Enojo y conocer

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"Algún día cuando vea el sol ponerse en la cordillera y la noche venir por el mar, cuando el tiempo para ti se detenga, y cuando el aliento de mi boca ya no escape, cuando tu mirada esté muerta, y cuando mi alma se pierda, solo cuando ese día llegue seré capaz de cruzar el abismo que existe entre la realidad y la ficción, para por fin ser capaz de cuestionar esta alma, para entre la muerte y la nada, encontrar una motivación". Escribió Lucas estando ya en su casa. Al colocar el último punto en el párrafo, se levantó para leerlo un par de veces en voz alta, solo así podía sentirse en plena forma como para destrozar su propio escrito.

<<¿Cómo podría un humano ser persona sin cuestionarse? Eso no tiene sentido, además suena raro al leerlo, ¿quién se interesaría en una cosa así? Esto es todo culpa de Agustín... Pensé que por fin tenía una idea para terminar, pero... No debí haber ido a esa casa. Dios, no debí haber ido>>, pensó el personaje.

Si el lector se pregunta porqué se ha hecho un nuevo salto en el tiempo, y tan cerca de la más reciente elipsis, no habrá necesidad de responder, pues no existe una razón real más que comenzar el capítulo con otra perspectiva.

Para entender el motivo por el cual Lucas se hallaba a sí mismo tan confundido en su hogar, hay que retroceder en el tiempo hasta el momento en el que culminó el capítulo anterior, es decir, el corto debate entre Lucas y Agustín, originado en la casa de la estudiante Fernanda Poblete.

—Juan es un traidor, pensé que tampoco quería venir... —exclamó Lucas al darse cuenta de que su compañero, en lugar de estar viviendo un momento desagradable, parecía estar sumamente complacido con la atención que estaba recibiendo por parte de la fémina.

—Claro que no quería venir, ni dudó en responderle que sí a la Fernanda en dos segundos. Tú eres el único que está desesperado por atender a una clase a las ocho de la mañana. Mira que negarte luego de que ella te pidiera algo, ¿no sabes que la mitad de tu curso mataría por poder venir? —contestó arrogante Agustín solo por molestar.

—No, la verdad desde la semana pasada solo he hablado contigo y Juan, que lo conocí en la junta del viernes. Tampoco es que me guste estar sentado en una sala llenísima, con un profesor que parece tener unas ganas desesperantes de morir, es solo que... es mi deber como hijo.

—¿Tanto te gusta cumplir con tus deberes filiales? Deberías acompañarnos más seguido, me parece que estarás bien si luego te consigues los apuntes...

Al terminar de escuchar la frase dicha por Agustín, el ceño de Lucas cambió, parecía estar nublado por enojo, aunque no un enojo superficial provocado por los dichos de un tercero, sino uno que lleva tiempo encerrado y que busca cualquier sentimiento negativo para tratar de liberarse con desenfreno.

<<¡¿Qué te hace creer que disfruto mis obligaciones?! ¡Detesto ser el único hijo que le quede a esa mujer! ¡¿Quién te crees tú para pensar que sabes algo de mí si ni me conoces?!>>, pensó el joven pelinegro, pero no lo dijo.

—Oh, Lucas ¿Será que estás enojado? —le preguntó el rubio acercándosele de manera burlesca.

—Vaya, resulta que Don Ramírez puede ser bastante perspicaz si se le da la gana... En caso de que ya hayas terminado de reírte de mí, ¿me puedo ir? —replicó con impresionante autocontrol.

—¡Claro que no! Me alegra saber que eso te ha enojado, ¿no crees que es esto un evento importante?

Lucas se levantó abruptamente sin mirarle y se dispuso a caminar hasta la salida.

<<Si Pedro no se hubiera muerto yo no tendría que estudiar para pagarle la vida a esa señora y su hija... Seguro que no me consideran más que un pagaré andante>>.

—Oye, Lucas, espera un momento —exclamó Agustín sujetándolo del brazo—. Solo déjame decirte dos cosas antes de que te vayas, con la primera tal vez hasta creas que estoy loco, y con la segunda te aseguro de que me terminarás odiando.

El joven pelinegro pareció sorprendido, aunque seguro eso pasó desapercibido para cualquiera que lo pudiese haber visto, pues era una sorpresa que no se reflejaba en la vista ni en el rostro, pero que sin lugar a dudas estaba dentro de su alma.

—Si quieres decir algo, dilo rápido, quiero irme lo antes posible.

—Ya, mira, lo primero es que creo que me malinterpretaste; para mí la mejor forma de conocer a una persona es comprendiendo qué cosas le molestan, por ende estoy feliz de ver que te has enojado debido a lo que dije. Te pido disculpas sinceramente por haber mencionado a la ligera un tema que para ti es importante —dijo muy serio, pero sin soltar el brazo de su hablante, ni cambiar su expresión aparentemente feliz.

<<Supongo que si se disculpa, no hay problema...>>.

—Está bien, creo que entiendo a qué te refieres, pero ¿qué es lo segundo? —interrogó Lucas sin volver a tomar asiento.

Agustín miró de reojo a Juan de Dios y Fernanda, ambos parecieron captar algo que Lucas no.

—¿En serio te ibas a ir recién? —preguntó el rubio con tono afable, a la vez que pensaba: <<¿Cómo irá a reaccionar? Puede que hoy sea la última vez que lo vea, nunca más le hago caso a Fernanda>>.

—Sí, eso era lo que tenía planeado, y aún no he cambiado de parecer.

Agustín quiso reír por un momento tan breve que nadie lo notó.

—Perdón, pero, ¿ibas a salir sin tus cosas?

Solo entonces Lucas se dio cuenta de que el maletín que había dejado colgado en el respaldo de su silla al llegar, ya no estaba. Mas, ese pequeño shock no fue comparable con la idea de imaginarse a sí mismo saliendo y dejando sus cosas atrás, como un tonto olvidadizo.

—Realmente sí eras distraído —dijo Agustín en voz alta, sin querer—. Fernanda me dijo que te molestáramos un poco, porque te veías muy serio. Así que hace unos diez minutos, los ayudé a esconderte el maletín...

—¿Cuántos años dijiste que tenías? —dijo el afectado, disimulando el rubor que por vergüenza y molestia le cubría el rostro.

—Veintisiete, en junio cumplo los veintiocho, ¿por qué?

—No, por nada...

<<El día en que recibí mi licencia y pude estar completamente seguro de que había terminado el colegio, recuerdo haber pensado aliviado que nunca más me iban a esconder el maletín. Hacer eso, por algún motivo, era el deporte favorito de mis compañeros de curso, no salía a recreo sin mis cuadernos por miedo a tardar hora y media buscándolos, junto con otros que habían caído en la broma... Ellos tenían diecinueve años como máximo, pero el hombre que tengo enfrente es casi diez años mayor que eso... Aunque... tal vez no lo sea, incluso me parece que en mente es un poco menor que eso>>, reflexionó Lucas.

Sin embargo, los hechos que motivaron el escrito visto al comienzo de este capítulo ocurrieron unos minutos después de lo que acaba de ser narrado.

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