.
—Tu padre tiene a mi esposa. ¿Crees que puedo llegar en buenos términos?
—¿Tu esposa? —preguntó Ethan que parecía genuinamente sorprendido.
—La mujer que tu gente secuestró en tierras MacCunn me pertenece por matrimonio.
El McTavish le mantuvo la mirada un instante y luego asintió, entró al castillo y dos soldados se posicionaron custodiando la puerta.
Cuando Ethan llegó al salón, encontró a su padre despachando una jarra de hidromiel en actitud claramente relajada. Había delegado en él para que atendiera las peticiones de los recién llegados, tal vez, sin saber realmente lo que éstos querían, o quizás, desconociendo el alcance de la ofensa.
—¿Ya se han marchado? Han sido breves.
Ethan buscó las palabras adecuadas, su padre era muy volátil a veces, y explotaba a la mínima.
—La muchacha que hicisteis traer, vuestra sobrina... mi prima.
Todavía le resultaba sorprendente el parentesco que lo unía a esa mujer MacCunn. Cuando la vio en la visita que hicieron, a ella y a la otra tan pequeña que parecía un niño, le impresionó la manera en la que iban vestidas. Al comentárselo a su padre, él comenzó a hacer planes para traer al clan a la más alta. Pero nunca llegó a pensar que echaría mano del secuestro.
—¿Qué pasa con la muchacha?
—Es la esposa de Janick MacCunn.
Fue testigo de la ligera palidez en el rostro del laird, sin duda, no debía tener conocimiento de este detalle. Ni él mismo, cuando acudió al clan, hubiera imaginado que los unía los lazos matrimoniales.
Janick tenía fama de guerrero despiadado y sanguinario, era plausible que su padre lo tuviera en cuenta. Él mismo no querría tener un enfrentamiento con el soldado MacCunn ni en una lucha justa.
—No puede demostrar que hayamos sido nosotros los que nos la llevamos.
Fue a discrepar, pero lo pensó mejor. Él no había participado en la incursión, y apostaba lo que fuese a que el propio Gavin tampoco debía conocer la naturaleza de la misión. A saber qué le habría dicho su padre para que el guerrero cumpliera sus órdenes.
Pese a que Gavin era un soldado leal a su padre, tenía un acusado sentido de la justicia y el honor.
—Padre. La muchacha está en la mazmorra. No podéis mantenerla cautiva eternamente. Tal vez deberíais liberarla.
—¡Ella tiene algo que me pertenece! —exclamó su padre poseído por la rabia.
—¿Qué puede ser tan importante como para secuestrar a alguien?
Y de repente, una daga estaba contra su cuello.
—No me cuestiones —masculló su padre con los dientes apretados. Ethan no vaciló, estaba acostumbrado a esos ataques de furia, aunque nunca habían ido contra él.
Le mantuvo la mirada, jamás se le ocurriría apartar los ojos, es algo que el otro buscaba para reclamarle como indigno de ocupar el liderazgo cuando él ya no estuviera.
No le iba a dar el gusto, se había ganado a pulso ser el nuevo líder, no el digno sucesor de su padre puesto que había cosas que tenía pensado cambiar, y andaba ansioso por heredar el puesto. Ethan había nacido en el seno del clan, producto de un malogrado matrimonio de su padre con una muchachita de quince años, demasiado hermosa para su bien. Ella había fallecido en el parto, y desde entonces, su padre se había desposado con algunas mujeres más.
Había veces, a lo largo de su vida, que había desaparecido durante cortas temporadas en las que nadie sabía a donde iba.
Jamie McTavish era un líder cruel y despiadado que dirigía el clan con mano de hierro y con injusticia, él pensaba a veces que estaba loco, y otras veces, había creído que estaba poseído por el diablo.
El tiempo de Jamie se estaba terminando, y no es que él pensara en acabar con su vida, ni hubiese planeado que otro lo hiciera en su lugar.
Las buenas acciones tenían recompensas, pero las malas recibían castigos, divinos o humanos, tarde o temprano. En este caso, es probable que Janick lo pasara por la espada, y él no tenía intención de interceder por el laird, aunque fuese su padre. No porque le acomodara deshacerse de él, sino porque el MacCunn no se iba a conformar con menos, y él no tenía ninguna intención de iniciar una guerra para defender lo indefendible.
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Guerreras
General FictionRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?