<<Una vez soñé con una ventana vacía. Al otro lado, no existía ni mundo ni reflejo, pero sin lugar a dudas, era una ventana. A través de ella uno no veía, solo sentía... Fue eso lo que le conté a mi amigo la última vez que lo vi. Hace mucho tiempo que no hemos tenido la fortuna de encontrarnos, pero sé que pronto seremos capaces de reunirnos. ¿Han pensado si es posible vivir a través de los sueños? Resulta lo mismo que la ventana sin nada detrás, se puede, pero pierde un poco la gracia. Esta historia es sobre eso, sobre la vida entre la guerra y la imaginación...>>. Pensó Lucas sentado a la orilla de su cama, y comprendió que por fin había tenido una idea decente para comenzar a escribir una historia. Tuvo la certeza de inmediato, de que podría publicarla en algún periódico bajo el seudónimo adecuado, se sentía muy orgulloso de sí mismo, y triste a la vez. Deseaba poder contarle la buena noticia a Agustín, pero no por medio de una carta, quería ir a verle, hablarle, escucharlo.
Se preguntó entonces si es que seguía teniendo miedo de Benedicto. La respuesta no estaba en ninguna parte de su mente ni de su corazón, para ser precisos, era poco lo que cabía en ese momento dentro de su pensamiento. Tan tranquilo como estaba con los ojos fríamente firmes y las manos relajadas, era difícil prestar atención a la sangre sobre su camisa y pecho, y más difícil resultaba mirar al inerte vecino tirado en la húmeda tierra del piso. El mundo a su alrededor se encontraba envuelto por una fina tela de ensueño que bañaba de quietud la realidad.
Cuando Fernanda golpeó la puerta, Lucas se levantó y la hizo pasar haciendo caso omiso al desastre que él mismo era.
―¿Estás herido? ―fue lo primero que ella preguntó, luego de asegurarse de cerrar la puerta a una velocidad que solo la desesperación otorga a las personas.
Lucas movió la cabeza en señal de negación. Puede que sus ojos estuvieran llorosos.
Fernanda pensó demasiadas cosas en muy pocos segundos, al tiempo que trataba de ocultar los grandes deseos de vomitar que la abrumaban.
―Lucas, ¿hay un por qué? ―en su tono, ningún rastro de turbación.
El hombre asintió con la cabeza al principio con un suave movimiento, que luego se tornó frenético. Sí, no había duda de que lágrimas le llenaban el rostro.
<<El ojo, su ojo, el niño, el ojo, la niña llorando, su hijo está al lado, su ojo, la mano, la mano cuando desperté, la mano bajo mi camisa, la botella, la botella quebrada, el niño llorando, la niña llorando, su ojo mira sangre con vidrio en la piel trizada>>.
La mirada de Lucas probablemente explicaba más que cualquier palabra que en ese momento él hubiese podido pronunciar con respecto a lo ocurrido en su casa.
―Se me ocurrió por fin una historia ―comentó con la voz extraña, sonriendo―. Sé que le va a ir bien, hasta creo que me la recibirán en los periódicos.
―¿En serio? Eso es muy bueno, Lucas ―hablaba como lo hacen aquellos que se dirigen a un público infantil―. Pero tenemos que salir de aquí, ¿tienes listas tus cosas?
―Ah, es cierto ¡Eso estaba haciendo! ―se miró al espejo, pero no vio su reflejo―. Estaba ordenando para salir, quería irme... Fernanda, tengo que irme o me voy a morir, si no me marcho, me voy a tener que morir y no quiero eso, no todavía, ahora no puedo, ¿crees que podamos pasar a halar con el Agustín? Solo será un momento, quiero contarle la historia que se me ocurrió, porque la estoy haciendo para él, ¿podemos ir?
―Sí, pero no podemos ahora, ¿te parece ir a mi casa? Tengo una habitación que puedes usar, diré que eres amigo de mi hermano ¿Te parece bien eso? ―la joven estaba horrorizada, mas no se atrevía a expresarlo. Pensó que Lucas se había perdido a sí mismo de forma irremediable.
Fernanda nunca se había acercado a Lucas más allá de lo necesario, era para ella un amigo de personas a las que quería, no un amigo suyo. El por qué se arriesgó para ayudarle en esa situación, era solo algo que ella podía saber, a lo mejor se imaginaba que Agustín empeoraría si Lucas sufría, así como también es muy probable que la vulnerabilidad de él despertara en ella algún tipo de simpatía, o incluso compasión.
―¡Yo no soy amigo de David! ―gritó asaltado por sentimientos que nunca había analizado.
―¿Tienes un abrigo? De tenerlo, colócatelo y salgamos ―una mirada furtiva a los ojos abiertos del vecino. Náuseas otra vez.
Salieron de la habitación en silencio, a fuera el día seguía vivo y Fernanda temió que se notaran las oscuras manchas en la ropa de Lucas. Ella caminaba adelante, mientras que él la seguía con la cabeza gacha a una prudente distancia, sin dejar que ningún pensamiento le asaltara, solo las órdenes dadas por la joven ocupaban su pensar: "Anda detrás de mí, no al lado, y no mires a nadie". Un pie y luego el otro, un paso, una piedra, un adoquín, un insecto muerto, mierda de caballo, motores, voces, voces, ¡muchas voces! ¡Demasiadas voces! Y un pie, después el otro... así hasta llegar a casa de Fernanda.
Dentro no había nadie además de una anciana empleada que desde hacía años guardaba para con la chica más indulgencia de la pertinente. Ambos entraron en silencio y subieron juntos las escaleras hasta el segundo piso, Lucas recordó la primera vez que Agustín le hizo pasar de noche a su casa y sonrió.
El cuarto de David estaba exactamente igual a como él lo había dejado. Ordenado a la perfección y casi sin muebles ni ropa dentro, solo unos cuantos libros sin leer amontonados por ahí.
―Quédate acá mientras te traigo agua para que te laves ―ordenó Fernanda.
Lucas, en silencio sentóse sobre la cama, palpó entre sus manos las suaves sábanas y dejó que el aroma a limpio le llenase. Hacía mucho que no estaba en un lugar que considerara lindo, el orden lo tranquilizaba, y el silencio le servía de soporte.
Se recostó, y cerró por un segundo los ojos, o eso pensó. Para cuando despertó, su ropa estaba cambiada y no quedaban sobre él rastros de sangre. Le costó un poco ponerse de pie, se sentía débil, pero lo consiguió al cabo de unos minutos.
Como si recién hubiese entendido todas las cosas que había dicho a Fernanda en las horas pasadas, la necesidad de explicarle todo lo ocurrido a la joven lo desbordó en forma de desesperación.
<<No soy un asesino>>, pensaba tratando con todas sus fuerzas de bajar las escaleras, sin saber que al llegar hasta el último escalón, descubriría que la casa estaba vacía, ni que cuando mirara por la ventana, notaría la luz en la habitación de Agustín encendida...
Si Fernanda no hubiese estado hablando con Juan a escondidas, quizás Lucas no habría tomado la decisión de ir directamente hasta la puerta de entrada de la casa vecina.

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Nosotros [COMPLETA]
RomantikLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...