No sé si tendré la valentía

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Desde la ventana tapada por madera entraba un tenue halo de luz invernal. Las manos estaban juntas, probablemente orando y la pequeña curiosa, veía con cuidado a la adulta desde una de las esquinas.

Manchadas con tierra las enaguas de tanto estar en la tierra, la madre no podía estar todo el día al pendiente de su limpieza. Unos cuantos bordados recién terminados sobre la única mesa, que bien hacía de comedor, escritorio y velador; y la ropa planchada para el chiquillo, porque era ahora estudiante, ya no más un obrero.

La mujer seguro pensaba a la vez que llamaba a Dios en los tiempos mejores, esos en los que hablaba con su padre sobre historias que el mundo seguía sin contar, cuando ya de adolescente jugaba en el patio con su vecina, sin saber que sería una de esas amistades que parecen perecer solo cuando lo hace también la vida. A su amiga la había visto hace poco, ya ninguna de las dos guardaba en sus facciones las alegrías de la infancia, ya ninguna sonreía como lo habían hecho alguna vez, pero ciertamente el cariño profesado era el mismo, por eso aunque se negara al principio, recibía las pequeñas ayudas económicas que esta le otorgaba.

"Tome, para que después le compre los libros al niño".

"La niñita ya va a necesitar un vestido, si yo sé lo rápido que crecen a esa edad".

"Este lo usaba Juliancito en el colegio, pero está casi nuevo, ninguna remendada".

"Mi hijo mayor no usa más esta corbata, seguro que su niño la valorará más".

"Te traje un pedacito de torta, que el chiquillo ya va a estar de santo, para que se lo celebre con propiedad...".

A veces Hilda estaba tentaba a imaginar cómo habrían sido las cosas si hubiese seguido los designios de su padre, pero al ver los rostros de los niños a los que dedicaba su vida, olvidaba rápidamente sus fantasías más egoístas.

<<Si no me hubiese ido, estos dos quizás dónde o cómo estarían>>.

Habiéndose ido Juan de Dios, la casa de Lucas quedaba con tan solo una visita en su interior

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Habiéndose ido Juan de Dios, la casa de Lucas quedaba con tan solo una visita en su interior. Agustín no había acompañado a su contertulio hasta la puerta por motivos de beneficio propio, pues supuso que de hacerlo, Lucas habría aprovechado la oportunidad para despedirle también. Doña María Esther no estaba enterada de que aún quedaba un invitado en casa, así que al ver entrar a su hijo le habló con desmedida intranquilidad.

—Avisa antes cuando decidas traer gente, mira que tu hermana no estaba preparada para recibir visitas, y menos de alguien tan buen mozo como el joven con el que estudias —le reprochó con las manos en la cintura—. Entiendo que a ti no te preocupe el futuro de tu hermana, pero a mí sí ¿te imaginas si hubiese estado bien arreglada? Si un hombre como él la tomara por esposa, yo podría morirme tranquila, pero tú ni de lo más mínimo te preocupas cuando somos el tema de conversación.

La hermana menor de Lucas, Luisa seguía bordando pretendiendo no saber que era ella el centro de la discusión. Su obra representaba la elaborada estructura de una roja camelia que recién comienza a marchitarse, con las orillas carcomidas por la muerte.

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