18. SU NUEVO Y DEFINITIVO HOGAR

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Dos días después, a media tarde, se encontraba delante de la puerta de su nuevo y definitivo hogar. La casa no estaba en el corazón de un bosque, como había temido, sino justo en la linde del mismo, y a un par de kilómetros del pueblo.

Había llegado caminando desde el mismo, después de que el tabernero se ofreciera a acercarla desde la estación en una furgoneta roñosa y atestada de barriles de cerveza.

De modo que ya en el umbral de su nuevo hogar, giró el pestillo y se preparó para lo que iba a encontrar.

-Guau... -exclamó en voz baja.

Había esperado polvo, telarañas, roedores, muebles desvencijados, suelo de tierra y el techo hundido. La primera impresión fue un agradable olor a limón, unos muebles antiguos pero bien conservados, limpieza y orden.

A simple vista no había roedores ni insectos, algo que era de agradecer, y al inspeccionar el lugar, era evidente que alguien se encargaba de tenerlo todo en orden, incluso había leña preparada en la chimenea.

La casita, al estilo de la mayoría de la zona, tenía un bonito tejado a dos aguas, parecía sacada de una estampa turística. Pequeña pero acogedora. Disponía de una cocina antigua de leña pero también había un hornillo eléctrico, el pequeño frigorífico estaba surtido de lo elemental para sobrevivir los primeros días: leche, huevos, jamón y queso. En los armarios encontró latas de conserva y harina, especias y legumbres.

El salón no era muy grande, pero disponía de un cómodo sofá cubierto con una colorida colcha, una televisión antigua, de esas analógicas, y unos pocos muebles más.

El cuarto de baño también era bastante básico, pero al menos no era un cuartito en el exterior, como se temía. Disponía de una pequeña bañera de hierro que también debía hacer las funciones de ducha. Un calentador eléctrico proporcionaba el agua caliente.

De modo que esa misma noche, después de cenar, cómodamente sentada en el sofá, delante de la chimenea encendida, ataviada con el pantalón del pijama y con una pequeña linterna para tratar de leer y anotar la inscripción del anillo...

Esa misma noche, un rayo cruzó la negrura del cielo y de pronto se hizo la oscuridad más absoluta.

Robbie no se inmutó, acostumbrada como estaba a los continuos cortes de suministro eléctrico a causa de las tormentas, en casa de su madre.

Pero de repente tuvo la sofocante sensación de que el aire parecía demasiado espeso para ser respirado. En mitad de la asfixia, los oídos comenzaron a pitarle y se sintió desfallecer.

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