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Mientras Agustín tenía afirmada la mano de Lucas, notó los bordes manchados de tinta verde sobre la mano derecha. Al mismo tiempo que sus ojos se fijaron en la imperfección, las voces comenzaron a disminuir, el furor se deshacía ya víctima del sueño alcoholizado.

―Tu camisa está manchada.

―No es mía... la manché más temprano en la noche ―sintió la herida bajo la tela―. ¿Te conté que hoy vi a tu papá?

―No, no lo hiciste ―quizás eso le molestó―. ¿No pensaste que era importante decírmelo?

―La verdad, siento que solo ahora lo recordé del todo... los recuerdos de hoy me parecen más lejanos que los de hace años.

―¿Llegaste a alguna conclusión después de verlo?

―Que tiraría piedras a su casa si no fuera también la tuya.

El corazón de Agustín latió más cerca de su pecho, percibió claramente como su sangre tibia se movía a través de sus venas.

―¿Y si lo hacemos?

―¿Ir a tirar piedras?

Hizo un gesto con la cabeza para asentir, mientras imaginaba a la madre de Lucas recogiendo también los fragmentos del opaco vidrio de la ventana de la cocina.

―Yo también quiero hacerlo en lo que era tu casa.

Lucas no fue sorprendido por el comentario, a pesar de no esperarlo. Él mismo lo hubo reflexionado varias veces, tomar esa actitud impulsiva e infantil tan dañina, únicamente para darse el gusto de generar daño, de que su madre se acordara por medio segundo al día del hijo en el que no quería pensar, el muerto que aún estaba vivo. Puede que lanzar piedras no hubiese sido exactamente lo que antes había imaginado, pero ciertamente no sonaba del todo mal.

―¿No crees que es mala idea? ―su sonrisa y tono burlesco, denotaban su interés.

―Lo creo.











―No pienso igual ―decía David.

―¿Por qué no? ―Agustín estaba molesto.

Ambos volvían a tener veinte años recién cumplidos, sus voces estaban un poco cambiadas.

―Porque tú ya no me hablas, ¿cómo voy a confiar?

―¡Eres tú el que me ignora! Yo quería hablarte, verte, pero tú siempre te vas y ya no me cuentas nada, ni siquiera el porqué...

El rostro de David se enrojecía, a saber por cuál emoción. Su ceño fruncido y las manos empuñadas le hacían parecer un poco amenazante.

―¿Cuándo tomas el tren?

―En unos días.

―¿Cuándo te mueres?

―En unos meses, ¿y tú?

―Unos años más, supongo... ―y las cabezas de ambos se posaron sobre Fernanda.

―¿Cuándo te mueres tú? ―preguntaron al unísono.

Ella no fue capaz de contestar, cuando trató de hacerlo, Lucas la observaba desde arriba como ayudándola a ponerse de pie.

―¿Con qué soñaste? ―curioso, pero además de eso, casi falto de emoción.

―Soñé con mi hermano y con Agustín... ―su voz era un susurro helado.

―¿Contestaste lo que te preguntaron?

―No, no quise... ―las manos las tenía temblando. Una sensación fría le recorría la nuca.

―Debiste hacerlo, porque aquí sabes la respuesta tanto como yo.

―Tu respuesta es la misma de Agustín, ¿por qué?

―Porque aquí no hay que pensar. No lo entiendes por los ojos con los que estás viendo ―Lucas tomó el rostro de Fernanda y cuidadosamente le arrancó los ojos desde las cuencas.

No hubo dolor ni llanto. Ahora, ella se encontraba observándose a sí misma, y aunque no podía controlar el cuerpo ni hablar, sabía que la vista que había tomado prestada era la de Juan.

―Tenemos que empezar a movernos ―decía ella con un tono metalizado.

Se veía tan cruel y fría a esa distancia que no era íntima. Su postura perfecta no revelaba el miedo que bañaba sus palabras al pronunciarlas, y solo ella lo sabía.

―Tienes razón ―la muñeca de Juan oculta en el pantalón, los pies cubiertos apenas por los zapatos rotos.

<<¿Cómo va a saber él que me preocupo y temo si no se lo cuento, si no nota en mí la más mínima seña de miedo?>>

Lucas le colocó los ojos de nuevo.

―Es por eso que no puedes responder ―contestó él―. No sabes todavía "ver".

Fernanda despertó exaltada. Su respiración pareció tragarse todo el aire fresco de la habitación en la que dormía, eran las tres de la mañana.


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Mil disculpas por lo corto del capítulo, tuve algunos problemas familiares y no tuve demasiado tiempo para escribir.

Muchas gracias por leer:(

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