"Te lo prometo"

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Juan salió de clases alrededor de las dos de la tarde. Luego de su corta conversación con Lucas, un fuerte presentimiento le llenó el pecho, ya no quería acudir al encuentro con Fernanda, solo deseaba regresar a casa y comprobar el estado físico de su madre. Pero no podría haber evitado ir a la cita dada por la joven, no cuando su propia progenitora le hubo rogado que asistiera.

Desde hacía dos noches que dormir le estaba costando, el cansancio comenzaba a mermar su carácter por lo general correcto y dócil, aunque él mismo era incapaz de notarlo. Quien sí lo notó fue Lucas, pero se abstuvo de hacer demasiados comentarios al respecto, más por no parecer demasiado preocupado, que por desinterés.

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<<Si Dios escuchara mis plegarias, ¿cuánto de todo esto habría cambiado?

Las piedras lloran la sangre de sus muertos que sobre ellas abre caminos de lápidas. El portador de la muerte sugiere en un susurro que la agonía es lo mejor que ha sentido durante su existir, que el dolor es soportable solo porque desea más que nunca aferrarse a la vida. La luna es la sentencia, el atardecer se alarga.

"Cuando amanezca no habrás de preocuparte, porque será la más extraña de las mañanas, no saldrá sol, solo luna, una luna eterna seguida de nada", contesta el reloj roto junto al bolsillo, esperando del tren la llegada. Los rieles indiferentes se tambalean sin quebrarse y musitan entre el frío que compone sus partes, que el escape será tangible, solo cuando la realidad esté trizada y el espejo ya no pueda reflejar ningún alma.

Vivo por no morir, vivo por promesas, vivo por un toque, por una mirada, una sonrisa y esa única lágrima que roza la piel de tu cara>>.

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Ese día Fernanda solo asistió a una clase por la mañana, y retornó brevemente a su hogar para poder escoger un vestido diferente, uno que no pudiese ser reconocido por su cita, pero con colores opacos que se mimetizaran con los adoquines de la calle y los grises trajes de los demás capitalinos.

Mientras la joven comprobaba si el sombrero seleccionado le sentaba correctamente, un portazo le obligó a desviar su atención hacia la entrada. Su hermano acababa de ingresar notoriamente enojado, y con los ojos inyectados de delgadas líneas rojizas. Probablemente había ocultado su turbación en las calles, pero encontrándose en casa, no pudo evitar quebrar su mal construida fachada de indiferencia.

—¡David! ¡¿Qué te pasó?! —preguntó Fernanda nada más verlo.

—¡Nada! —vociferó su hermano.

—Ya. Si me vas a gritar, no pienso hablar contigo. Cuando te calmes me avisas —dijo tranquilamente la joven.

David colgó su sombrero, y con tono arrepentido contestó:

—Perdón, Fer... Estoy un poco enojado.

—No se notó —acotó ayudándolo a quitarse el abrigo.

—Discutí con dos personas hoy, para que veas que aprovecho bien el tiempo.

La joven suspiró, en sus ojos se veía nostalgia muy bien reflejada.

—¿Por qué te enojaste con el Agustín? Para qué pregunto, seguro fue porque como siempre cada uno habló sin prestar atención a lo que decía el otro, ¿o no?

—¿Cómo supiste que fue con él?

—No hay nadie más con el que te importaría haber discutido, bueno, descontándome a mí —dijo mientras caminaba hacia la habitación de David.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora