Cuando llegó a las mesas exteriores del restaurante sintió, gracias al poder que a todo otorga la compañía, que era no solo fuerte, sino también importante. Rara vez se había autopercibido de esa forma, y la verdad, le encantaba.
Adoraba que las personas a su alrededor admiraran las ropas que llevaba y supieran, sin enterarse del año de confección, que eran tela importada desde una Europa inaccesible para la mayoría, incluso para él mismo. Disfrutaba también que le llamaran "señor", y que el hombre mayor que lo secundaba proyectara para con el mundo la imagen de un abuelo protector, algo que Lucas jamás había conocido.
Por supuesto, todas estas cosas eran prestadas, desde los calcetines hasta la compañía, pero eso no tenía importancia, pues lo que estaba viviendo era cierto y tangible, incluso si al próximo amanecer esos elementos quedaran impregnados en la mente como un recuerdo con sabor a ilusión.
―Tome asiento por acá ―señaló el anciano en tono amable y confiado.
Lucas obedeció dejando el sombrero a un costado, sin evitar pensar en cuántas veces Agustín habría hecho exactamente el mismo movimiento en presencia de su abuelo; quiso imaginar con cuánta naturalidad y suavidad habría ejecutado él la acción de haber estado en el lugar.
La mesa era para cuatro personas, dos de las cuales aún faltaban por llegar, y González seguía sin saber quienes asistirían a esa supuesta reunión. Si no se hallaba nervioso era porque confiaba plenamente en aquel que Agustín le había dicho era de fiar, y porque nadie allí podría atreverse a hacerle daño, a tratar de reconocerlo o asociarlo con algo.
<<Pedro habrá tenido reuniones en este tipo de lugares también... con esa ropa gastada, y el sombrero del papá, pero con la ambición bien colocada entre ceja y ceja>>. Reflexionó sin haberlo querido.
―Ya no deben tardar, al menos uno de ellos. Verá, hubo tres a los que cité más tarde ―comentó casualmente, sentándose con dificultad―. Esa es una maña que debe usted aprender para después.
―¿Dar horas diferentes? ―preguntó tan inocente que el viejo no evitó sonreír.
―No, joven, no. Saber cuándo es buen momento para que las personas comiencen a hablar entre ellas ―fijó la vista por encima del hombro de Lucas y levantó la mano como gesto de bienvenida―. ¡Toribio, venga para acá!
<<¿Qué?>>.
―Buenas tardes, don Ramírez ―contestó el dueño de la fábrica de zapatos―. Siempre es un agrado encontrarme con usted ―dijo con tanta falsedad que Lucas sintió repulsión antes de siquiera darse la vuelta para verle.
―Como siempre ha sido usted puntual ―contestó el viejo educadamente. Si sentía algún grado de aversión hacia el invitado, era imposible saberlo con solo observar su semblante mientras le estrechaba la mano.
―Su invitación el otro día me tomó por sorpresa ―únicamente al bajar la mirada, notó la presencia del joven sentado que no ofrecía ni presentación ni saludo―. ¿Este es su nuevo compañero de negocios? Me habló mucho de usted... ―extendió la mano hacia él.
―Me encantaría decirle que el gusto es mío ―contestó entonces Lucas falseando todo lo que podía su enojo y confusión―. Mi nombre es... Pedro... Pedro González.
<<¿Por qué dije eso?>>.
―Soy Toribio, supongo que ya algo de mí le deben haber contado en este rato ―respondió con real amabilidad, como queriendo hacerse su amigo.
<<¡Qué mágico es usar ropa buena!>>.
De lo siguiente que hablaron, Lucas entendió poco o nada. Fue más que todo consciente de la complicidad que don Ramírez había mostrado para con él al no decir una palabra con respecto al nombre con el que se hubo presentado. No comprendió lo demás, aquello que trataba sobre fluctuación de la moneda, ni sobre impuestos a la empresa chilena, ni de importación de tal número de materia prima.
―De manera que, usted está seguro de lo que me está proponiendo ―¿curiosidad o ambición?
―Claro que lo estoy, pero solo pongo una condición para cumplir con el acuerdo ―dejó un espacio para analizar la expectativa, para saborear más la desilusión que estaba a punto de provocar―. Necesito que usted renuncie a todo negocio, trato o acuerdo que mantenga con Benedicto Ramírez.
Primero, al escuchar movió levemente una de las cejas, luego, su labio inferior se separó del otro y generó una leve abertura entre su barba y el bigote. Su cabeza inclinóse hacia la izquierda a la vez que fueron entrecerrándose sus ojos, todo aquello como preludio del enrojecimiento que se apoderaría de su piel.
―¿No se trata de su hijo? ―preguntó por fin, tratando de disimular la turbación.
―Precisamente. Verá, mi nuevo socio y yo no estamos de acuerdo con algunas de sus acciones y no deseamos que nuestros propios emprendimientos se vean afectados por su actuar, ¿me entiende usted?
Lucas se atragantó con el vino que había estado bebiendo por no tener de qué hablar mientras esperaba la comida. Cuando contara lo ocurrido a Agustín, omitiría que su tos interrumpió la conversación, y que quizás esa última copa hubiese estado de más.
―Bueno, lo que usted me propone me parece demasiado conveniente como para rechazarlo, pero... ―sus ojos posados sobre la piel desnuda de una chica hermosa que pronto crecería demasiado... una chica hermosa que no hablaba español, que no podía escaparse del destino que él y su "bondad" le regalarían, una niña morena que no supiera ubicar nunca su hogar anterior en un mapa... una niña preciosa de ojos negros que pronto ya sería muy grande para él y necesitaría un reemplazo que fuera barato y rápido. Una niña que había sido muchas otras, y que si seguía con la gente correcta sería muchas más―. ¿No puede darme un tiempo para pensarlo?
―Si desea que compre su fábrica por el precio que le estoy dando debe responderme ahora, de otro modo, perderá la oportunidad ―contestó el anciano con una sonrisa que parecía hecha solo de colmillos. Una sonrisa que reflejaba la felicidad que le otorgaba ejercer sobre otros poder, después de todo, no era tan diferente del más turbado de sus hijos.
Una película de pequeñas gotitas de agua se le formó bajo los pómulos, y entre los pliegues de piel colgando de su cuello. Algo en los ojos del viejo le había hecho asumir que no era una propuesta, sino una amenaza, y que era algo más que su dinero lo que podía peligrar de negarse, ¡qué extraño era ese anciano! Siempre le parecía delicado y desvalido, y de repente, veía en él la habilidad de ejercer dolor... No era el mismo cuando miraba tiernamente al muchacho en la mesa que cuando le observaba a él.
<<Este hombre no es de fiar, este no es como el hijo>>. Pensó mientras asentía con la cabeza, seguro de que no debía rechazar, por su bien, el acuerdo ofrecido.
―Me alegro mucho de su decisión ―exclamó mirando a Lucas―. Benedicto llegará en unos minutos, así podremos dejar todo claro desde ya.

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Nosotros [COMPLETA]
RomanceLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...