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Sentóse frente al escritorio con una sonrisa gigantesca, hacía un año que no sonreía así. La habitación era pequeña, claustrofóbica, y de paredes en exceso delgadas, pero tenía la suerte de no compartirla con nadie, el único problema grave era el vecino con el que colindaba su muro derecho.

El sobre que tenía bien puesto en la esquina izquierda de la mesa le había provocado el llanto frente a Juan en la fábrica, pero gracias a Dios, ningún otro colega le vio. Lloraba de felicidad al recibirlo y de impotencia al leer. La caótica caligrafía de Agustín le hacía sentir cálido, como si por fin estuviera en casa... Lucas no le había visto desde su altercado con Benedicto.

Colocó un manchado papel en el centro del escritorio, dispuso el tintero y su pluma, uno a cada lado, y comenzó a escribir.

Santiago, diciembre 8 de 1926.

Para mi querido Agustín:

No tienes idea, de lo feliz que me ha hecho recibir de ti una carta... no, probablemente sí lo sepas...

Primero que todo quiero decirte que estoy molesto contigo, muy molesto. Si entendí bien lo que redactaste, estuviste meses creyendo que yo te responsabilizaría por las acciones de tu padre y eso, eso es absurdo... Te ruego no vuelvas a atreverte a pedir disculpas por lo que pasó.

Con respecto a lo demás que escribiste, sí, lo que escuchaste es cierto, ya no vivo con mi madre, pero este lugar no es tan malo, eso último lo exageraron los rumores, te lo aseguro. Juan no ha venido nunca, ya sabes que es mejor para él no hacerlo, así que no tengo prueba ninguna de que mis palabras sean ciertas, pero sé que tú sabrás confiar en mí; no me falta nada y en la fábrica pagan suficiente para que un hombre sin familia pueda vivir.

Quiero saber sobre ti... Supe de tu padecimiento hace casi un año, así que no trates de fingir en la próxima carta, ya sé que estás enfermo y que estuviste en el sanatorio unas semanas. Desconozco si se te informó, pero luego de enterarme intenté ir a verte a tu casa cuando tu padre salía, mas tus hermanos me negaron la entrada cada vez; si no fuera porque Juan y Fernanda siguen viéndose, yo de ti no sabría nada y eso me ha estado matando. Leer tu carta fue como una vuelta a la realidad, como si por fin yo fuera yo, ¿me entiendes? Siento que estuve todos estos meses durmiendo y solo ahora comienzo a despertar... Hasta pensé que ya no querías saber más de mí, esa idea me quitaba el sueño en las noches y me apagaba en los días, así que gracias por encontrar una forma para seguir comunicándote conmigo.

¿Te acuerdas de lo que me pediste la última vez que nos vimos? Si es que te acuerdas y me dices qué era en tu siguiente carta, prometo pagarte la promesa que te debo. Si no recuerdas, perderás una valiosísima oportunidad.

Agustín, no es necesario que me cuentes todo, pero necesito que me hables de tus días, de cómo te sientes, del tratamiento... no me dejes fuera de tu vida por no querer preocuparme, te lo ruego. No me quedan muchas cosas ahora, ni tampoco poseo ya aspiraciones grandes, con ver letras tuyas cada tanto soy feliz y espero que lo sepas (si no te sientes bien, no te fuerces a escribir o leer, para ti es difícil y no deseo indisponerte).

Te extraño. Quiero verte, escucharte, tocarte, no quiero olvidarme de nada, pero no puedo recordarlo todo. No hay día en el que no piense en ti. Te pienso con cada cosa que deseo mostrarte y no puedo, con cada palabra que quiero decirte y que no te dije, con cada vez que imagino lo terrible del aislamiento, con cada sensación que siento que no lleva tu nombre impreso. Quizás no tenías cómo saberlo, pero no he pasado ni un solo segundo lejos de ti.

Se despide atentamente, Lucas.

Al terminar de redactar la carta, golpeó con la mano el suelo de tierra y comenzó a llorar. Se desplomó en el frío de la naturaleza, sintiendo un vacío imposible de llenar, sintiendo en el pecho solo soledad. Lloró como lloran los niños cuando pierden de vista al adulto que los guía... Desde hacía meses que lloraba mucho, no lo podía evitar, todo en la vida le sabía a nada, aunque a veces el beber por momentos le distraía lo suficiente como para olvidarse de sentir.

<<¿En qué minuto me quedé tan solo?>>, preguntóse mirando la pluma sobre la mesa.

<<El frío de la tierra no es como el frío de tus palmas; por el frío de la tierra no corre sangre que se escapa, no hay piel sobre ella que encierre el fuego tibio de ningún alma. El frío de la tierra riega vida negando la muerte sobre ella nacida. El frío de la tierra a todos nos lleva... Dios mío, no deje que él se muera>>.

En su carta Lucas no explicó que su madre le negaba, tampoco le comunicó sobre las peleas que había en el cité por tratar de conseguir un poco de agua, ocultó a su vez el pánico que había desarrollado a la soledad, y acalló sus intentos fallidos de seguir el camino de su hermano. Benedicto le destrozó la vida en un solo día.

Mientras González se hallaba en el suelo, un golpeteo en la puerta lo descolocó. No había necesidad de abrir, él sabía quién era.

―¿Qué se le ofrece, vecino? ―preguntó Lucas al abrir. Su tono era frío, no se esforzaba por ocultar el desagrado.

Al otro lado del umbral le esperaba un hombre corpulento, de quizás cuarenta años de edad.

―Está metiendo bulla de nuevo usted ―le dijo tratando de pasar al pequeño cuadrado que componía el hogar del joven.

―Disculpe, haré silencio ―respondió tapando la entrada con su cuerpo.

―Pero no sea así, vecino... ¿No me deja saber qué le pasa? Yo le escuché llorar ―detrás del tono burlesco había cierta galantería que asqueaba a González. Todo en su vecino le repugnaba.

―Debió usted escuchar mal. Si me disculpa, voy a cerrar. Dele saludos a su mujer ―trató de juntar la puerta, pero el hombre le detuvo agarrándole uno de los hombros.

―Todos saben cómo es usted, ¿qué daño le va a hacer mi amistad, vecino? Cuénteme qué le pasa.

Lucas trató sin éxito de zafarse.

―No sé de qué me habla, pero yo de nadie recibo amistad. Si me disculpa, deseo descansar, mañana tengo diligencias que atender ―quizás tenía miedo y por eso su voz no se inmutaba.

El agarre del hombre se hacía más fuerte e invasivo, la mano se tentaba a palparle la piel bajo la camisa. Desde que conoció lo que aquello se sentía, no podía evitar compadecerse de Fernanda, la recordaba seguido.

―Señor, le ruego que me suelte, o me veré en la obligación de recurrir a medios menos cordiales ―terminó por decir sin mirarlo a los ojos. Su vecino era mucho más alto, y seguro también mucho más fuerte, probablemente pelear con él podía costarle otro par de dientes. Tenía miedo de que eso llegase a ocurrir.

El hombre le soltó, no sin antes pasarle la mano por el brazo y luego la espalda, deteniéndose justo antes de su trasero.

―Ya vecinito, si yo a usted no lo quiero molestar ―contestó fingiendo ternura.

Lucas cerró apresurado la puerta y puso bajo la chapa una silla. Volvió a sentarse en el piso, procurando no llorar para que otros no le escucharan; ya luego sería otra vez mañana y tendría que ir a trabajar, allí podría distraerse un rato hablando con Juan, y de paso entregarle su carta para Agustín. Esperaba que el jefe no se pasara el siguiente día por la fábrica, don Toribio era un sádico cuando de los empleados menos productivos se trataba.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora