Solo luna, luna eterna seguida de nada

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―No, no es que quiera, pero ya creo que es tiempo, ¿no lo piensa así usted?

El hombre de traje a su lado no respondió, ora por el traqueteo ora por educación. El viejo aquel gustaba de hacer preguntas que no ameritaban respuestas, y si le había dado trabajo por esas semanas era precisamente por su capacidad de saber cuándo callar.

El anciano llevaba sobre los pantalones grises un manojo de documentos desordenados, las primeras dos hojas tenían una mancha de café sobre ellas en la esquina superior izquierda.

―Ese cabro malcriado que tengo de hijo seguro que perdió la plata que le pasé, ¿yo le conté eso cierto? Que el muchacho nunca fue bueno ni con la gente ni con los números ―el trabajador movió la cabeza como signo de aprobación―. Yo sé que perdió mercancía que quería importar hace unos años, pero no le dije nada, quería ver qué era capaz de hacer, hasta ahora no he recibido noticia alguna del hecho, ¿sabe qué significa?

La cabeza hacia los lados, negación. El café se movió dentro de la taza al pasar el tren por una curva.

―Quiere decir que la lío más, por eso no ha presumido nada.

Anteojos gruesos reposaban sobre el rostro del abuelo, su cara pálida dejaba ver las venas que se escondían muy apegadas a la piel. Usaba un blanco bigote que combinaba con los escasos cabellos que aún se rehusaban a caer.

―Yo creo que "no me queda mucho hilo" ―rio de su propio chiste, recordando volantines cortados por la falta de hilo en sus carretes―. Por eso quiero ver al Agustín, al pobre cabro lo deben tener coartado en esa casa, puro que quieren casarlo, ¿no ve? En vez de dejarlo que viaje o qué sé yo, si tan lindo que es viajar, ¿no cree?

El hombre asintió.

―Chile está tan atrasado... mire, se va a dar cuenta apenas lleguemos. Yo encuentro que Buenos Aires es muchísimo más bello que Santiago, nuestra capital me parece un pueblo mal organizado. Más encima ahora todo este atado* con Alessandri y los militares, ¿ve? Los amargados que llevan mi apellido deben haberse juntado a puro gritar y llorar por los rumores de la constitución nueva, ¿se imagina usted? Por eso mismo los invité a la casa antes de llegar, así me ahorro el griterío ―golpeó con fuerza las hojas en sus piernas―. ¡Por firmado le doy que ninguno de esos pensó en la oportunidad que puede significar esto!

Esta vez su acompañante no hizo ningún gesto, solo pensó en lo mucho que el anciano gustaba de hablar.

―¡¿En serio estaba buscando a Lucas?! ―Fernanda parecía enojada, pero no con su hermano.

―Sí, pero ¿qué le iba a decir? Si yo con ese tipo apenas y he hablado ―ojos convertidos en el reflejo de madera, un sabor extraño en su boca, un sabor que no le gustaba, tiempo llevando enojado por algo que no entendía.

―Es que me parece que el tío... no he hablado con el Agustín...

<<¿Que el tío qué?>>.

Los ojos de ella llevaban semanas preocupados, demasiadas cosas en muy poco, ojeras oscurecían las mejillas tiernas de su rostro. Su belleza se apagaba, se sumergía en el temible río de la ansiedad.

Él tenía esa sensación de nuevo en el pecho, quería morirse, pero ni siquiera sabía por qué. No necesitaba para torturarse una razón; todo lo que tenía a su alcance era la noción de un abrumador sentimiento que anhelaba por sobre todo el ahogo.

―¿Qué pasa con el tío?

―Es que creo que... ―miró por la ventana―. No, no importa. Oye, tengo que leer un par de cosas para una clase, así que debo ir a la biblioteca en un rato, ¿me acompañas? ―dijo sin siquiera tratar de ocultar su desesperación por cambiar de tema.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora