Amigos

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El ajetreo de la ciudad parecía enmudecer frente a las circunstancias afrontadas dentro de cada hogar; los gritos, las peleas por el agua, el hacinamiento, los niños llorando entre juegos y necesidad, la tierra por piso y los pies descalzos, creaban un claustrofóbico ambiente que no permitía ver el progreso del que tanto se hablaba en las calles. Ese progreso que había culminado en un golpe de estado hacía tan pocos meses atrás, el mismo que luego de una amenaza permitió que los asalariados pudiesen sentarse al trabajar.

El joven Juan de Dios Rojas de dieciocho años recién cumplidos, soñaba cada día con el futuro que sus estudios le asegurarían, el futuro que le dejaría escapar junto con su madre y hermana de la pequeña habitación que componía su hogar. El muchacho que vivía al lado —el que se hizo profesor—, en poco consiguió pagar una casa en La Quinta Normal, seguro que él siendo abogado podría llegar incluso más lejos que eso, mas sus acotados tiempos de estudio y la necesidad de cuidar a su hermanita de cinco años al volver de la universidad, se lo pondrían muy difícil.

Su madre casi siempre estaba bordando, era esa la principal fuente de ingresos de la familia, y aunque la pequeña había crecido, no podía evitar velar por ella, seguro fue por eso que decidió negarse a asistir a la primera reunión del trabajo en grupo.

<<Si voy, ¿quién va a cuidar a *la María?>>, se preguntó al escuchar la propuesta de Lucas.

Ya vería después cómo compensar su ausencia, lo importante era que antes de salir, debía avisar en casa para no causar un problema en la rutina de los demás. Aun así, por culpa de su timidez, no fue capaz de excusarse correctamente al hablar.

Conseguir los libros en la biblioteca era la principal preocupación de Lucas al salir de clases, estaba seguro de que los demás aún no se habían dirigido al lugar, pero de no conseguirlos en el momento, el trabajo se vería aplazado innecesariamente. Siempre le pasaba lo mismo, sus compañeros de grupo insistían en empezar después con las tareas y al final él terminaba haciendo todo por su cuenta, cosa que por supuesto, no disfrutaba en absoluto y provocaba seguidas peleas entre él y sus iguales.

<<Bueno, por lo menos el Agustín se veía motivado, y Juan debe ser responsable... Seguro que esta vez tuve un poco más de suerte >>, pensó equívoco mientras guardaba un libro titulado "Teoría de los sentimientos morales".

Ya acabadas las horas de estudio, en una casa agrietada, pero bien cuidada en el barrio República, un joven de cabello rubio y ojos verdes nacido del escaso mestizaje de las clases más adineradas de la época, contaba alegre lo grande de su buena fortuna a sus cercanos.

—¿Y te tocó con él en el trabajo? ¿De pura suerte? —preguntó incrédulo David al escuchar hablar a Agustín.

—Para que vean ustedes que tengo suerte, este año sí que termino —comentó Ramírez orgulloso, con los ojos un poco nublados.

La joven que estaba parada entre los dos hombres que mantenían conversación, hizo una leve seña dirigida al afortunado.

—Te pasó de nuevo —comentó la mujer señalándole la vista—. Te emocionas mucho siempre, no te quiero ver llorando a final de año por confiarte en otros.

—No seas mala con él, Fernanda. Déjalo que sea feliz —le comentó David—. Deberías estar contenta de que todavía esté pegado estudiando, a ti te conviene que se demore un poco más.

Los hermanos David y Fernanda Poblete eran los únicos amigos reales de Agustín, se conocían desde la más temprana infancia, y a pesar de que uno de ellos estaba al tanto de su "situación", jamás dejó de intentar cuidarlo. Los tres lo hacían todo juntos, hasta el punto de que por no separarse, Fernanda decidió no aceptar la oportunidad de culminar sus estudios escolares en Francia.

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