Las manos en los bolsillos, la sombra tallada en el piso por la luz cenital. La piel de los dedos arrugada, despegada del músculo, con un leve tambaleo que nadie más que su portador era capaz de notar. Los ojos helados, pero juveniles que asaltaban de preguntas a quien se acercara... Sí, era una persona interesante para Lucas, un ser que le recordaba de alguna forma a su propio padre, quizá, no estaba muy seguro eso, pero le daba esa calidez familiar con sabor a tarde de invierno que creía recordar vivir en su infancia. Verlo le causó tanta alegría como conmoción.
―Buenas noches, joven, ¿tendrá usted algún cigarrillo que convidar a un viejo? ―saludó don Ramírez fingiendo tormento, como si fuera mucho mayor de lo que era en realidad y las palabras se le escaparan al tratar de pronunciarlas.
―No, lo siento, pero, ¿tendrá usted algo de tiempo que regalarle a un muchacho perdido? ―una sonrisa brevísima.
―En eso puedo ayudarlo, sin embargo, ¿qué ganaría yo si no me da lo que pido? Sabrá usted que desde niño siempre fui comerciante ―contestó serio, como si de verdad se tratase de una conversación empresarial.
―Puede ganar varias cosas, entre ellas, el placer de mi compañía ―replicó con igual solemnidad―. Verá, desde niño siempre me consideré soñador.
―¿Y qué sueña usted que le hace creer ser un buen intercambio?
―Sueño que soy interesante, señor. Sueño que me agrada conversar y que usted me ayuda por mero gusto.
―¿Por mera familiaridad?
Un leve cambio de temperatura en su cuerpo, una corta y profunda sensación de vergüenza.
―Sí, sueño que usted me ayude como se ayuda a la familia ―pero la timidez le ganó y la última palabra casi no fue audible.
―¿Sabía usted que le estaba esperando? ―cuestionó afable acercándose―. Sospecho que no, que ha bajado por casualidad, pero yo no creo en esas cosas, no creo en el sinsentido. Necesito hablar con usted sobre mi nieto, mas sé de mirarlo que es mejor que hable sobre usted mismo.
―¿Qué tan mal está Agustín? ―reflexionaba sobre tantas cosas a la vez, que al pronunciar el nombre, no se le vino la imagen del dueño a la cabeza.
―Nadie se muere de esto de un día para otro ―cierto dolor tras la frase―. Puedes estar enfermo diez años, recuperarte, pasar la vida entera así, o morir al año. Así pues, supongo que es el estado de ánimo lo que marca la diferencia, dígame usted cómo considera que se encuentra encerrado en ese lugar.
―Usted debe ser lo único bueno que hay para él en esa casa... ¿Por qué usted me confía siempre cosas tan íntimas de su hogar? ¿Por qué es tan amable conmigo? ―tragó saliva antes de concentrarse en el frío nocturno. Había una respuesta que deseaba escuchar, pero que no atrevía a imaginar.
―Por amor y miedo. Verá, yo amo a mi hijo, y amo también a todos mis nietos, mas, siento especial cariño por Agustín... Quizás es porque fue el primero, o por la manera en la que Benedicto siempre lo trató, pero deseo para su vida todo cuanto pueda hacerle feliz ―los ojos en las estrellas, en el bebé recién nacido en sus brazos, en el tiempo dentro del reloj, y su nieto en cama―. Usted le regala alegría, sería una hipocresía de mi parte no agradecerle.
Lucas le miró con un poco de rubor en el rostro, era probable que siguiese siendo perseguido por el fantasma de la vergüenza. Pero contestó al comentario con la misma sonrisa que habría puesto al escuchar a su hermano halagarlo, se sintió calmado, y acosado por algo más que no alcanzaba descifrar del todo.
―Gracias ―comentó por fin.
El anciano caminó alrededor del farol marcando con su andar la circunferencia de la luz. En ese momento el joven creyó mirar a un niño pequeño.
―Lucas, ¿está usted ocupado mañana a la hora de almuerzo?
Sacudió la cabeza suavemente como gesto de negativa y sorpresa.
―Me gustaría que me acompañara a un lugar mañana por la tarde. Es de suma importancia que sea puntual y que no me decepcione cuando lleguemos, ¿entiende lo que le digo?
―No del todo. Pero iré si usted me lo pide ―confesó―. ¿Puede decirme de qué se trata?
―Si lo hago, me temo que usted no aceptaría. En realidad, le pediré que me asista en una reunión y luego en una breve conversación de negocios ―le miró con suspicacia―. Solo debe prometerme que mantendrá la compostura.
―¿Por qué me lo está pidiendo desde ya?
―Lo esperaré afuera de su casa a las once.
David había preparado su hogar para recibir a Fernanda. La casa estaba amoblada con todo cuanto ella pudiera desear y ya tenía terminados los trámites necesarios para que pudiera continuar sus estudios en el lugar si lo quería. De vez en cuando, durante los preparativos, le invadía la tentación de escribirle a Agustín, sin embargo, le daba pánico intentarlo; pues sentíase culpable de lo ocurrido entre Lucas y Benedicto. Temía que Agustín no lo mirara igual que siempre, y temía también que lo hiciera...
El rubio esperó cartas de su amigo desde que le vio partir, mas ninguna llegó nunca a su nombre y con el paso de los meses asumió que no debía seguir prolongando la expectativa, se limitó a solo aguardar por noticias de Lucas. Trató de no pensar en David, en lo mucho que lo amaba, ni en las veces que deseó realmente ser su hermano, trató de olvidarlo todo y de prepararse mentalmente para el viaje que él mismo emprendería, pero no podía sacarse a David de la cabeza, estaba comenzando a odiarlo. Su corazón latía con promesas de hermandad y traición.
El joven Poblete, en tanto, seguía arreglando las cosas con la esperanza de que su hermana pudiera regalarle la compañía que necesitaba. Ignoraba el hecho de que la vida de Ramírez podía llegar a extinguirse, así como ignoraba que su hermana se casaría y se alejaría de él al poco tiempo de llegar al país.
La noche siguiente Agustín fue presa de un repentino ataque de energía. No quería estar quieto, ni tenía ganas de leer, deseaba fumar un cigarro y beber vino del más barato que tuvieran en cualquier local que estuviera abierto, luego encontrarse con Lucas, tocarle, besarle, sentir que de su cuerpo emanaba calor al encontrarse con el suyo. Quería volver en el tiempo al día en el que lo conoció y saltarse todos los pasos que le tomó hablar con él, emborracharse y jugar y bailar... ¡Nunca bailaron juntos! Eso era un desastre, él era muy bueno, sobre todo cuando se trataba de Charlestón. Seguro que si se escapaba en ese segundo, Lucas le recibiría sin preguntar, y aceptaría cualquier cosa que le propusiera.
Solo debía saltar de la ventana y sentir el frío helarle el pecho a través de la camisa, un frescor breve antes de sentir el mareo tibio del alcohol y los abrazos. Esa noche no había tos, ni fiebre, esa noche era libre y supo que como esa vendrían muchas más, que podría viajar tan lejos como quisiese.
Ya tenía medio cuerpo fuera de la ventana cuando su padre entró furioso a la casa.

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Nosotros [COMPLETA]
RomantikLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...