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<<La puerta no se cerró y temí por el hombre en el piso de abajo que me vio salir... Quise disculparme de inmediato contigo, porque aunque no entendía el motivo de mi enojo, sabía que no era culpa tuya. Y claro que lo debí haber hecho, debí haber vuelto enseguida, así no habría perdido el tiempo que ya nosotros no tenemos. No sabes Agustín, cuánto me gustaría verte, pero no puedo, ¿será que tú también me esperas? ¿O es que ya no me puedes esperar? Esta carta no me gusta como va quedando, no creo que la pueda enviar, no vaya a ser que creas que ya no tengo fe en nuestra promesa. Sé que no te irás antes de que te vea, porque solo así me podré ir justo detrás>>.

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Lucas salió y se quedó en las afueras de la casa de Agustín un buen rato, preguntándose así mismo el porqué de su reacción. Cuando la noche hubo avanzado y el frío comenzó a molestarle, retornó a su hogar con las manos bien metidas en los bolsillos y el pulso aún acelerado.

Entró sigilosamente y se escabulló en su habitación, y aunque le costó, pudo conciliar el sueño.

Alrededor un ambiente tibio con aroma dulce como a primavera, pero con el color del atardecer otoñal. Un joven rubio le dio la bienvenida, invitándole a entrar en un lago calmo pero profundo.

<<Me da mucho miedo esa agua, jamás me atrevería a nadar en ella>>. Pensó Lucas, aun sabiendo que en esa poza nunca nada se ahogaba.

Con una sonrisa, y como si hubiese podido ver el miedo de Lucas, el anfitrión se lanzó al agua, y desapareció en su profundidad hasta llegar a la orilla más lejana.

La repentina soledad asustó el corazón del joven, borró el lago, y convirtió en niebla sus aguas.

Apareciendo desde la tierra más dura y fría, la voz de un chiquillo trató de ayudarlo a escapar hasta una oscuridad estrellada de apariencia infinita, una oscuridad a la cual la niebla no podía llegar.

—¿Qué? ¿A ti te da miedo jugar a esto? Todos los demás lo hicieron —le dijo el niño guía, cuyo rostro apenas se podía distinguir.

—A mí nada me da miedo —contestó Lucas, y descubrió que su voz era también infantil.

—¿Entonces por qué te alejas?

—Porque nos van a regañar si nos pillan... —dijo sin recordar que alguna vez fue adulto.

—Entonces me voy —replicó la voz decepcionada.

—¡No! ¡Espera! —gritó agarrándole el brazo.

Un beso tibio como el otoño y la primavera... ¿Un beso inocente? Un beso para probar, un beso de juego, un beso feliz, un beso extraño, un beso de reto, un beso de broma que es nada, pero también todo; "si a alguno le gusta, es marica", dijeron los del colegio. Un beso que lo conmovió a él y al otro muchacho. Solo dos niños jugando, solo dos chicos en la puerta de la adolescencia haciendo lo que todos los demás, solo dos jóvenes que no entendían nada del querer, pero sí del gustar.

La niebla se tragó la silueta de los chicos, y Lucas perdió entre su manto la pista de su cuerpo. Solo escuchaba un llanto, un llanto que era suyo, un llanto que era también de su hermano que por primera vez en la vida le estaba pegando. Eran lágrimas de sangre que le corrían por las mejillas, lágrimas de arrepentimiento y temor, gotas espesas de dolor, gotas que saben que han errado, pero no comprenden el porqué.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora