Vaivén

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Una fina capa de hielo que se triza al entrar en contacto con una sola gota de agua. Cada pedacito desigual cae sobre una infinita extensión de oscuridad, que alberga dentro de sus misterios la temida verdad del razonamiento.

Enterarse del posible matrimonio de Agustín significó un quiebre extraño dentro del pecho de Lucas, probablemente era la primera vez que sentía algo semejante. Sus facciones no tardaron en mostrar su turbación, quizás los brillos de las luces y del sol pudieron por un corto momento reflejarse distorsionados en sus ojos; puede que también sus cejas se hubiesen torcido brevemente, y su boca mordido la parte interna de los labios. Pero todo aquello habría ocurrido tan rápido, que ningún espectador podría haberlo notado, a menos que previamente le estuviesen poniendo atención.

—Si no te contó es por algo, niño. Todavía puedes arreglar tu vida, olvídate de estos temas y sé feliz lejos de esta casa, eso es lo mejor para ti —contestó Benedicto, observando con asombro la conmoción de su interlocutor.

—¿Me disculparía un momento? —preguntó el joven, y sin esperar contestación se dio la vuelta, perdiéndose entre el gentío sin tener en mente un rumbo fijo.

<<Por supuesto... es normal que un hombre de su edad deba casarse, el problema fue no haber querido ver esa realidad antes ¿Por qué no lo había pensado? Me lo dijo cuando empezamos a hablar, ¿no? Algo sobre que su libertad iba a terminar pronto... Es hasta tonto no haberlo imaginado... más tonto aún es lo que yo sí me imaginé. Desde el inicio esto no ha estado bien, nosotros dos no estamos bien, ¿desde el inicio no estamos bien?>>, pensó, dándose cuenta con sorpresa de que se hallaba frente a una puerta cerrada, en un lugar de la casa que le era desconocido.

—Agustín, allá está tu papá —señaló apurada Fernanda a su amigo.

Ramírez no prestó atención a las palabras de la joven, ni a las de David, no pudo escuchar nada luego de que ella dijera que Benedicto estaba discutiendo con Lucas. Su respiración y el latir acelerado de su corazón era todo lo que oía. Lo que motivaba su avance, bien podría haber sido una mezcla de preocupación, temor y enojo.

El espacio le parecía distorsionado, como si la casa se expandiera y achicara con cada paso; las caras de sus familiares se volvieron difusas, y así también la forma de las cosas a su alrededor; el Tic Tac del reloj de la sala, era como nunca eterno, cada oscilación del péndulo tardaba horas en marcar los segundos, Ramírez no podía estar seguro de que todo aquello fuera meramente una respuesta física a su estado mental.

Al verlo llegar, Benedicto le analizó con severidad antes de intentar hablarle.

—¿Dónde está? —cuestionó el primogénito, seco.

—Esas no son formas de hablar a tu padre.

—¿Dónde está?

El hombre, molesto por la insolencia de su hijo no contestó nada, ni cambió su expresión indiferente. El control de la situación era algo que él y nadie más debía poseer, si bien podría haberse alterado con un desconocido, frente a su sangre debía dar todo para mantener su superioridad en la jerarquía familiar.

—¿Le dijiste algo? —preguntó alterado, pero manteniendo la compostura.

El hombre solo dio como respuesta una pequeña sonrisa.

—¡Sí lo hiciste! ¡¿Qué le dijiste?! ¡¿Dónde está?!

—¿Te acuerdas de qué ocurrió la última vez que te encontré con alguien "así"? Que nada te haga pensar que solo porque has crecido el castigo no se repetirá —contestó fingiendo calma, creando poder y orden con su voz, mientras que al mismo tiempo vigilaba con profundo temor las posibles miradas de los contertulios.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora