Encierro, destino.

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―Si nos quedamos tendré que pasar mi noche preocupándome de que no te ocurra nada ―dijo mientras lo ayudaba a sentarse en una pequeña silla de madera―. ¿No será muy egoísta de tu parte pedirme eso?

Ante los ojos de Lucas, las luces se veían hermosas acompañadas de las palabras de Agustín, pero poco o nada además de eso le importaba. Era cierto que no había bebido mucho, pero lo poco que tomó se lo hubo echado al estómago con premura y descuido con el objetivo de atontarse lo más posible en la menor cantidad de tiempo.

―Lo sería, es verdad ―y miró por encima de su hombro buscando algo sin éxito―. ¿Me vas a dejar acá? Si lo haces está bien, porque todo esto me será sueño mañana, o bien, si tengo algo más de suerte... todo esto será solo la negrura que arranca de los borrachos el recuerdo.

Agustín sonrió y se colocó junto a él.

―Tanto tiempo ha pasado, a la vez tan poco... usted sigue hablando de esa forma cuando no se halla en plenas facultades ―sus labios levemente separados al finalizar la oración, una tentativa de risa―. ¿Cuántos días esperaste así a que algún conocido llegara a verte?

―Algunos llegaron... ―le sonrió de vuelta―. Sin embargo, nunca aparecieron los que sí esperaba.

―¿Esperabas a alguien más que a mí?

―Tengo una vida además de usted, caballero. Mi mundo entero no puede ser una sola persona.

―¿No puedes dejarme tener la última palabra? ―sacó un cigarrillo de su bolsillo.

―No deberías fumar... Ni tratarme de usted ―sus ojos de nuevo posados en la multitud y devueltos a la mesa decepcionados.

El ruido generalizado del local decrecía y aumentaba de vez en cuando, permitiendo que algunas palabras quedaran al descubierto ante el gran grupo de personas. Seres que olvidaban con velocidades impresionantes el trasfondo de las conversaciones ajenas frente a la puerta que los llevaría de vuelta a casa.

―Usted fue el que comenzó con eso ―se acercó un poco hacia él mientras buscaba algo con que encender el papel―. ¿Esperas a alguien más?

Una puñalada suave que en el centro del pecho alivia el latir del corazón liberándolo de culpa y tristeza. Un agujero llenado por metal frío que se funde con la sangre de la mente, pero que al salir deja un doloroso vacío, que solo se cubre con emoción.

―No, no espero a nadie, pero de vez en cuando me parece que hay una cara conocida entre las demás ―levantóse para acercarse al vaso del que Agustín minutos antes le había apartado―. Veo a mi hermano, mirándome, luego me doy cuenta de que está muerto y desaparece.

<<<A veces te he visto a ti también>>.

―¿Cómo está cuando lo ves? ―preguntó con la voz insegura, quizás no era el tema de conversación más apropiado.

―Mojado de la cabeza a los pies, carga dinero atado a los tobillos.

<<Y tú estás con la ropa blanca manchada de sangre, y me miras con el odio del vecino agonizante>>. Sintió nacer bajo el párpado el principio de una lágrima que no se atrevería a llorar.

―Te he visto a ti a veces ―musitó Agustín―. He jurado escuchar tu voz, observar con mis palmas las facciones de tu rostro y sentir el aroma de la camisa recién planchada... Pero ese no eras tú, ¿no es verdad? Era nadie, era el aire de la habitación que estancado creaba a partir del tiempo la imagen que anhelaba.

―¿Anhelo entonces el suicidio de mi hermano?

―Tal vez deseas encontrar algo que hayas temido antes pensar...

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora