Una vez atado por la espalda, colocó su manó bajo la nariz del esposo. Con alivio notó que seguía respirando, cosa favorable para ella y más favorable aún para los hijos menores que quedarían pronto bajo el cargo del padre.
Al principio se preguntó bien qué hacer trazando planes por montones, sin embargo, incluso allí parada frente a Benedicto, inconsciente, seguía tratando de decidirse por el más adecuado castigo, o la "muestra" más pertinente. Solo tenía claro que debía darse a conocer, revelarse ante él antes de partir al futuro que deseaba. Pensó en fuego, pero desistió de la idea por miedo a que pudiera provocar un accidente, finalmente se decidió por la taza de té y el sello que usaba para las cartas.
El hombre se movió emitiendo un leve quejido que asustó a Asunción.
―Incluso si la amarra es débil, no debería ser capaz de romperla si está atado por la espalda, continúe ―le dijo Pedro para calmarla.
―Tiene razón, ya hemos reflexionado sobre eso ―la mujer tomó las tijeras, y lo rapó mientras sus manos temblaban―. Me ha parecido por un momento más fuerte de lo que realmente es.
En su mente repasó las cachetadas, los agarres y los gritos. Era, en efecto, mucho más grande en sus recuerdos. Por primera vez se preguntó cómo debió haber aparecido el hombre frente a los ojos de un niñito de cinco años que no sabía de bien o mal; aunque no empatizó con Agustín, sí sintió compasión por él y si se lo hubiera dicho, quizás el final de esta historia habría sido distinto, pero no tuvo oportunidad de hacerlo.
Ese día Agustín no se sintió bien. Despertó absurdamente temprano luego de una terrible pesadilla, que le hizo entender la pregunta que Lucas le hubo dicho semanas antes.
Soñó con un cine rojo, con flores rojas, con un tren y un conejo atropellado cuyos ojos salían de su cabeza como una grotesca caricatura.
―¿Por qué miras tanto a ese conejo? ―le preguntó a González, pero él parecía decidido a mantener un concurso de miradas con el animal.
―¿Por qué más? ―contestaba él, burlesco―. Pues porque somos lo mismo, ¿no lo ves? Yo lo sé desde hace tiempo, eres tú el que aún no lo entiende.
―¿Qué?
―Exacto, pero una vez que lleguemos a destino en unos días, lo verás ―junto al conejo, un bello zapato café que parecía nuevo.
―Me estás poniendo nervioso, ¿podemos irnos? ―la pregunta le supo a sangre.
―Los conejos se paralizan con las luces del tren, por eso se mueren. Se quedan quietos del miedo y terminan dispersos entre las vías, igual que este ―Lucas reía―. Es divertido porque los entiendo, me pasó lo mismo.
Entonces Agustín vio una cama vacía, las letras de un telegrama, y tres o cuatro palabras que no quiso distinguir, pero supo su significado sin esfuerzo.
Despertó llorando desconsoladamente, era solo un sueño, era solo un sueño, era solo un pedazo de tiempo, era solo un final, eran solo dos finales, eran solo dos vidas, eran solo una vista que se acababa el mismo día. No lo entendió, pero lo entendería pocos días después de que el tren partiera de Estación Central.
Las palabras no le supieron a sangre únicamente en el imaginario, casi se había ahogado mientras dormía boca arriba. Agradeció que al menos la pesadilla sirviera para despertarlo, hasta cierto punto le salvó la vida... Era todavía de noche, quedaban muchas horas antes de partir, pero no quería esperar más, guardó todos los libros que podía cargar ―tres o cuatro―, las cartas que Lucas le había enviado y el corbatín que usó durante sus últimos años de liceo. La ropa la ordenaría después, cuando se asegurara de guardar la caja de dulces/cenicero en el bolsillo del pantalón que utilizaría. Aunque no había nada en el florero, juró ver flores rojas en él.

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Nosotros [COMPLETA]
RomansaLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...