Conversación

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Era viernes por la tarde, pero Agustín realmente quería irse a casa. De nuevo había hecho el ridículo durante una clase, cuando en forma de broma, unos "amigos" le forzaron a tratar de leer en voz alta. Como si las letras repentinamente perdieran su significado, las palabras aparecían en su mente convertidas en un laberinto que sus labios eran incapaces de pronunciar.

Naturalmente la risa llenó las bocas de sus contertulios, y él mismo pareció jactarse de su dificultad en la lectura, pero cada una de esas voces compasivas diciéndole con amabilidad que era un inútil, en el fondo sí le afectaban. El hombre no pudo contener un par de lágrimas de indignación, que ante los ojos de los demás, fueron fácilmente atribuidas a la carcajada general de los estudiantes y el mismo profesor.

Agustín Ramírez solía rebajarse con infantilismo para agradar en los grupos de personas, y no le era del todo ingrato, por lo menos siempre y cuando no cuestionaran su propia inteligencia... Pues tal vez lo único que el joven heredó de su padre fue el orgullo, mas no aquel ligado al egocentrismo, sino, a la constante búsqueda de la autovalidación.

Las burlas sobre su problema duraron cuatro largas horas, hasta que decidió partir de vuelta a casa, por primera vez en mucho, un viernes por la tarde. Seguro a esas horas solo estaría su padre, pues sabía que su madre había salido y sus hermanos menores se hallaban en sus respectivos centros de estudio, si tenía suerte Benedicto solo lo molestaría un par de minutos recordándole sus constantes fracasos en el cumplimiento de su labor filial y luego lo dejaría tranquilo.

Al abrir la puerta, casi chocó con la pequeña mesa que doña Asunción había puesto en la entrada, y posteriormente, se encontró con una escena inesperada.

Su padre estaba hincado en el piso revolviendo el contenido de un cajón con notoria seriedad y apuro, papeles de todos los tamaños y calidades estaban dispersos en las maderas, mientras el pulgar del hombre manchaba todo aquello que tocaba con sangre que en algunas partes ya se apreciaba opaca.

—Papá, ¿qué pasa? —se atrevió a preguntar Agustín con miedo a hacerle enojar.

Benedicto se giró con ímpetu y le dirigió una pesada mirada de reproche.

—¡¿Qué estás haciendo acá tan temprano?! ¡¿No deberías estar curao'* en alguna parte?! —le gritó casi por reflejo.

Agustín acostumbrado, pero aun así temeroso bajó la mirada.

—No sé, quise volver antes, nada más... —contestó en voz baja.

—Cabro malcriado, ¡Nunca puedo esperar nada de ti! ¡¿Qué pasó?! ¡¿Se cansaron de salir contigo tus "amigos"?! —prosiguió sin levantarse—. Será que ya no te quieren ver más.

<<Ah, ¿por qué siempre es así? ¿Será que algún día sí voy a poder hablar bien con él? Me gustaría que me tratara como trata a mis hermanos... Aunque ellos sí son buenos hijos, la verdad merezco esto. Ojalá estuviera mi tata, mi abuelo no deja que me grite, ¿estará bien? Siempre viaja mucho y eso que ya está viejo, mañana le voy a mandar una carta para saber cómo le va>>. Pensaba Agustín, sin notar como de nuevo su vista se empañaba.

—No se cansaron de mí, yo me cansé de ellos un rato. Si no me tiene nada más que decir, ¿me da licencia para subir a mi habitación? —dijo firme, mas sin mirarlo.

—Ahora me pide licencia y todo, ¡¿cuándo te ha importado lo que yo te diga?! Aparte de maricón me saliste prepotente. Mira pue' si ya te pusiste a llorar de nuevo, ¿o no? Por eso no me quieres mirar, ¿qué sacas con fijar los ojos en el piso? Si yo ya tengo claro que eres un llorón.

<<Me gustaría poder decirle que es un imbécil que no sabe querer ni a sus hijos, pero no me atrevo, ¿por qué no me atrevo? Soy más alto que él, probablemente soy también más fuerte, no entiendo porqué me cuesta tanto contestarle, ¿eso es miedo o respeto? Probablemente las dos>>, pensó el joven.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora