Disculpas

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<<¡¿Quién se cree que es ese tipo?! ¡Hablando como si me conociera de antes, poco más y me tutea! Que me aleje de él me dice, pareciera que yo le fuese a hacer daño, o mejor dicho, como si él me fuese a dañar a mí... Habla mucho sobre su calidad humana saber que anda fijándose en los cahuines, está claro que debo hacer todo menos escucharlo.

Agustín y yo, ¿somos cercanos o ya no?

Si es que me perdona la descortesía, entonces para mí no será hombre, sino ángel... eso sonó extraño. Lo importante es no toparme con él hasta estar seguro de qué decir al disculparme, no quiero cometer otro error>>. Pensaba Lucas caminando, ya tiempo después de terminar su conversación con David.

Árboles teñidos de café perdiendo los pocos brotes de color que quedaban entre sus hojas; el día helado cuyos escasos intervalos de sol subían con violencia la temperatura; una vereda de tierra rodeada por la calle de adoquín; bocinazos; gente hablando, y una banca, cubierta por arbustos, que daba la ilusión de estar vacía, conformaban el entorno en el que Lucas andaba.

Con una mano en el bolsillo, y su cabello despeinado bajo el sombrero, el joven descubrió al llegar hasta el asiento que un anciano borracho dormía ya en el sitio, y que por lo tanto debería sentarse en el pasto, único lugar desocupado en sus cercanías.

Cuando Lucas era niño, su madre batallaba para conseguir que se pusiera sus zapatos al salir, y para lograr que en lugar de sentarse en la hierba, lo hiciese en alguna silla o pañuelo; al asentarse su hijo en la adultez esa preocupación desapareció por completo, pues eran raras las veces en las que se tomaba la molestia de salir de su habitación con fines diferentes a la iglesia y sus estudios, hasta que en algún punto esa parte de él, ese niño, se convirtió en algo tan lejano, que recordarlo por medio de sus propias memorias le resultaba imposible, mas aún así, el verde seguía llevándole siempre una suave pincelada de calma al corazón.

Lo que no le trajo calma en absoluto fue descubrir, poco después de sentarse, que Agustín estaba parado justo en frente de él.

—Hola —saludó el rubio fingiendo indiferencia.

<<Mierda>>.

—Hola... —contestó Lucas con timidez invadiéndole la voz.

—¿No me habías visto, o tratabas de evitarme? 

—Puedo jurar que no había notado que estabas acá, pero si te soy sincero, si
terminé sentado en este lugar tratando de no encontrarme contigo, vaya ironía...

—A veces eres un maleducado, ¿lo sabes, no?

—Lo sé... —susurró bajando la vista.

—Bueno, me basta con que usted lo sepa, manteniendo eso en mente, me voy. Espero que tenga un buen día, y ya luego veremos cómo proseguir con el trabajo que tenemos inconcluso —respondió Agustín casi llorando por la impotencia de no haber pensado en algo mejor que decir.

<<¡Así me veo triste, no enojado! Que vergüenza, quería que pensara que estoy molesto, para que no se notara que... y ahora solo parezco dolido>>, se reprochó mientras daba la vuelta.

—¡Espera! —gritó Lucas levantándose para agarrarlo del brazo—. No te vayas así, y mucho menos tratándome de "usted", que por lo menos yo, no he terminado de hablar.

—¿Fue siempre usted tan imperativo? —replicó con altivez y sarcasmo.

—¿Quieres que te diga la verdad?

—Me gustaría, ya que no parece tener intención de soltarme.

—Sí, siempre he sido de esta forma. Y por favor, no exageres, eres bastante más grande que yo, puedes zafarte cuando quieras. Si aún no estoy solo, es porque deseas escucharme, ¿me equivoco? —Lucas contestaba firmemente, pero sin mirarle la cara.

—Vaya, además de imperativo, eres también bastante teatral, ¿quién lo hubiera dicho? Cada día me sorprende usted más —Agustín recalcó el "usted" deseando molestar—. Puede que quiera escuchar lo que me tenga que decir por mera curiosidad, pero luego usted debe procurar ponerme atención también.

—No quiero que me malentiendas, yo no deseo hablarte por el momento porque temo decir alguna palabra equívoca que ponga en peligro la única amistad que he tenido desde que era niño. Te conozco hace muy poco, pero odiaría que nuestro tiempo se terminara aquí —se atrevió a subir la vista, y a concentrarse en los ojos de su hablante—. Quería estar seguro de cómo expresarme, pero ya que me veo en la obligación de hablar o verte ir tratándome como un extraño, solo diré dos cosas: gracias, creo que hablar contigo me permitió un día más en este lugar; y también disculpa por irme de esa forma, tuve un problema, uno de esos que solo viven en la mente, pero que a veces atacan a la realidad. Jamás me he enojado contigo, ruego perdones mi falta de cortesía.

<<Nuestro tiempo>>, recalcó Ramírez en su mente.

Agustín esbozó una sonrisa indulgente en su rostro.

—Lo divertido de este asunto, es que de hecho, aunque sí me molestó tu comportamiento antes de irte, temí que no me volvieses a hablar por lo que te dije cuando estabas en la puerta de mi pieza, pero veo que le di demasiada importancia. Por supuesto, acepto tu disculpa, y ruego que aceptes también la mía, debí haberme dado cuenta de cuánto te había dado para tomar.

—No podría nunca pensar que las palabras que me dijiste fueran una nimiedad, porque al menos para mí no lo fueron, me hicieron recordar un par de cosas, por lo que no ameritan una disculpa —Lucas no parecía estar seguro de lo que estaba diciendo.

<<No deberías hablar así, no aquí, ¿es que no sientes los oídos que escuchan tus palabras, y las mil miradas que notan tu toque en mi manga?>>.

—Bueno en ese caso está todo bien, solo no te preocupes demasiado. Suelo hacer bromas de mal gusto cuando estoy borracho, y ese día me había excedido, así que por favor, no tomes en serio lo que dije, ¿está bien? —aunque el corazón de Agustín albergaba sorpresa y temor, su expresión permanecía inmutable—. Lo último que te voy a preguntar, Lucas, ¿tienes pensado soltarme o pretendes que me quede todo el día contigo?

El joven retiró con cuidado la mano de la camisa de su amigo, y de inmediato la colocó en el bolsillo de su pantalón. Se había avergonzado de sus palabras al notar la rapidez con la que Ramírez pudo cambiar de tema.

—Perdón, hasta hace dos minutos pensaba que ya no te veía más —disimuló bromeando.

—En eso coincidimos, estimado.

Ambos tomaron caminos diferentes luego de la recién narrada conversación, Agustín volvió a casa, mientras que Lucas decidió asistir a las clases de la tarde, con la esperanza de no haberse perdido de nada importante.

Estando ya en su lugar de estudios, durante un receso, Lucas tuvo la oportunidad de hablar con Juan de Dios sobre el trabajo en grupo, al hacerlo, notó que bajo los ojos casi siempre energéticos y brillantes del muchacho, nacían sombras oscuras, vio también un temblor frío en sus hombros aún estrechos, y palidez, en lugar de rubor natural, en sus mejillas redondeadas por ese toque infantil que mantienen los adolescentes.

Al preguntarle si es que se encontraba bien, el chiquillo asintió con seguridad. Dijo, entre tantas otras cosas, que a pesar de aparentar estar mal, no tenía ningún otro problema, que se sentía extrañamente bien.

<<Mi madre llorando en la cocina dice un nombre que he conocido gracias a ti, lo repite varias veces, sale vuelto un cuchillo desde sus labios, ella está triste... No, más bien enojada, ella se ve como tú, Lucas, se ve culpable y desesperada. El polvito blanco que por el bien de su corazón disuelve en el agua, me parece ahora una sospecha extraña, ¿será ese Pedro por el que tú sufres, el Pedro al que ella llama?>>.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora