54. LA MIRADA PUESTA EN ROBERTA

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Sin embargo, la mañana se presentó ajetreada. Varios representantes del clan Sinclair llegaron a la aldea, el hijo de Alastair, Brendan, lideraba el grupo.

Desmontaron en el patio, ante la expectación de toda la gente que se hallaba alrededor, Connor ya se encontraba allí para recibir a su buen amigo. El laird se dio cuenta de que Brendan miraba hacia el lugar donde se ejercitaban las mujeres. De hecho, dejó de prestar atención a lo que le estaba diciendo, con los ojos puestos en Roberta, no podía ser de otro modo. Ella se estaba adiestrando con Brian, ante la atenta mirada de Janick, que intervenía de vez en cuando para darle a la mujer algún consejo.

—¿Estás creando un ejército de mujeres?

Connor sonrió ante la cara estupefacta de su amigo.

—Es bueno que sepan defenderse si sus vidas corren peligro. Ahora solo son tres, pero preveo que, en un futuro cercano, sean más. Al menos, cuento con ello. Roberta es un excelente reclamo.

Sonrió y se acercó a Janick, que permanecía concentrado en los movimientos de su mujercita, su ceño fruncido, por lo que debía estar más pendiente de sus fintas que del hecho de que era una mujer.

—¿Y quién es ella? —preguntó Brendan, que llegó junto a él, los otros hombres de la comitiva también se habían acercado a ver a las tres mujeres.

—Oh, ella es Roberta. La trajimos con nosotros desde el clan MacFergus. Tiene madera de guerrera.

Brendan no respondió, embobado como estaba con la muchacha larguirucha que luchaba con uno de los guerreros más jóvenes del clan, pero bastante más alto y corpulento que ella.

Robbie se sintió un tanto cohibida cuando, en un descanso, se percató de la atención que había despertado en un grupo de guerreros de otro clan. Uno de ellos, un tipo de cabello rojizo, es quien parecía más interesado.

En esa época, estaba acostumbrada a ser el centro de atención, no por su belleza, de la que adolecía, sino por ser tan distinta a las otras mujeres. Provocaba curiosidad tanto en hombres como en mujeres, incluso en niños crecidos.

El grupo de recién llegados no tardó en entrar al castillo, y por fin pudo relajarse. Volvió al entrenamiento durante un par de horas más, y finalmente, lo dieron por terminado. Llegó junto a Janick y éste le tendió un poco de agua para saciar su sed.

—Ordenaré que te preparen un baño —dijo y se inclinó para besarla en los labios—. No me sacio de ti. No sé qué haré cuando ya no estés a mi lado.

Fue más un pensamiento, no había tenido intención de ponerlo en palabras, pero ahí estaba.

—No tienes de qué preocuparte. Casi que doy por perdido ese anillo. Tengo esperanzas de encontrarlo, pero tal vez no en un futuro cercano.

Una fuerte punzada le atenazó el corazón, no podía dejarlo pasar más tiempo.

—¿Quiénes son esos hombres? —le preguntó mientras caminaban hacia el castillo.

—Es Brendan, el hijo de Alastair Sinclair, y algunos de sus hombres.

—¿Y a qué han venido?

—No tengo ni idea. —En realidad, no podía pensar ahora mismo en otra cosa que no fuese el maldito anillo y la manera de decirle a Roberta que lo tenía en su poder desde hacía unos días.

Después de un delicioso baño conjunto y un buen revolcón en el lecho, ambos bajaron al salón a comer con los recién llegados. El día había sido muy productivo, se había ejercitado hasta que casi no sentía los brazos, y ahora era el momento de llenar su estómago, y luego irse a dormir entre los brazos de su gigante escocés.

El tal Brendan no dejaba de mirarla, escudriñarla más bien, cuando se acomodó en su lugar de siempre, junto a su guerrero. No había más mujeres allí, solo los soldados, y ella destacaba como un gato negro en la nieve. Flanqueada por Janick y por Ian, no tenía nada que temer, si es que debiera temer algo de aquel tipo.

La sondeaba abiertamente, sin importarle el resto de comensales. Los hombres de su clan eran más discretos, pero él parecía incansable.

Después de la comida, Janick fue convocado por su laird, y ella decidió dar un paseo por los alrededores antes de subir a la alcoba y reunirse allí con su amante.

Hacía bastante frío y ella se arrebujó más en su manto con los colores del clan. Cada vez veía más lejano e improbable el hecho de volver a su tiempo, tal vez debería hacerse a la idea de permanecer allí indefinidamente. No había nadie especial que la echara de menos en su época, pero era una chica urbanita, acostumbrada a la ciudad, a las comodidades que conocía. Sin embargo, Janick... no sabía si iba a ser capaz de dejarlo atrás.

—¿Conoces a Kendra McTavish?

No supo qué la sorprendió más, si la repentina voz y presencia del tal Brendan Sinclair, o el hecho de que estaba preguntando por su bisabuela Kendra, la dueña del anillo Bradach.

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