Farol

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 Antes de que Juan diese un paso hacia adelante, Fernanda ya estaba parada junto a Lucas tomándole la manga de la camisa con cierto temor cercano a la rabia. Lucas parecía ser parte de las sombras sobre el piso, una silueta alargada, y poco distinguible que se movía como se mueven las piedras al oscilar la llama de una vela; adelante y atrás en un baile ilusorio que le da vida los pedazos de suelo quebrados, que de otra forma estarían claramente muertos.

―¿Nos vamos ya? Debiste esperar mucho... mira como tienes la ropa, hay que llegar a la casa antes de que te vayas a resfriar, David ―dijo mientras trataba de ignorar la perturbadora mirada del muchacho.

―¿Ya es tarde? No me di cuenta ―respondió sin moverse―. Me mantuvieron entretenido, pero lamentablemente no pude terminar de escribir.

―Bueno, eso lo podemos ver después ―continuó mientras caminaban juntos hasta la entrada, ya nadie les miraba. Solo el chico al que Juan de Dios tristemente reconoció.

Benedicto había tomado once en casa de un colega, pero no se sentía lleno. El té le supo extrañamente desabrido, también el pan, la mantequilla y la mermelada, cosa rara, sabía perfectamente que los demás hubieron disfrutado todo sin inconvenientes. Podía respirar a la perfección y no se sentía físicamente mal, pero no notaba el sabor de las comidas, y los colores le llegaban más opacos a los ojos mientras volvía a casa.

Se engañó a sí mismo pensando que quizás se debía al nerviosismo que le generaba convivir con lo que él consideraba, otros seres humanos deplorables. Mas, estaba plenamente consciente de que eso al menos, no era lo que le estaba haciendo percibir la vida diferente... Quería, como nunca, hablar con su padre, deseaba contarle todo y que este le respondiera con un "No se preocupe, ha obrado usted bien", ciego y protector que solo pueden regalar las palabras pronunciadas con el amor hacia un hijo. Necesitaba que alguien le dijese que no estaba haciendo las cosas mal, que con cada pisada suya no se quebraba más la salud de su familia, que con cada letra tallada en tinta no mataba sin quererlo otras vidas... No, no era culpa, era... ¿Soledad? Sí, eso debió ser, por ello cuando llegó a casa y descubrió que su padre no quería verle pasó rápidamente al enojo. El hombre mayor se preparaba para salir de la casa a encontrarse con una persona con la que sí era deseable entablar comunicación.

―¡Se me cayó todo sobre la carta! ¡Ya ni me acuerdo qué escribí! ―se quejó Lucas.

―¿Crees que me importa eso? ¿Qué pasó adentro, estabas peleando? ―Fernanda estaba nerviosa, notó un pequeño cambio en la manera en la que Juan miraba a Lucas.

―Ese cabro me conocía y parece que no soy santo de su devoción, nada más.

―Tú lo conocías también ―acotó Rojas, con algo de ironía―. Trabajaba con nosotros, me tuve que esconder para que no me viera, nos llevábamos relativamente bien.

―Sí me acuerdo, me costó reconocerlo al principio, creció mucho... Pero su odio hacia mí carecía de fundamento, se me echó encima poco después de que empezamos a hablar, de ahí únicamente me defendí.

―¿No habrás sido muy duro con él? ¿Le pegaste? ―continuó Juan de Dios.

González supo que dentro suyo volvía a aparecer esa emoción extraña que era tanto enojo como tristeza e injusticia.

―Me golpeó sin razón, por supuesto que algo tuve que hacer. Ese chiquillo me echaba la culpa de su accidente, como si yo hubiese apretado la guillotina con su mano debajo... Además, él sabía sobre mí, pretendía asustarme con eso ―y si su tono se hizo más duro, no lo notó.

―Todos los que te conocían en la fábrica saben lo que hiciste, y aquí estás caminando libre y sin problemas... él es un niño nada más, si te encuentra de nuevo solo ignóralo.

―Claro que todos saben y nadie hace nada, ese desgraciado que tuve por vecino no era alguien que otros pudieran extrañar, dudo mucho que siquiera dejen flores para él en la fosa común... Tú no viste lo que yo, no sabes cómo él era ni lo que hacía ―detuvo la marcha un segundo, se sintió débil―. Pero no me refería a ese tema. Aquel niño en el que te ves reflejado, me deseó la muerte porque no es capaz de verse así mismo, tú jamás harías cosa semejante, no te compares con él.

―¿No piensan que la conversación está alcanzando ya los límites de una discusión? ―interrumpió la joven―. Lucas manejó la situación de la manera en la que podía, y nosotros llegamos a tiempo para sacarlo de ahí, nada salió mal. Así que dejen, ambos, de darle vueltas al asunto por lo menos hasta que esté lo suficientemente lejos como para mirarlo con perspectiva.

―No me cuesta imaginarte diciendo lo mismo a David y Agustín ―contestó Lucas con una leve risa.

―Es porque así mismo fue, imagínate tener que aguantar a esos dos cuando eran adolescentes... Bastaba con que se miraran feo para que uno se sintiera mal ―bromeó ella.

Juan se quedó en silencio, supuso que no era parte de esa conversación, y viendo la confianza con la que Lucas lucía las ropas caras manchadas de vino, sintió que no encajaba en el cuadro que formaban al hablar. La educación y vida de Lucas, aunque pobre como la suya, había sido completamente diferente, a Lucas lo habían criado para ser el patrón del fundo aunque no tuviera un peso para respaldar el título; a él lo habían educado para nunca faltar el respeto y siempre esperar que los demás vieran en su andar una seguridad que en el fondo solo era mantenida por el amor de su familia.

―¿Cómo era Agustín cuando chico? ―preguntó a Fernanda esperando una respuesta distinta a la vez en que le hubo preguntado lo mismo al propio Ramírez.

―Igual de llorón y mal alumno, pero era imposible no querer jugar con él, inventaba los mejores juegos, uno nunca se aburría si lo tenía cerca ―miró a González con suspicacia―. El único problema es que las niñas de la cuadra estaban enamoradas de él y a mí me tocaba caerle mal a todas, y el otro ni cuenta se daba.

―Te diría que debió ser difícil, pero estoy seguro de que no te importaba demasiado ―contestó sin devolverle la mirada, manteniendo la sonrisa. Sin embargo había algo mal en su pecho, el corazón le pesaba como lo hacía en las noches antes de dormir, incluso estando en compañía.

Esa noche se sentó en el escritorio de su habitación prestada, e imaginó cuántas veces Agustín había estado en ese mismo lugar. Lo vio crecer en ese espacio, hasta llegar al momento en el que le conoció, y sin quererlo, envidió profundamente la suerte de David. No fue capaz de escribir y temía cerrar los ojos para dormir, estaba plenamente seguro de que a penas lo hiciera, vería a Pedro y su vecino, escuchando sus voces en una conversación eterna que desbordaría niebla.

Cuando salió de la casa, debían ser pasadas las once de la noche, y no supo por qué ver al abuelo de Agustín en la calle le trajo tanta calma. El anciano, en tanto, cargaba demasiado dinero entre sus ropas como para parecer tan despreocupado bajo la farola.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora