<<Cuando se golpea un vidrio este no siempre se rompe. Tiene que ver con la presión ejercida, pero también con el lugar, por lo que un golpe fuerte puede dejarlo intacto y uno suave destrozarlo por completo>>, pensaba Asunción mirando las estrellas esparcirse por el suelo de su casa. Se veían lindas, eso era verdad, del cielo bajaron para hacerle un corte en la cara y tentar a su mano de agarrarlas.
No eran estrellas en realidad, ¿cierto? Pero no importa. Pedro las encontró, al igual que ella, hermosas. Se sonrió mirándole ser nada en la noche oscura, sonrió con esos ojos que ya no veían y ocupó su cuerpo que era solo tierra para besarle la mejilla herida.
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―Como te decía, no debimos hacer eso.
―Yo lo disfruté cuando supe que le habías dado.
―Me reí también, no lo niego.
―¿Entonces por qué te arrepientes? Parece como si hasta fueras a llorar.
―Porque tuvo sabor a despedida, y no me entiendas mal, deseaba despedirme, pero...
Tos.
―Toma el pañuelo.
―Pero no quería irme tampoco, ¿comprendes?
―Es que ese tiempo ya estaba muerto. Muerto como las flores rojas marchitas y las grietas que partían el adobe.
―¿Y ahora nosotros qué somos? Mis ojos los siento cada vez más ciegos y mi cuerpo arde.
―Como arde la tierra al sol.
―Sí, como el conejo atropellado por el tren.
―Se paralizan con las luces y esperan quietos la muerte.
―¿Y ahora qué somos?
―Somos nosotros, nada más.
―No me gusta el sabor de los finales ni el conejo que te pasaste horas mirando.
―En el cine van a dar una película nueva, parece que es romántica, pero no estoy seguro.
―No quiero ir ya.
―Te va a gustar...
―Bueno, vamos igual... ¿Seguro que no eres tú el que quiere mirarla?
No, yo no quiero ni saber qué hay adentro del sobre ni en esa carta. No me importa si se mató por mi culpa o por la suya, solo quiero que ese día en mi casa no se acabe nunca y que no lleguemos a la reunión porque no me importa la constitución nueva ni el presidente que llega de vuelta porque ya no tengo mente para nada de afuera. Que no me pierda en la multitud luego de robar las palabras de mi hermano. No quiero irme de tu casa esa noche porque me gustara el abrazo, pero ¿Me crees si te digo que aún estoy asustado de los golpes del muerto que admiraba? Me asusta el arrepentimiento que no siento del vidrio en el vecino y me quiebran tus ojos de ahora que cada vez más ciegos me ruegan que me escape de esto y yo no quiero... No ¡Yo no quiero vivir tantos tiempos!
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―¿De verdad lo vamos a hacer? ―preguntó Lucas mientras Agustín lo llevaba del brazo hasta la puerta.
―¿Te da miedo acaso? ―una risita fugaz insinuando cobardía.
EL peso del cuerpo de Lucas sobre el suyo era bastante más de lo que podía soportar, pero no lo habría soltado incluso si le quemara. Sentir su respiración, su piel, el calor tibio, saber que cargaba con la persona entera que era Lucas González, con el ser completo cuya mente nunca parecía comprender del todo le animaba, le hacía sentir que tenía en su poder algo que no debía, la vida entera, se podría decir.
―¿Miedo? No, pero me preocupaba que te pudieras arrepentir ―mintió mal, sabía que al hacerlo provocaría una sensación de victoria en Agustín, no se equivocó.
Caminaron largo rato sin hablar de nada, uno de ellos estaba más nervioso que alegre. Lucas temía que Agustín pudiera saber, aunque era claramente imposible, que por un segundo hubo querido quedarse en lugar de huir con él. Agustín seguro aún no sabía que el hombre que tenía al lado siempre había sido un cobarde, al menos bajo el concepto que guardaba de sí mismo. Si su madre le hubiera tratado mejor, si su hermano no lo hubiese obligado a temer, quizás, habríase convertido en un adulto diferente, un adulto que no pensara que el mundo existía a su alrededor esperando verlo caer, equivocarse.
Agustín Ramírez estaba absorto en la sensación descrita más arriba. El calor del licor lo seguía animando a disfrutar de la impulsividad, quería que la noche no se muriera nunca y no dio cuenta del tambaleo que turbaba la mente del otro.
―¿Puedo ir contigo a casa hoy? ―preguntó por fin estando frente al hogar que lo vio nacer―. Se van a dar cuenta de que fui yo si entro justo después ―agregó como para justificarlo.
Murmuró algo que ninguno de los dos escuchó ni entendió bien.
―No creo que Fernanda te niegue nunca la entrada...
―¿Es eso un sí?
―No lo sé, ella ya debe estar dormida, tendrías que entrar conmigo y quedarte donde yo me quedo ―una pausa reflexiva―. Pero es la pieza de David, no pienso que a él le molestaría.
<<Pero a lo mejor estaría profundamente enojado de saber que es ahí donde he estado viviendo>>.
Agustín se agachó y agarró una piedra del tamaño de su mano. Miró las luces encendidas y supo de inmediato que su padre y su madre estaban en una de las habitaciones discutiendo en niveles distintos de conversación. Supo también que su abuelo no estaba y que él mismo seguía dormido en alguna parte entre el espejo y las sábanas.
―Ya, eso era todo lo que necesitaba escuchar ―lanzó la piedra y destrozó al primer golpe la ventana más cercana.
Estrellas.
Lucas creyó por un momento ver que Agustín era un niñito de doce años, o de cinco, tal vez dieciséis, o diez, quizás todos los números estaban presentes. Era la violencia con la que el adolescente enojado desea arremeter contra quienes le han violentado, era el chiquillo llorando por el correazo vengándose del terror que siempre le impuso la autoridad familiar.
Casi treinta años otra vez. Ya nunca más niño. Niño siempre que recuerde el grito.
―¡Van a salir! ―exclamó riendo nerviosamente a la vez que tomaba la mano de Lucas para disponerse a correr.
En menos de un minuto cruzaron la reja de entrada de la casa de los Poblete y se hallaron en la entrada con los corazones a punto de reventar. Agustín sintió que un ataque estaba a punto de comenzar, pero lo ignoró con todas las fuerzas que le quedaban.
―No pensé que te ibas a atrever ―musitó sin aliento el pelinegro―. No me diste tiempo de hacer nada...
Ramírez solo sonrió, no podía hablar, no quería que se notara.
―Tenemos que procurar no despertar a nadie ―continuó―. Así que por favor haz silencio.
Ninguno lo mencionó, pero ambos recordaban algo que había pasado hace mucho tiempo, una entrada furtiva similar.
La madera del piso estuvo del lado esos dos aquella noche, ninguna crujió cuando dejaron caer sus pesos sobre ellas. Ninguna se atrevió a separarlos en la oscuridad. Esa noche, hasta el tardío amanecer santiaguino, los mantendría juntos, así era como debía ser... tenían varias conversaciones pendientes, demasiadas y ninguna trataba sobre ellos como individuos.
―¿Has visto alguna vez mezclarse el tiempo? ―preguntó Lucas con los ojos perdidos.
En la habitación, únicamente ellos y la oscuridad testigo de manos entrelazadas.

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Nosotros [COMPLETA]
RomansLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...