―¿Mezclar el tiempo? ―una sonrisa invisible bajo el manto de oscuridad.
Lucas movía uno de sus pies nervioso. Había algo en la pregunta que le distraía, algo que deseaba conocer y que aún se hallaba fuera de su alcance.
―Como sentir que una cosa que ya ocurrió esté pasando, o que una acción que no fue nunca hecha en el pasado es historia.
―Mm... ―murmuró con los ojos cerrados―. No lo sé. Puede que haya tenido esa sensación, pero...
―Nunca le diste importancia.
―Así es.
<<No, no me encuentro enfermo, hoy me encuentro bien>>.
<<No, la mancha en la manga es tinta, no sangre>>.
―Yo lo estoy sintiendo ahora.
―¿Con este momento?
<<Si me empieza la fiebre, esta noche se mancha>>.
<<Si recuerdo, la voz se me traba>>.
―Sí, como si tuviera que haber pasado y tuviera, a la vez, que seguir pasando por cuan largo sea el tiempo.
Lucas no lo notó, sin embargo, el rostro de Agustín enrojeció frente a las palabras recién pronunciadas. Quizás, González ni siquiera entendió lo que para otro podrían llegar a significar.
Asunción decidió que antes de salir de esa casa, haría saber a su marido lo mucho que le amaba. Pedro lo habría querido así, o al menos la versión de él que vivía dentro de su cabeza. Las pequeñas flores que formaban la circunferencia sobre el tallo de la cicuta la habían encantado de niña, pero no estaba realmente segura si era esa la clase de obsequio que deseaba darle a Benedicto, no al menos si pensaba en sus hijos que a fin de cuentas necesitarían un sostén económico luego de su partida.
No, no mancharía su gusto infantil con los fluidos corporales de un ser tan lamentable... Pero entonces, ¿de qué manera reafirmaría frente a él su independencia, el poder que siempre le ocultó? Irse no bastaba, eso estaba claro. Benedicto creería que le habría dejado por cualquier otro, o hasta que se habría ido a meter a algún convento en busca de ayuda divina. Ese hombre creería en todo antes que en ella.
Pedro le había dicho que en eso no podía ayudarla, y tenía razón, era un problema que no competía al alma en pena de un suicida.
¿Qué le había dicho hace un rato?
―¡No eres más humana! ―sí, algo así―. ¡Estarías mejor ahogada con las mismas piedras que se llevaron a ese hijo de puta!
Pero Benedicto no solía maldecir de forma tan directa, debió estar muy alterado. A lo mejor habíase dado cuenta de la ausencia de Agustín o había peleado con su padre.
¿Y después?
Ah, sí. Ella le sonrió orgullosa, porque lo que dijo le hizo sentido. Aunque Asunción deseó, años atrás, la misma muerte que su amado, eso ya no formaba parte de sus expectativas.
<<Hubiese dicho usted esas palabras hace unos meses y lo habría hecho>>.
―¡Ojalá quedara algo en usted que pudiera entender lo que digo!
<<¿Qué le molestaría más? El silencio, la sonrisa>>.
Silencio, sonrisa.
Las estrellas se tragaron los gritos como por arte de magia. Sí, eso era, magia. Algún muchacho travieso había quebrado la ventana para liberarla de la voz de su padre que era igual a la del marido, era la voz del cura de la iglesia y la del hermano molestándola, era la voz suya recordando las órdenes que nunca fueron palabra.
Antes de limpiarse siquiera la vida que le rodó por la mejilla cortada, supo qué debía hacer: No solo un robo, no solo abandono, era necesario humillarle.
Benedicto tembló de miedo al escuchar el estruendo. Observó luego a la piedra como si de una espada usada en guerra se tratase, no era difícil saber que el temor le provocaba ser vulnerable ¡Qué vergüenza! ¡Tan hombre y tan acobardado! Eso sí que era inconcebible, un hombre asustado de un muchacho que quiebra la noche, y una mujer dispuesta sangrar por un ideal ¡Y tan señorita que era antes ella!
―¡Sí, es verdad eso que dicen que la gente nace mala o buena, porque yo a ella siempre la vi rara ¡Y a él! ¡Ese sí que se notaba que tan caballero no era!
―¿En serio piensas que deben las cosas seguir ocurriendo?
―Sé que suena ambiguo, como el destino, pero es algo diferente a lo que me refiero ―el agarre un poco más fuerte―. ¿Cuánto queda para la noche?
―Poco, unos días más y ya saldremos de acá.
―Tu abuelo sabe de nosotros con mucho más detalle de lo que supuse.
Silencio.
―Habrá dinero del que dispondremos, y podré trabajar ―un poco más cerca.
―¿No escribirás? ―la respiración sabe a tabaco, a vino tinto y comodidad.
―Eso de hacerlo no pararé nunca ―¿Un beso? Más bien un roce que anhela ser más, pero que se detiene a la espera de respuesta.
―Entonces yo trabajaré mientras tú ves tus cuentos y poemas ―respiración, silencio, una sonrisa. Miradas quietas, no hay luz ni luna, la piel es tibia y cada milímetro es una distancia exagerada.
A veces los ritmos se sincronizan. Lucas nunca lo vivió hasta conocerlo, pero ahora que conoce la sensación detesta cada segundo que desperdicia sin sentirla.
―¿Planeas que me enamore de ti? ―sabe que Agustín no puede trabajar fuera de su fantasía, pero también sabe que la electricidad que sintió en ese primer abrazo anhela seguir viva dentro del beso que aún no se le da.
―¿No he logrado eso ya? ―por fin Lucas rompe la distancia. Contesta con el cuerpo acalorado y las manos buscando poner fin a los obstáculos que les traban la mente y la piel.
<<Esta noche no se debe manchar con verdades>>.
Fernanda lloraba como una niña. Se había arreglado apuradamente antes de salir, eran pasadas las cuatro, probablemente no había sido una buena idea salir de casa a esa hora. Necesitaba ver a Juan, necesitaba disculparse con él, o al menos sincerarse. Ella se veía tan diferente a esa distancia impersonal que le otorgaron los ojos prestados del sueño.

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Nosotros [COMPLETA]
RomanceLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...