Una pequeña flor roja, casi invisible, crecía tranquila en la intersección entre dos adoquines a la orilla de la calle, los escasos centímetros que la separaban de las llantas le brindaban una poderosa protección. Pasaba desapercibida para los peatones comunes, pero no para Benedicto, él la notó, así como también lo había hecho su hijo en una de sus tantas vueltas a casa.
Si bien el primer pensamiento del hombre fue que era bella, un desagradable instinto adquirido le obligó a rectificarse, a querer apreciar su belleza arrebatándosela. No la cortaría, pero sí la pisaría con sus zapatos café oscuro, recién lustrados en la plaza. No habría disfrute alguno en ver su pequeña vida apagarse, ni felicidad en la imagen de sus pétalos quebrados sobre piedras, tampoco hallaría paz en el agua que sus milimétricas no venas esparcirían, mas, existía cierta gloria en el pensamiento de que nadie notaría su ausencia.
Yo lo noté ―un adoquín.
Yo lo noté ―la tierra.
Yo lo noté ―la flor.
Yo lo noté ―la suela.
Imaginó.
Los sonidos resonaban más fuerte que de costumbre en la cabeza de David, el tic tac del reloj, los zapatos de su hermana contra el piso, la risa de un vecino, su corazón latiendo, el tiempo matando impasible su cuerpo. Sentía el remoto llanto de un niño en un internado, su propio llanto en un barco lejano, escuchaba culpa por sueños inconclusos, oía también abandono, se sentía ¿solo? Era un exagerado, sus padres siempre iban y volvían y a él nunca le hubo afectado, pero no quería despedirse de Agustín. Su corazón suena apagado, su corazón ya no suena, su corazón nada bombea, sus labios están pálidos, sus manos blancas, el pelo pegado de sudor sobre la cara, la sangre en la camisa, el tiempo sobre sus alas, la camisa blanca, los pantalones negros, la corbata negra, el tiempo muerto, los ojos abiertos, incoloras las mejillas, la sonrisa perfecta, las manos tibias, el cuerpo normal, la voz igual se escucha, los sueños son nada, las mentes se rellenan de fantasía cuando no se quiere afrontar la realidad. Era solo la puerta la que sonaba, pero ¡Con qué fuerza que golpeaban!
Cuando Benedicto llegó a casa, no se percató al principio de Asunción. Subió las escaleras, dispuesto a hablar con Agustín, pero tras la puerta de madera no había nadie. Si le dijo algo o no, si se disculpó o no, si reflexionó o no, eso lo sabe solo la pintura en las paredes.
―¿No te pasa eso a veces?
―¿Lo del tiempo?
―Eso mismo, a veces siento que el tiempo como que se quiebra o no sé...
―Sí, me pasa. En ocasiones me da la impresión de que a la vez que estoy aquí, estoy en esa habitación, esa maldita y pequeña pieza a la que nunca llegaba el sol; o incluso, que estoy botado en la tierra, como esa vez que "él" me pegó.
―¡Sí! ¡Exactamente a eso me refería! ―se cubrió la boca para toser sobre un pañuelo, que rápidamente fue teñido de rojo. Fingió no darle importancia, quizá por vergüenza―. Es tan raro cuando eso pasa, pareciera que se cruzan los años...
<<Peor es cuando despierto en un mundo donde no alcanzamos a tener esta conversación>>, pensó moviendo, solo un poco, sus manos bajo la mesa. Se preguntaba sin verbalizarlo, si la silueta enfrente suyo era o no imaginaria.
Asunción había conseguido ponerse de pie para cuando su marido bajó, enojadísimo, las escaleras. En su ceño fruncido traía impresa cierta lejana nota de dolor, preocupación. Asunción no sintió que fuera importante, estaba apoyada sobre la mesa admirando las posibilidades que el arma en el suelo le había brindado a su imaginación. Se le habían puesto moradas las rodillas y los brazos, pero estaba bien, eso nadie lo vería, su ropa siempre debía cubrirla.

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Nosotros [COMPLETA]
RomanceLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...