33. EXHAUSTA

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Cuando Robbie llegó a la cabaña estaba exhausta.  La práctica con espada le había dejado los brazos muy cansados,  prácticamente no podía levantarlos más arriba de sus hombros.

Debía reconocer que practicar con Janick no era como lo había hecho allá en el otro clan. Donde los niños estaban más dispuestos que los adultos a la hora de prestarse a un combate con ella.

Liam había sido el único dispuesto, y no se había empleado a fondo. Con Janick era distinto,  al principio había sido condescendiente,  luego la había mirado fascinado, para después acosarla sin tregua.
Había terminado tantas veces en el suelo de culo que también se resentia de esa parte de su anatomía.

Ahora lo que deseaba más que nunca era una ducha, o un baño relajante. La ducha era imposible  y el baño, poco probable. Allá en el otro clan, se había aprovechado de su amistad con la hija del laird. Aquí ni siquiera sabia dónde podria conseguir un poco de agua.

Mientras ensoñaba, no se dio cuenta de que se hallaba en mitad de la estancia, muerta de frío y con la mirada perdida.
Un escalofrío la hizo sacudirse y se arrebujó un poco más en la toquilla de lana tejida que llevaba sobre los hombros.
Qué complicado había sido manejar la espada llevando esas enaguas que se le enredaban entre las piernas. Era necesario agenciarse unas calzas o algo similar...no sabía si Janick pondría algún impedimento.

—A la mierda Janick —dijo en su idioma.

—¿Me llamabas, mujer?

Robbie dio un brinco y se volvió con el corazón acelerado.
Allí estaba aquel gigante,  con el cabello húmedo y la piel del rostro sonrosada después de un buen baño.

—¡Qué susto me has dado!

—¿Qué haces aquí?  Te he estado buscando,  esta ya no va a ser más nuestra cabaña. Recuerda que tenemos una alcoba en el castillo.

"La alcoba" penso cuando a su mente acudieron todos los recuerdos  al respecto. Se sonrojó.

—Vamos, te espera un baño.

Él tiró de su mano y se dejó guiar al castillo, hacía bastante frío en el exterior  y ella echó de menos su anorak.

Janick pasó un brazo sobre sus hombros al notar que Roberta temblaba de frío.  Había ido al lago a darse un baño y al volver no la había encontrado en la alcoba, donde las doncellas se disponían a prepararle un baño caliente.
Había luchado muy bien, claro que aun tenía mucho que aprender. Al principio,  había temido hacerle daño, pero ya después se habia animado y disfrutado de su mujercita ejecutando fintas y ataques. Pero hacia el final se había visto envuelto en un apasionado combate.

Su futura esposa valía su precio en oro. Ahora debía convencerla para compartir su lecho.

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