Una mesa pequeña con tan solo cuatro platos servidos... cuatro, así como antes siempre había sido, pero que ya no era más.
Lucas y su madre ocupaban las cabeceras, Agustín y la más pequeña estaban frente a frente en los asientos restantes.
María Esther cada tanto dirigía una mirada correctiva a su hija, exigiéndole que cuidara su postura, Luisa tendía a encorvarse cuando encontraba oportunidad, era un hábito que no había podido abandonar, a pesar de los fuertes regaños que tantas veces le dieron las monjas en el colegio, y de las severas críticas que en casa le daba su mamá.
Lucas observaba atento en el silencio el comportamiento de su invitado, no terminaba de convencerse de la situación que se dibujaba en el comedor, y es que ¿cómo hacerlo? Ni una vez habían hablado desde su último y extraño encuentro, y sin embargo, ahí estaba él, convidándose así mismo en su hogar, con esa sonrisa usada como arma.
<<Él sabía que si lo veía lo iba a invitar... se está aprovechando de... de que él me dejó pasar una vez a su casa cuando era tarde, ¡eso es! ¡Es un trueque! No es que yo no le pueda decir que no>>, pensaba Lucas mientras se llevaba a la boca una cucharada de la cazuela de ave preparada por María Esther.
<<¡Sabía que no me iba a poder decir que no si me veía! Que bueno que los encontré...>>, se decía el otro.
La silenciosa escena, sin embargo, no era una cosa que Agustín quisiera prolongar. El silencio, si bien aminoraba las posibilidades de conflicto, no brindaba a nadie real satisfacción durante una comida, que por lo menos en planificación, debería haber sido amigable.
La madre de su amigo solo estaba preocupada de si la niña se portaba bien frente al hombre con aires de aristócrata, o de si la comida era del agrado del mismo invitado; Lucas, perdido en su imaginario, no hallaba iniciativa para intercambiar palabras con la familia; en similar situación se encontraba Luisa, quien ya no sabía si la dueña de la familia respondería bien o mal ante alguna inflexión auditiva hecha por su voz.
—Le agradezco mucho haberme recibido después de llegar de improvisto. La comida está exquisita —dijo quebrando las nieblas del ruido blanco.
María Esther sonrojóse ante al (in)esperado alago, después de todo, se hubo esforzado más de la cuenta en que el almuerzo quedara bien. Había pasado mucho desde la última vez en que alguien le felicitó por algo...
—Ay, me alegra que le guste la cazuelita —contestó prolongando la última sílaba de la oración, mientras movía torpemente las manos apartándolas del plato. Con los ojos seguía las reacciones de Ramírez, y las de su hija, quien otra vez se estaba echando hacia adelante—. Usted puede venir cuando quiera, con eso no tenga cuidado, así que no se disculpe, por favor.
Agustín no pudo evitar pensar que los movimientos de manos de la señora al recibir el elogio, eran parecidos a los de su amigo en situaciones semejantes. Sonrió.
—Se lo agradezco, mas temo que si me aparezco demasiado seguido, podría terminar por incomodar a su hijo... —bromeó.
María Esther hizo un gesto de reproche dirigido hacia Lucas para llamarle la atención. Lucas, a su vez dirigió una advertencia a su invitado sin decirle ninguna palabra.
—Mamá, si está molestando. Él sabe que puede venir cuando quiera, ¿no cierto? —argumentó pateando discretamente la pierna de su amigo, pasando a llevar sin querer también a Luisa.
La niña esbozó una tenue sonrisa de complicidad.
—¿Por qué me pateas? —preguntó Agustín con malicia.
Luisa comenzó a reír, su hermano mayor, en tanto, había sido atacado por un inesperado e intenso rubor en sus mejillas, solo Dios sabría si se debía a vergüenza o enojo.
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Nosotros [COMPLETA]
RomanceLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...