―No te creo ―respondió riendo con el cigarro recién prendido en la boca.
―¡Si es verdad! Uno de cuarto me contó ―decía el otro ofendido por la incredulidad.
―A ver, ustedes dos son nuevos por eso no saben, pero de este tema no es primera vez que se habla... ―añadió suspicaz un tercero quitándole el cigarrillo al primero.
Los dos menores le observaron esperando por información más detallada. El hombre de quizás treinta años, poco agraciado y ya afectado por los inicios de una temprana calvicie, fumó y vio con divertimento el humo difuminarse entre los rostros curiosos; alargando lo más posible el silencio que por segundos le regalaba poder y atención.
―Mira, yo fui compañero de colegio suyo, y cuentan que una vez otro cabro, de un curso más grande...
―¡Suéltame hueón! ¡¿Qué te pasa?!
―¡Cállate maricón, te merecí' esto! ¡¿Vo'* creíai* que yo era como vo'?!
―...y estaba el papá ahí mismo dijeron, pero lo raro de todo, es que a la semana el cabro que le pegó se cambió de liceo, y todos los que habían hablado de repente se quedaron callados ―devolvió el cigarrillo―. Parece que alguien metió mano pa' que no dijeran nada, así que anden con cuidado mejor.
El dueño del tabaco sostuvo decepcionado lo que quedaba del cigarro.
―¿Cómo así?
―No sé na' yo... pero bueno, esto que andan hablando ustedes tan secreto no es ―lo analizó de arriba a abajo, descubriéndole una mancha en la manga izquierda de la camisa―. ¿A ti fue que te sacó del trabajo?
―Nos sacó a los dos, y a otro más, pero a ese no lo vemos desde la primera semana.
―¿Y lo dejan así no más? Está mal eso, todos les van a pasar por arriba si no se saben defender ―comentó burlesco―. Ya no son na' cabros chicos poh.
Fina la tela de la camisa, casi se podía apreciar la piel detrás de ella, en cambio, los pantalones café oscuro no permitían dilucidar el más mínimo detalle de las piernas, ni de los calcetines. Seguro que los calcetines eran también cafés, pero los zapatos cubiertos del polvo de la calle los guardaban demasiado bien.
La señora de la casa notó sus heridas y palidez, pero no las señaló, en lugar de eso, sin preguntar le pasó un té con una cucharadita de azúcar. No fue sino hasta que estuvo sentado en la mesa que la mujer le conversó con un dejo suave en la cadencia de la voz. Le parecía, al escucharla, que sus oraciones transmitían calidez de madre, calidez que había aprendido a olvidar.
La persona a la que buscaba no se encontraba en casa, mas no importaba, se sentía bienvenido. La leña muriendo en el brasero lo tentó de bondad, quiso tocarla para salvarla del fuego, pensó en todos los insectos que podrían haber vivido allí y en lo bello del árbol antes de ser asesinado por cuchillos, luego tocó su propia palma y habiendo sentido el frío, agradeció la muerte de la planta a manos de las sierras y el exterminio de los bichos inocentes en las llamas... evaluó su egoísmo, pero no se arrepintió.
―¿Está bueno el té?
Agustín pareció salir de un trance.
―Sí, sí, muchas gracias. Disculpe que ande medio distraído.
―Lucas va a llegar como a la una, ¿usted se va a quedar a almorzar, no cierto? ―Ramírez tomó aire para negarse y decir que no se preocupara, que se iría pronto, pero la mujer lo notó y se anticipó―. No me vaya a decir que no, mire que lo encontraría una falta de respeto.
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Nosotros [COMPLETA]
RomansaLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...