Recuerdos mal unidos

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 El golpe seco sobre el suelo trajo un desagradable recuerdo a la mente de Benedicto. Como si el tiempo se detuviera y bañara el ambiente en premonición, volvió a tener doce años, parado sobre las mismas tablas, de la misma casa, viendo a su madre colapsar durante la tarde previa a su primera comunión. La vio caer, quebrarse sobre sí misma, como nunca, débil, como nunca, indulgente frente a sus lágrimas de niño al que llaman "hombre" desde antes de cambiar la voz.

El hombre se movió antes que todos los demás, con entereza, mientras su mente recreaba incesante la misma escena:

―¿Por qué la mamá se cayó? ―pregunta nerviosa una voz infantil a otro muchacho solo un poco mayor. No hay respuesta, no hay adultos, como siempre están solos, jugando a no ser niños―. ¿A qué hora llega el tren del papá?

―Agustín, ¿me escuchas? ―se agachó y sujetó con suavidad la cabeza de su hijo sobre sus piernas hincadas.

El primogénito no conseguía responder ni abrir los ojos por completo. Aunque ciertamente se lo propuso, el sueño le ganaba...

―Tiene fiebre y se golpeó fuerte, por eso está atontado, ¿alguien sería tan amable de buscar a mi hermano? ―Benedicto tomó cuidadosamente en sus brazos a Agustín, como lo hizo tantas veces cuando el joven era todavía infante, y subió las escaleras para llevarlo a su aposento.

Le pareció al mudarle la ropa que su hijo estaba delgado, pero lo dejó pasar como se escapan dentro de la mente tantos otros pensamientos. Benedicto se sentó junto a él un momento sobre la cama, y observó la habitación.

Hacía años que no entraba, esa era la pieza que él utilizaba durante su juventud, esa época extraña cada vez más difuminada en la memoria por el tiempo. Asunción esperaba afuera, no parecía preocupada, estaba metida en su permanente atmósfera de ausencia, sin saber porqué ni la tristeza ni la alegría llenaban ya su alma.

El padre notó algunas botellas vacías bien ordenadas bajo el velador, y al abrir el compartimiento más bajo del mismo mueble, descubrió sorprendido una buena provisión de alcohol y tabaco, preparada para las noches más largas, esas sin invitados.

Agustín en tanto, estaba observando mucho más de lo que usualmente cubría su vista.

<<Desde la tierra nace la figura quebrada de un rayo, no veo más que luz, y el puñal que amenaza mi pecho. Ojos hay varios, pero solo dos son los que importan frente al tiempo...

―Entonces cuando seamos grandes, ¿ya no vamos a poder jugar juntos?

―No, porque nos tenemos que casar, tú tendrás que cuidar a tus hijos y yo trabajar.

―¿Por qué?

―Porque eso me dijo mi papá...

Las manos frías se entibian mientras se esconden nerviosas, él no me puede mirar, ¿es porque le da miedo o porque le da vergüenza? A mí me da miedo también, me dio miedo cuando el papá hace años me vio con "él" ―¿cómo se llamaba?― a la salida del liceo, pero a "él" le dio vergüenza, y por eso me pegó... tú, Lucas, nunca me harías eso.

―Pero, si nosotros nos casamos, podríamos hacer lo que queramos, no necesariamente lo que nos dijeron, ¿o no?

―Pero Fer, para casarse hay que amar, eso me dijo mi mamá.

―Yo sí te amo, Agustín. Tú y David son las personas a las que más quiero, ¿cuál es el problema?

Tres, cuatro, no, quizás seis chispas vi nacer de tus ojos al acercarse tímidos alumbrados por el sol. No soy tan fuerte, ¿a ti qué te hicieron? Algo te debieron haber hecho a ti también, por eso me tienes a veces tanto temor... supongo que todos "los que no queremos igual" tenemos una historia como esa que contar, ¿no?

―¿No se supone que es un tipo de amor distinto el amor para casarse?

―¡Ah! ¿Cómo lo que me contaste que sentiste esa vez?

―Sí...

―Pero dos niños no se pueden casar, eso nos dijeron en catequesis... Por eso te digo que mi idea es buena, nos casamos y así no nos casan con nadie más, entonces me dejas ir a la universidad, y puedes tú vivir con quien quieras, total, el hogar sería nuestro ¡Podríamos jugar juntos para siempre!

El diente que se me cayó con el castigo, gracias a Dios, era un molar, porque así no se nota cuando río que me falta...

Vida brillante salpica de los labios, brillante como tierra seca, como ojos grises de muerte, como el aire que no respiro cuando me patea. La vista indiferente del papá me pesa, pero la de "él" me es incomprensible, injusta, ¿por qué me pega? ¿Es vergüenza? Papá, ¿no le vas a decir que se detenga?

―Serían solo nuestras.

―Solo nuestras.

¿Lucas, a ti también te robaron el aliento y te sumergieron las fauces en tierra? ¿Por eso te asustabas al ver mis manos acercándose a tu alma? ¿Por eso piensas que no te dejarán marchar impune luego de haberme sabido querer?

―Todo esto nos hará más mal que bien, ¿cierto?

―Estoy muy seguro, Fer, que ni tu romance ni mis gustos nos llevarán hasta algo bueno... así que tenemos que estar preparados para recogernos al final.

Me siento completo cuando te veo, cuando te oigo conversar... quizás no debí haberte hablado, yo no te quiero hacer mal, ¿qué es lo mejor para ti? Ya es muy tarde para pensarlo, te derrites frente a la luna llena... está helado, tu silueta se hunde en hielos enormes que me adormecen el pecho...

Cristales convertidos en fragmentos de tiempo te ruedan las mejillas, yo lo veo desde el lado, mientras tú me miras, pero al que miras ya no soy yo, es de eso solo un pedazo. Siempre he sido egoísta y por eso no me siento triste cuando el tren pasa sobre la promesa cumplida...

¡No! ¡Que no te lleve la niebla a la sangre viva! ¡La voz que te juzga lleva siglos ya extinta!

"Si todos los tiempos transcurren al mismo tiempo, nacemos cuando estamos ya muertos, y morimos al momento de respirar nuestro primer aliento...", ¿quién me dijo eso?

―¿Te acuerdas de qué ocurrió la última vez que te encontré con alguien "así"? Que nada te haga pensar que solo porque has crecido el castigo no se repetirá.

Si el papá me ve llorando de nuevo se va a enojar, pero no puedo parar>>.

―¿Viste que sí me quieres cuando te conviene? ―rio el hermano de Benedicto mientras tomaba el pulso de Agustín.

―Gracias por atenderlo ―contestó el padre del paciente con aspereza.

―Debe llevar un buen rato sintiéndose mal, ¿ha tenido apetito los últimos días?

―No lo sé...

―¿Y dolores en el pecho?

―Lo desconozco.

―No creo que sea nada grave, pero debería ir a que lo revisen con mejor equipamiento después, solo por si acaso ―dijo el robusto hombre con mal fingida liviandad―. ¿Ha estado nervioso por algo esta semana?

―No sé...

―¿Sabe algo de su hijo además del nombre? ―bromeó, pero a Benedicto no le causó gracia―. No se preocupe tanto, quizás el resto no lo ve, pero yo sí, usted está alterado.

El dueño de casa abrió un poco los ojos y se atrevió por fin a mirar directamente a su hermano.

―Me acordé de cuando la mamá se enfermó ―contestó con la voz hecha un hilo.

―Para que no vuelva a pasar usted tiene un hermano médico pues. No nos veremos mucho, pero siempre voy a estar si lo necesita, que no le dé miedo pedir ayuda como la pidió hoy ―contestó alegre.

―Gracias...

Mientras Agustín estaba encerrado dentro de una profunda pesadilla convertida en recuerdos mal unidos, Lucas, sentado en su escritorio rompió descuidadamente el sello de la carta, sintiendo que su hermano lo acompañaba en la habitación.


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