Sentencia

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Cuando el golpe llegó a su mejilla, se dio cuenta de inmediato, Benedicto llevaba puesto su anillo de casado en el dedo anular. Lo sintió impregnarse en su piel, y creyó que la marca no se le iría nunca de la cara.

Lo primero que le llamó la atención fue la sangre, había mucha, y pensó que la cantidad era desproporcionada a comparación del golpe recibido. Un solo puñetazo en el rostro no debía provocar tanto daño, tan poco debería haberlo dejado inmóvil en el piso. Pero Lucas no estaba considerando la fortaleza física del hombre que tenía enfrente, ni su debilidad de chico poco acostumbrado a la violencia.

―¿González te llamabas, maricón? ―preguntó casi escupiendo el apellido.

―No, yo... le di...je que me lla...mo Luca...s ―respondió, sorprendido de trabarse. Solo al escupir comprendió que la sangre y su mala pronunciación eran provocadas por la ausencia de una de sus muelas. El puñetazo se la había arrancado limpiamente. Fingió no darle importancia, pero quiso llorar.

―Pendejo irrespetuoso ―murmuró―. ¡¿González, cuánto?!

― ...epúl...veda ―trató de contestar levantándose. Mirada altiva, espalda erguida, la camisa de sangre teñida, la soledad marcada en la mejilla.

A Benedicto la piel quemada por el roce le ardía en la mano, escozor particularmente concentrado en el segmento bajo el anillo. Su corazón le pesaba y por eso no podía pensar; nunca había sido bueno para reflexionar sobre el sentir, cada vez que lo hacía, se le quebraban la mente y la felicidad, tardaba meses en volverlas a parchar. Cuando pensaba en emociones, no se quería levantar, y ¡por Dios, qué innecesario parecía comer y beber el agua cada mañana! Mucho más fácil era el ardor de los nudillos raspados, mucho más fácil era el cuerpo de otro sangrando.

―Me arrepiento de no haberme ido con Pedro.

Otro golpe, esta vez en el estómago. Lucas se dobló sobre sí mismo, y por un segundo, su respiración se pausó. Inmediatas arcadas le tomaron el cuerpo, mas solo consiguió expulsar de su boca un fino hilo de vida caliente mezclada con saliva.

<<La sangre sabe igual que el metal... el diente... el diente no lo comparo con nada>>, se dijo, encorvado a merced de la patada que llegaba en ese instante, a sus canillas.

Lucas cayó al suelo. La tierra del camino fuera de su casa se le metió en los ojos y en la boca, era una sensación interesante, pero sumamente desagradable. El joven pensaba principalmente que esa vivencia le permitiría escribir cosas nuevas, no se le cruzó por la cabeza que Benedicto pudiera ser capaz de matarlo a golpes, ni se preguntó si había un porqué.

<<Sabe lo de mi hermano, sabe quién soy, seguro que la leyó... la carta tenía un par de errores... Pedro la debió mirar mejor antes de pasarla a la mujer; qué mal mandar cartas mal escritas cuando son las últimas. A lo mejor se equivocó porque estaba nervioso. Pedro, ¿está uno muy nervioso antes de tomar la resolución final, o la desesperación llega con el último punto de la agonía?... ¿Qué haría Agustín si yo me muriera? Ahora parece que no puede ni reaccionar, qué raro es conocer a alguien que sienta tanto... Yo sé que si no llora es porque está paralizado... le debe tener un miedo desmesurado a este viejo maldito>>.

―¿Qué le parece a usted Estación Central? ―preguntó el anciano padre de Benedicto Ramírez al hombre que le llevaba las maletas―. A mí me parece una asquerosidad, mire nada más cuánta gente, no se puede ni caminar... Y el aire, ¡qué manera de apestar el aire de esta ciudad! Ay, el lugar donde mis hijos se vinieron a quedar, le juro por Dios que a este sitio nunca le he encontrado gracia ninguna.

El hombre no respondió, se dirigían hacia un moderno auto negro, que con algo de suerte, soportaría bien los maltraídos caminos.

―¿Cree usted que me hayan botado las cosas de mi pieza? Espero que no, pero mi hijo enloquecía al ver un solo vaso fuera de lugar, le doy por firmado que se deshizo de todos los diarios que tenía yo bien guardados ―subió al automóvil, y se quitó el sombrero―. El pobre Agustín debe pasar en la calle o encerrado en su habitación para no molestar... a los otros cabros los deja hacer lo que quieren, no se imagina usted lo estricto que ha sido siempre con el mayor, no sé de dónde sacó eso, si yo a él siempre le di todas las libertades que quiso, desde niño.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora