Coincidencia

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Cuantiosos fieles de diferentes clases sociales salían ese domingo de la finalizada misa del medio día. Lucas hallábase entre dicha multitud, acompañando a su madre y hermana.

Aunque sería equívoco decir que su apariencia era descuidada en el diario, Lucas se veía particularmente bien los domingos. Como acostumbraba llevaba su traje azul, la camisa blanqueada con el cuello bien almidonado, una corbata combinada con el pañuelo y los zapatos brillantes de tanto haberlos lustrado.

Frente a su madre y estando en el exterior jamás se habría atrevido a retirarse el sombrero, aunque al salir el sol pudiese acalorarse por culpa del accesorio. Había en él cierta inusual formalidad cuando de la religión se trataba, y eso quizás tenía más que ver con su propia decisión que con la crianza y normas de educación estipuladas por terceros. Dicho esto, no es difícil de explicar porqué la mente de Lucas se encontraba en un nivel diferente de abstracción esa tarde.

Llevaba a su hermana del brazo, pero ella nada le decía, él tampoco hacía un esfuerzo en tratar de imponer un tema de conversación. La madre caminaba adelantándose hacia la pérgola de las flores, popular centro de cultura donde los floristas vendían gustosos sus productos, lugar en el que declamaban los poetas y tocaban los músicos, un buen sitio para el paseo dominical de una familia supuestamente normal.

Debido a la rigurosidad autoexigida bien arraigada en la compostura del protagonista de esta historia, se vio sumamente sorprendido al notar una mano ajena sobre su hombro izquierdo. Era un toque suave, desbordante de confianza, que venía de alguien conocido —cosa esperable considerando la masa—, mas era también una carga contradictoria, familiar e incómoda, era una mano que pocas veces había sentido y que aun así podía reconocer y tener siempre en la memoria. Lo supo antes de darse vuelta, antes de mirar y antes de escuchar el saludo.

Soltó el brazo de Luisa, y con la mirada le señaló que avanzara hasta alcanzar a María Esther. Cuando la chica se hubo alejado, decidió girar para ver frente a frente al conocido que trataba de llamar su atención.

—Sin afán de molestar, ¿pero es esto en serio una coincidencia? —dijo González antes de saludar.

—Vaya forma que tienes de decir "hola"... ¿Qué otra cosa podría ser si no? Te vi y me acerqué, nada más —respondió Agustín mintiendo sin inmutarse.

—Esperas que crea que te has topado con nosotros justo a la salida de misa, por accidente —cuestionó el otro con bastante aspereza.

—Sí.

—Agustín, había más de quinientas personas ahí dentro, incluso ahora es un mar de gente y estás parado en la dirección en la que queda mi casa, tú vives del otro lado...

—Voy a ir a saludar a tu mamá, ¿está comprando flores en la pérgola? —respondió el joven embromándolo.

—¿Evades mi argumento cambiando el tema?

Agustín tocó nuevamente el hombro de Lucas, y con una tenue, pero amable risa infantil guiñó su ojo izquierdo, para luego marcharse rápidamente —casi corriendo— a tratar de alcanzar a la familia de su amigo.

—Muy buen comienzo de la tarde, señora Esther, señorita Luisa ¿cómo les fue en la misa? —dijo educadamente cuando las tuvo cerca.

Al ver el rostro del compañero de clase de su hijo, las facciones de la madre se iluminaron de ambición, y quizás de algún tipo de bondad.

—¡Que gusto verlo por acá! —señaló contenta la mujer, mirando de reojo si el cabello de su niña estaba bien arreglado—. Nos fue muy bien, usted sabe que estos momentos son necesarios para mantenerse uno en contacto con la tranquilidad, sobre todo estando las cosas como están, ¿no ve?

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora