Cuando salió de la casa sintió un escalofrío en el pecho que lo obligó a detenerse.
Si se pudiera comparar con algo, sería el dolor de un infarto, Lucas pudo notar como por un segundo ya no tenía vida en el cuerpo, y con ello le sobrevino un inmenso deseo de huir de la decisión que estaba tomando, o más bien de cumplir con su palabra.
No era la primera vez que dudaba, ni sería la última. Nadie que haya amado a otra persona puede decir que uno pierde la individualidad por hacerlo, pero, ¿qué pasa con aquellos como Lucas que no tienen ejemplos sobre cómo vivir una relación, ni experiencias previas?
Marcharse de Chile, aunque no tuviera nada allí, significaba un cambio tremendo en su idea de futuro, antes lo deseaba con desespero, pero en ese momento, fuera del hogar que lo vio crecer, se preguntó si efectivamente tenía el valor o había dejado que sus palabras pesaran más que su mente.
Recordó su tiempo en el liceo, cuando estudiaba apasionadamente francés y creía que sería alguien, cuando miraba a su hermano con cierto desdén por no comprender el valor de los libros que le recomendaba.
Estaba paralizado en el antejardín, sin embargo, no se le ocurrió mirar atrás, no quedaba en su espalda ningún cariño que quisiera admitir hacia sus padres. Si hubiese girado un poco la cabeza habría visto a su madre observarlo con los ojos llorosos en el umbral de la entrada, aunque no podría haber visto los dedos de María Esther clavados en la madera en búsqueda de firmeza.
Luisa le comunicaría más tarde que eso era todo lo que ella tendría como despedida y que se lo merecía, le valió una dura cachetada.
Qué raro se sentía revivir esos tiempos de la adolescencia y la primera parte de la adultez, no le separaban muchos años de esos momentos, pero de todas formas le parecían infinitamente lejanos, como un sueño que se recuerda al despertar. No podía creer que ese muchacho obstinado que creía poder obtener el mundo entero se hubiese convertido en un hombre tan temeroso e inseguro, que buscaba aparentar fortaleza por medio de falso orgullo. ¿Cómo podían ser lo mismo? No lo eran, pero respondían al mismo nombre y hablaban con la misma voz.
<<Ya se me va a quitar>>, se dijo. Pero nunca se le quitó.
Avanzó apuradamente rumbo a Estación Central. Pasando por la ciudad muerta que solo pertenece a los borrachos y los pobres que, sin un techo, vagan para entrar en calor. Él había sido ambos en diferentes momentos, y esta idea le causó más gracia de la que debería. Su tenue risa reverberó sobre los adoquines y los guetos, opacada únicamente por el llanto de un bebé recién nacido y pronto muerto en una lejana y hacinada habitación.
Agustín abrazó a su amiga efusivamente, seguro de que ya no tendría otra oportunidad de hacerlo. A Juan lo estrechó también cariñosamente, aunque con menos sentimentalismo, para luego tenderle la mano a María.
―Ha crecido mucho usted, señorita ―le comentó notando sus ojitos somnolientos―. Probablemente, no me recuerde, soy amigo de su hermano mayor.
La niña bostezó tapándose la boca delicadamente.
―Es usted Agustín, mi hermano me dijo...
El rubio pareció sumamente complacido por ese reconocimiento que, entre tantas cosas, reflejaba el aprecio que Juan de Dios le tenía.
Un conejo.
―¿La dirección de David sigue siendo la misma? ―preguntó a Fernanda con algo de timidez.
―Sí, es allá donde nos quedaremos ―le dio una palmada en el hombro―. Así que debes enviar una carta apenas llegues a destino, para poder seguir sabiendo de ustedes.
El hombre esbozó una sonrisa triste y volvió a abrazarla.
―Has llegado lejos, y no me cabe duda de que avanzarás aún más, Fer ―dirigió su mirada hacia el joven y la pequeña―. Tú también, siempre has sido mucho más fuerte de lo que aparentas.
―Lo mismo puedo decir de ti... ―murmuró Juan, quien trataba, dentro de lo posible, de ocultar su asombro frente al estado de Agustín.
Ramírez consultó su reloj de bolsillo y concluyó que debía irse si deseaba llegar a tiempo. La última parte de la despedida fue un nuevo abrazo más pausado y tibio.
Anduvo con lentitud a través del frío que antes tanto ánimo le brindaba. La noche le parecía lejana y la luna una mentira que se reía de su falsa libertad, pero no era eso un sueño, eso lo sabía porque cada tanto se cansaba, le costaba respirar y debía detenerse. Era un esfuerzo pequeño, que para alguien cuyos músculos se hubieron acostumbrado al sedentarismo, era más bien una odisea.
Cada peso era un deseo, hambre por un futuro nuevo que deseaba más que cualquier otra cosa. Pensaba en Lucas, en su cabello liso, en sus ojos desgastados, pero brillantes, en la voz con la que decía su nombre y en la risa que a veces le atacaba. Imaginaba todo el tiempo que tendría ahora para mirarle, para tocarle y se sintió la persona más afortunada del planeta.
Recordó cuando le vio por primera vez, cuando le escuchó hablar con esa pasión y fervor que le desbordaba a veces, y sintió nuevamente la impotencia de no poder estar más cerca, de tener que esperar días para encontrárselo, la tristeza de que Lucas no supiera su nombre. ¡Todo había cambiado tanto! Y eso era excelente.
Lucas sostenía en su mano derecha dos boletos que le permitirían cruzar la frontera antes de Mendoza. El tren partiría dentro de poco, pero Agustín aún no se aparecía en el lugar, el terrible pensamiento de haber sido abandonado comenzó a quebrarle de a poco la calma. Caminaba de un lado a otro por el andén sin consuelo. Movía las manos con más intranquilidad de la usual. En ese momento se dio cuenta de que marcharse con Agustín era la única opción que tenía, imaginarse no poder tenerlo cerca fue incluso más aterrador que dejar todo lo conocido.
Entonces esa otra imagen llegó, esa que trataba siempre de alejar. Lo vio muerto sobre una cama de sábanas blancas, con los ojos verdes vueltos gris, los labios resecos y la mandíbula abierta. De repente quiso vomitar, un grito se le había metido en la garganta.
<<Pero a él no le ha pasado nada, ya vendrá. Ya vendrá y todo estará bien>>, se dijo al notar que un hombre le miraba deambular.
Cuando lo vio, lentamente, caminar en su dirección, no pudo evitar correr hacia él y abrazarlo de tal forma, que el pobre casi cayó al suelo. Lo habría besado de no ser porque Agustín se lo impidió.
―Aunque debo decirle que verle es también un agrado, estoy en la obligación de recordarle que hay más personas a nuestro alrededor ―musitó en su oído.
Lucas frunció el ceño brevemente. Sabía que el otro tenía razón, pero le había molestado que lo rechazaran.
―Estoy contento de verle en condiciones de viajar ―contestó con cierto desdén y elegancia.
―Si no quiere que le acompañe, siempre puedo quedarme ―vio el miedo en los ojos de Lucas y se arrepintió de su broma―. ¿En cuánto más debemos abordar?
Esa noche, en la oscuridad del camino, durmieron sosteniendo las manos del otro. Ninguno soñó con futuros fatídicos, ni miradas rotas en sus espaldas; ninguno sintió nada, además del calor vivo del otro en el frío del paisaje estrellado.

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Nosotros [COMPLETA]
RomanceLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...