Oh

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La corbata estaba sobre la manilla de la puerta, y la camisa, desabotonada hasta la altura del cuello. No hacía calor, pero sentía pleno verano en el pecho, bajo la piel y sobre las palmas de las manos; calor y energía contenidas, que no alcanzaban a ser fiebre ni mareo. Era ira.

La hoja pulcramente escrita cayó sobre la tierra, y manchóse con desprecio. Eso era todo, el último fracaso, el último cuento mal escrito que haría. Hasta ahí iba a aguantar. Ni una semana más, ni una hora, él, Lucas González, se iría y no tenía ya pensado volver, decidió que, de no marcharcharse se mataría. Guardó su escasa ropa en un pequeño maletín, y echó sobre el mismo su cuaderno, la pluma, tinta y un lápiz mina, pensó que ya encontraría pan para hacer un borrador.

La puerta sonó una, dos, tres veces. Golpes suaves, pero que guardaban cierto apuro. Lucas no los escuchó hasta que se intensificaron.

Si el lector pudiese respirar el mismo aire que se respiraba en esa habitación, olería tierra mojada, polvo, orina, comida y sudor. Pero, si se acercara a Lucas, probablemente notaría colonia con toque cítricos en su piel... Había gastos innecesarios que él no podía dejar. Ese aroma en particular, apenas separable dentro de la espesura del sobrepoblado entorno, era algo que llamaba la atención de su vecino, para quien el muchacho parecía siempre estar en el lugar equivocado, o mejor dicho, enmarcado en un ambiente que según el viejo, no le correspondía, como un vaso calentando agua sobre fuego, o un paraguas dentro de una casa abierto. Pero ese señor sabía poco sobre Lucas, y de haber sabido más, habría dado cuenta de que no era un objeto mal colocado en una estufa, sino un hombre cuyas decisiones le habían dejado plantado en lo que creía merecía. No, Lucas no era un cuadro, ni una planta... Lucas definitivamente no era solo adorno tras la puerta cerrada, pero sí era un joven incapaz de anhelar mejorías.

El umbral aún vibraba, del otro lado, ninguna voz.

<<Ah, Fernanda va a venir>>, recordó entonces el joven y abrió mecánicamente. Detrás de las tablas, su vecino, sonriendo.

Los ojos de Lucas no mostraron esta vez ni sorpresa ni desagrado, seguía enojado, quizás era mejor que ese tipo entrara antes que Fernanda. La mirada del invitado escrutó los objetos desparramados en la pieza y rápidamente comprendió que González se preparaba para la marcha.

―¿Se va a ir? ―preguntó casi afectado. Sus pies cruzaban ya la entrada.

―Así como lo ve ―una pequeña sonrisa al pronunciar las palabras.

―¿A dónde?

―Lejos. Ojalá dónde no vea más nunca a nadie que haya conocido en este lugar.

―¿A mí no me quiere ver más entonces? ―acercóse a Lucas, pero este continuó moviéndose en busca de cosas que ordenar.

―¿A usted? De preferencia, evitarle me traería paz, pero ¿sabe? Hoy tal vez sí deseé verle ―Lucas tomó una botella vacía y la sostuvo con ligereza, dejando que el hombre le diera la espalda.

―¿Será que hoy por fin me va a dejar conocerlo mejor? ―preguntó ilusionado. En la habitación colindante, un niño de tres años chupaba una piedra sin saber qué escuchaba.

―Sí ―se dio la vuelta con la botella sujetada tras su espalda―. Hoy estoy sintiendo que me conozco a mí mismo, así que usted tendrá el derecho de verme como nunca antes nadie lo ha hecho.

Calor le recorría bajo la piel, ira. Benedicto, tenía ese nombre marcado a fuego en la garganta. El vecino le agarró la cara y la palpó con la mano, descubrió cierta ternura en la aspereza de la barba del joven, como si lo que creía poseer fuera por entero algo también peligroso.

―¿Sabe? Yo cuando estaba en el liceo tenía amigos por montones, pero ya no... En el liceo la pasé increíble ―el sujeto no entendía sus palabras y se apresuraba a tratar de moverle algún botón de la camisa. El chico con agilidad se escurría de sus palmas―. Hoy por fin entendí por qué yo era feliz antes y ya no. No tenía que ver con mi hermano muriéndose, ni con mi madre gritando.

―¿No?

―No. Verá, en la adolescencia fui siempre un egocéntrico de mierda, nada importaba más que yo, y yo era feliz ―Lucas le reventó la botella sobre la cabeza, con fuerza suficiente como para dejarlo caer al piso―. ¡Esa era la respuesta! ¡Tenía que vivir por mí y no por lo que dirían otras gentes! ¡¿No le parece maravilloso que me haya dado cuenta?!

El visitante emitió un quejido en el piso tratando de levantarse, pero se sentía mareado y le costaba mantener el equilibrio. De su cabeza brotaba una gruesa cinta de sangre, en la que se reflejaba la luz de las doce del día; los cañonazos marcaron también la hora. Un par de pedazos de vidrio fueron a incrustarse en la parte baja de su cuello, sabio fue al no quitarlos inmediatamente después de haberlos palpado.

―Tengo una pregunta ―le pateó el estómago, como sorprendido de hacerlo―. ¿Está uno de sus hijos al lado?

El vecino movió la cabeza asintiendo.

―Lo supuse, es terrible... seguramente escuchará todo ―calor bajo la piel, la botella convertida en arma en la mano izquierda―. ¿Le duele saber que el niño le esté mirando? ¿No le hace sentir menos hombre que sea yo el que lo golpee? Espero, sinceramente que sí.

―Hijo de puta... ―dijo el viejo por fin, levantándose con dificultad―. Estás loco.

Lucas al verlo recordó a Benedicto diciendo "Ah, buen día". Deseó con todas sus fuerzas que su vecino intentara golpearle de vuelta, solo para tener una excusa para continuar, una excusa para desahogarse.

―¿Creías que me gustaba saber lo que me querías hacer? ¿Creías que un día iba a estar feliz de estar cerca tuyo acaso? Te resultó abusar de una muchacha para casarte una vez, seguro te pareció lógico hacer lo mismo conmigo, ¿o no? ―el rostro del hombre se contrajo, y lanzó con descoordinación un golpe al rostro de Lucas, quien luego de tambalearse, continuó―. ¿Me vas a decir que no fue así?

―¡No le faltes el respeto a mi mujer! ―Exclamó con el rostro rojísimo de rabia.

―¡¿A tu mujer?! ¡Dios, a ella jamás! ¿No lo entiendes? Hablo de ti ―el joven sujetó con fuerza la botella, sabiendo que la acción que planeaba era una pésima idea―. A ella le pegas y a tus hijos también, no me imagino lo que le harías a tus niños si uno fuera "como tú, o como yo"... ¿Qué puedo hacer sino compadecerme por los que te rodean? Tú no eres bueno para tu familia, ¿te das cuenta? ¡Tú y Benedicto son iguales!

―¡¿De qué mierda estás hablando?!

Lucas enterró el vidrio roto a la altura de los intestinos de su vecino. Pensó, antes de consumar el acto, que sería más difícil hacerlo; la piel era gruesa y la moral también, pero la adrenalina ayudó a sortear fácilmente estos obstáculos y le permitió rajar, en cosa de segundos, la vida del hombre. Para su adversario, en tanto, fue un poco menos simple; el tiempo le pareció excesivamente lento, y frío, y para cuando notó sobre su cuerpo los mil cortes que componían la herida, sintió por primera vez en mucho, miedo. El dolor llegó después, cuando Lucas quitó la botella y le destapó el agujero bajo la ropa... ver la sangre no ayudó a mantenerlo ni cuerdo, ni consciente.

Del otro lado de la pared el llanto de un infante hizo a González volver en sí.

―Oh, la cagué ―dijo mientras miraba el escenario que había creado, asombrado de no sentir culpa alguna.

El vecino, aún vivo, se desangraba en el piso con la mirada ida, tratando de alcanzar las lágrimas de su niño. El que le acompañaba no hizo nada por ayudarlo, solo se dispuso a ordenar para no perder tiempo.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora