Encuentro

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El camino a casa para Lucas siempre había sido largo y solitario, probablemente, era el lugar donde menos disfrutaba estar. Sería un eufemismo tildar de "mala" la relación que tenía el muchacho con su madre, y no porque entre ellos no se esforzasen por entablar más comunicación de la necesaria, sino, debido a que entre ambos un abismo de diferencias les separaba.

Si el lector se preguntase en qué momento se hubo malogrado tanto la relación familiar, el narrador no podría responder, porque quizás las cosas siempre habían sido de esa forma, pero gracias a que el dinero que alguna vez fluyó por los caudales del apellido paterno maquilló tan bien la situación, aquello no fue más que un fantasma invisible durante la primera infancia del personaje.

—A la horita que vienes llegando tú —dijo una voz femenina entre la oscuridad, al momento en que el joven giró la manilla de su casa.

—Discúlpeme, no pude rechazar la oferta de algunos de mis compañeros, ya sabe usted que estas cosas son indispensables para... —contestó sin subir ni bajar la voz, antes de ser interrumpido.

<<Para los contactos que tanto me dijo usted misma que buscara>>. Pensó.

—Así le dicen ahora a las fiestas entonces, las cosas de las que uno se entera. Tú deberías estar estudiando, mira que andar saliendo la primera semana, ¿no te da vergüenza? No guardaste luto siquiera un mes y mira... Si yo sabía que tu hermano te estaba malcriando demasiado —reprochó la mujer.

—Estoy haciendo lo que usted me dijo que hiciera, ¿qué más quiere? ¿Que me quede un año entero fingiendo que me da pena la decisión de otro? —replicó altivo.

—¡Debería darte vergüenza tratar así a tu hermano! ¡Él no era como tú, él te amaba, no puedes despreciar su memoria cada que se te da la gana! ¡Vuelves a llegar a estas horas, y no te dejo entrar más, estás siendo un pésimo ejemplo para tu hermana! ¡Tienes que estudiar, o ¿quién va a cuidar de ella y de mí hasta que le encontremos un buen marido!

"Afortunado" sería la palabra menos indicada para describir a Lucas Gonzáles Sepúlveda, nunca se ganó ningún premio en las rifas del colegio; siempre le hacían disertar primero y le tocaban los peores compañeros en los trabajos en grupo; las pocas veces en las que conseguía ser puntual, todos los demás llegaban tarde y mientras más se esforzaba en los textos que escribía, más plana era la reacción de sus oyentes. El pobre vivía con la constante sensación de que todo lo que lo hacía feliz, le sería rápidamente arrebatado por el tiempo, o por su obligación como único hijo varón; ese sentimiento cobraría vida con mucha más fuerza el segundo lunes de marzo de mil novecientos veinticinco, es decir, al comienzo de su segunda semana universitaria.

<<Lucas, se llama Lucas, que no se me vaya a olvidar>>, pensaba Agustín mientras hablaba con algunos de sus amigos antes de entrar a clases.

—Oigan, ¿alguno de ustedes conoce al Lucas de primero? —comentó el joven recién nombrado.

—No sé quién es, no conozco a casi nadie a parte de los que estamos acá —contestó uno señalando el círculo de personas que conversaba—. ¿Te sabes el apellido que sea?

—No, le hablé el otro día, pero me dijo solo el nombre, por eso pregunto.

Uno de los hablantes, David de veinticinco años, hizo un gesto extraño al reconocer la curiosidad de su compañero.

<<Va a hacer lo mismo de siempre>>, pensó mirándolo con tristeza. <<Espero que no pase nada malo esta vez...>>.

—¿Por qué quieres hablarle? —preguntó David, pasándole a través de la vista un mensaje que solo podría ser descifrado por Agustín.

—Porque se ve simpático, ya sabes que cuando alguien me cae bien me gusta conocerlo mejor, eso no más... Bueno, hay otra cosa —replicó con calma.

—¿Qué cosa? —preguntaron los otros tres al unísono.

—Hay un trabajo en grupo más tarde, y estoy seguro de que él es buen estudiante... Ustedes saben que yo no soy muy bueno en esto, ¿no? Necesito que alguien con talento me ayude a aprobar.

Si el narrador quisiese dar una buena impresión de Agustín Ramírez, escribiría que el joven estaba poniendo excusas para hablar con Lucas, mas este relator se ve en la total obligación de contar los hechos tal y cual ocurrieron: Ramírez era el mejor de los peores alumnos, y realmente esperaba reducir su carga estudiantil utilizando el esfuerzo e ingenio del otro personaje, mientras cumplía con el doble propósito de entablar amistad con él.

A diferencia de lo que Agustín había imaginado, más tarde en la clase los grupos fueron designados por azar y no por elección de los asistentes, pero de todas formas, su objetivo se cumplió. Quedando el equipo azaroso conformado por Lucas Gonzáles, Juan de Dios Rojas, tres jóvenes cuyos nombres no serán mencionados por su falta de participación en la trama, y Agustín Ramírez.

"(...) siempre le hacían disertar primero y le tocaban los peores compañeros en los trabajos en grupo".

Desde ese día en adelante, las suertes de Lucas y de Agustín comenzaron a cambiar vertiginosamente, hasta el punto en el que sería natural pensar como espectador que sus destinos se habían intercambiado.

—Tenemos muy poco tiempo para entregar esto, y hay que leer harto*. Yo creo que deberíamos juntarnos desde hoy a trabajar —dijo con firmeza Lucas al hacer frente al grupo.

—Yo opino lo mismo, hoy está bien para mí —secundó Agustín con bien fingido entusiasmo.

<<Si repruebo este ramo de nuevo mi padre me mata>>, se dijo en voz baja.

—Yo no puedo hoy, pero me aseguraré de tener mi parte bien avanzada para el martes, perdonen... —contestó con gran timidez Juan de Dios.

—¿Alguien más no puede hoy? —Preguntó Gonzáles.

Los otros tres asintieron con clara incomodidad, muy por seguro pensaban que trabajar desde el primer día era totalmente innecesario considerando lo lejana que aparentaba ser la fecha de entrega, es probable que también hubiesen creído que el profesor era cruel al empezar con tanta rapidez el semestre.

—Pueden quedarse en mi casa, pedimos los libros en la biblioteca ahora y los llevamos —sugirió Agustín con el propósito de quedar bien frente a los demás... No, frente a uno nada más.

<<Ten cuidado de que la gente note en ti lo que no debe, no dejes que nadie vea en tu mirar debilidad. Incluso si estás enfermo, no permitas que tomen ventaja de eso, o podrías perder mucho incluso antes de comenzar>>. Habrá tenido unos diez años el muchacho de apellido Ramírez cuando escuchó esas palabras de su abuelo, sus compañeros le habían golpeado y él por cobarde no pudo contestar. Los secretos para este joven se convirtieron desde ese día en sus objetos más preciados, pues eran también su más grande debilidad, por lo menos hasta que la noche de ese lunes, un error del azar organizara su encuentro con las personas equivocadas.
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"Harto"  en este contexto  se refiere a "mucho", uso dado en Chile en el habla coloquial.









 








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