La casa un poco más vacía que antes, pero a la vez un poco más llena. Había dos habitaciones divididas, una la ocupaba un viejo, la otra una mujer de mediana edad cuyos ojos apagados se veían más libres que nunca.
Dos niños se habían ido de casa aún adolescentes, dos chicos vivían con un joven recién llegado a Estados Unidos. Dos muchachos no pudieron soportar la nueva forma de ser de su madre; verla en total comodidad consigo misma les alejó del conocimiento que creían tener de la vida.
En la mesa del comedor se sentaban una mujer callada, un anciano que parecía conocerlo todo, y un joven palidísimo con ojeras cubriéndole las pecas de las mejillas. Junto a ellos, parado, un hombre vacío les miraba sin mirarlos.
La comida del joven era igual de blanda que la del viejo. Al mozo la sal le sabía a nada. Cuando tragaba pensaba seguro en vida, en fiestas, en cadenas recorriéndole espesas las venas; en cartas enviadas que quizás no tendrían respuesta, en toques eléctricos vueltos arena y tactos perdidos entre muerte y consciencia.
―Entonces, Agustín, ¿ha podido leer algo? ―preguntó suspicaz el abuelo.
Los ojos de Agustín se iluminaron, y su cuerpo por un segundo recuperó el color.
―No, ¿debería leer pronto, abuelo? ―preguntó ilusionado.
―Claro que debería, hijo, usted debe pensar en que la lectura es alimento del alma. No se deben dejar muchos días sin leer o uno puede enfermar más ―respondió el ahora dueño de casa y el actual "don" Ramírez.
―Tata, usted es el mejor ―contestó el joven sonriendo, sobrecogido por felicidad―. Yo a usted no le puedo desobedecer ―miró sutilmente a su padre mientras lo decía.
Agustín sabía qué significaba esa frase, Lucas no le había ignorado. Su abuelo tenía en su poder la carta que respondía a la suya. Casi se sentía mal por haberle mentido a su tata, diciendo que su padre le había apartado de sus amigos de su época estudiantil... casi se sentía mal por no poder hacer otra cosa que mentirle.
―Bueno, yo ya me voy a ir ―dijo don Ramírez mientras se levantaba de la mesa, su plato en segundos había quedado vacío―. Tengo diligencias que atender en el centro, voy a volver para tomar el té. Dispensen ustedes que me levante sin esperarlos, pero me temo que debo partir de inmediato.
El anciano casi se sintió mal por tener que mentirle a su familia... casi se arrepintió de irse a casa de un amigo más joven a pasar el rato debatiendo sobre política; pero ese vino no se iba a tomar solo, le estaban esperando.
―Papá, ¿por qué no nos sentamos todos en la mesa y hablamos un rato? ―preguntó el primogénito apenas el abuelo se hubo ido―. Tú sabes cómo soy, ¿o no? Yo no me puedo quedar callado mucho tiempo, antes podía ir a molestar a mi "amigo", pero me tienes acá encerrado... ¿Con quién voy a hablar si no es con mi familia? Me haría muy feliz que alguien en esta casa me contestara de vez en cuando, solo para variar, ¿no crees que sería lindo?
―Si te tengo acá es por tu bien y por el de los demás ―respondió el padre, seco, casi sin usar el tono suficiente para ser oído.
―¡Ah! Verdad que es por mi bien, a veces se me olvida... Gracias por cuidar de mi porvenir, papá. Eso hace que me pregunte si en serio crees que tendré uno.
No era la primera mañana que comenzaba así. Agustín había salido del sanatorio, y le estaba autorizado el tener contacto con personas sanas, pero eso era a menudo olvidado en su casa. Rara vez visitas y familiares le dirigían la palabra.
―Cuando te cures totalmente, tú vas a...
Agustín le interrumpió.
―Cuando me cure voy a ir al primer bar que me encuentre y ¡Juro por Dios que me voy a tomar todo lo que pille y me voy a fumar cada cigarrillo que aparezca cerca de mi mano! A ver si así se me mueren de verdad los pulmones o es puro cuento ―su tono desbordaba prepotencia e irrespeto.

ESTÁS LEYENDO
Nosotros [COMPLETA]
RomanceLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...