Y de repente, mientras miraba su propia firma e imaginaba esperanzado el futuro, le asaltó un pensamiento absurdo:
<<¿Y si no me voy?>>.
Saber que había, dentro de su mente, pronunciado esas palabras le hizo sentir infinitamente asustado y culpable, su cuerpo se movió con torpeza en respuesta a aquellas sensaciones, y terminó por volcar el contenido del vaso, que tenía sobre la mesa, en la carta y los pantalones.
De pie miró fijamente como la tinta de la carta se mezclaba con el vino, disolviéndose en un rojo semejante a la sangre sobre el papel...
<<Sangre>>, pensó entonces y sus manos teñidas tenían el vidrio en las manos, pero era Agustín esta vez el apuñalado. Eso haría si se quedaba, si lo abandonaba, lo estaría matando, y mataría con ello también una parte importante de sí mismo.
<<Perdón, perdón, Agustín, perdón, no quise...>>.
Pero no había nada frente a él. La carta estaba perdida, su bella ropa prestada manchada y sus manos, temblorosas le recordaban un peso que cada tanto creía olvidar, así como se olvidaba en ocasiones de la familia que le había dejado atrás. Comenzó a secar apresuradamente la mesa.
―¿Necesita otro pañuelo? ―dijo una voz a sus espaldas con más curiosidad que amabilidad.
―No, gracias. Estoy bien ―contestó seco sin mirar a su interlocutor.
―¿Seguro? Me parece que sí le sería de utilidad ―la silueta se acercó a Lucas con lentitud hasta revelar las facciones de un joven, casi adolescente, extendiendo un blanco pedazo de tela con unas iniciales demasiado pequeñas como para leerse.
―No es necesario, ya se lo he dicho ―Lucas dio la espalda al gesto para estrujar el pañuelo lejos de la mesa―. Apreciaría si me pudiera dejar a solas, seguro hay alguien más dispuesto a recibir de usted ayuda.
―Pero no debe haber muchos conocidos por aquí que la requieran... ―fijó su tono en una cuestionable línea que bailaba entre lo infantil y lo grosero―. ¿No se acuerda de mí? Yo a usted lo conozco.
Fernanda estaba sentada en un banco cerca de la iglesia vestida un poco más elegante que de costumbre, con su actitud atrayente y prepotente a flor de piel. Cuando Juan de Dios la vio, se tomó un minuto antes de acercarse, quiso guardar la imagen en su mente; se concentró en recordar cada detalle de su porte y cada pliegue de su vestido.
―Tarde... ―musitó ella cuando lo escuchó aproximarse.
―Le pido que pueda dispensar mi demora ―rogó con humildad, pero sonriente. No parecía arrepentido.
―Eso no lo dices en serio ―estaba enojada―. Llegaste tarde apropósito, ¿creíste que no te vería si te quedabas parado tan cerca? No piensas que yo merezca la disculpa, pero aun así me la das...
Juan sorprendido, quizás perturbado, no supo responder.
―No, claro que no contestarás... Discúlpame a mí, no estoy hilando las frases de forma coherente, de esta manera, difícilmente me daré a entender ―aún sentada le miró bajó el velo de su sombrero―. Dime todo aquello que no me has contado hasta ahora, dímelo hoy o me iré sola.
El chico se estremeció.
―No entiendo a qué se refiere.
―A mentir, a eso me refiero, ¿no opinabas que era aquello una cosa terrible? ¿No me miraste con horror cuando defendí a Lucas? ¿No me has evitado cada vez que tienes oportunidad, excusándote en un puesto laboral inexistente? Necesito saber qué es lo que te está pasando.
Juan tragó saliva, miró la tarde noche extendiéndose, apagando el azul dejado por el sol ya escondido. Miró sus facciones, y la tierra bajo sus zapatos, que marcaba bajo la suela su peso. Se sintió en un sueño.
―Perdone...
―No quiero tus disculpas, Juan, quiero una respuesta a lo que pregunté.
―Lo que me ocurre es la fe, señorita. La fe no me ha dejado tranquilo ni un día desde que la comencé a perder ―respondió con honestidad, pensando en su madre, Lucas, Agustín y la manzana.
―No comprendo qué me estás tratando de decir.
―Agustín y Lucas me dijeron, hace ya mucho tiempo, frases que solo comencé a entender cuando usted me aseveró que podríamos escaparnos de este lugar. Sin embargo, debí cuestionar muchas cosas antes de aceptar racionalmente lo que el corazón me dictó hacer sin dudar ―Juan se sentó al lado de Fernanda confiado―. Usted me regaló la oportunidad de tener opciones, ¿se imagina qué fue y es eso para mí? Yo nunca tuve opciones, Fer, yo únicamente tenía deberes, honores que mantener, hasta que usted me permitió soñar. Pero soñar ha significado rechazar la forma en la que fui criado, rechazar las ideas absurdamente moralistas que me inculcó mi madre desde el nacimiento.
<<"Absurdamente moralistas", eso es algo que hace un año no podría haber osado pronunciar>>.
―Vivimos atrasados, ¿no es así? ―respondió ella, recordando su título universitario que de nada le servía más que de prueba.
―¡Exacto! Y estoy harto de ello, quiero olvidar todo lo que aprendí y dejar solamente lo que yo mismo he entendido ―sus ojos brillaban con la voluntad del que se cree dueño del futuro―. Pero, ¡Dios! Me arde el alma cuando pienso en que mato la voluntad de mi madre con esta decisión... vivir abandonando esa fe, esa obsesión con lo bueno, lo malo y el deber, le ha dado a mi mente tanta libertad como dolor.
―Peleé por años para poder entrar a estudiar... peleé por años mientras continué estudiando, y ahora pelearé por la vida entera para darle utilidad a mi esfuerzo y para estar con las personas que amo. Debí desobedecer, ser "mala", hacer lo que ninguna "niña bien" debía, para conseguir lo que deseaba, y sí, incluso en compañía fue y seguirá siendo un camino solitario.
―¿Por qué debemos perdonarnos a nosotros mismos por querer tener la oportunidad de decidir? ―preguntó con un suave tono de melancolía.
―Porque escogimos llevar la contra, y no somos los únicos ―la interrumpieron las campanadas de la iglesia―. Agustín y Lucas sufren algo tan igual como distinto... uno se enferma buscando a la vez la aceptación del entorno y la auto realización, pareciera que se debe tener una o la otra, pero nunca las dos.
Lucas observó al joven tratando de ocultar su enojo. Habría querido marcharse sin conversar con él, sin siquiera mirarle, pero su educación no se lo permitió.
―Discúlpeme, no le recuerdo ―dijo con sinceridad.
―Yo trabajaba con usted, justo al lado ―hizo una seña con la mano derecha y dejó lucir la ausencia de su pulgar―. Usted estuvo conmigo el día en que me corté el dedo.
―¡Oh! ―exclamó fingiendo, con todos sus esfuerzos, amabilidad―. Ha crecido usted, no le reconocí.
―A mí me costó también, se ve muy diferente con esas ropas... algo bueno debió haberle ocurrido, ¿no es así?
La forma de hablar del muchacho no le traía confianza.
―La verdad es que pocas cosas buenas me han pasado, pero amigos han cuidado de mí ―contestó tratando, como cualquier chileno cuando se le elogia, descalificarse―. Usted también viste un buen traje, me alegro de que haya prosperado luego del accidente.
―¿Cómo lo hizo? ―preguntó con sorna
―¿Qué cosa?
―Usualmente, cuando un maricón mata a alguien, no se le ve de nuevo, pero a usted parece haberle ido bastante bien...
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Muchas gracias por leer, les deseo una muy feliz navidad<3
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Nosotros [COMPLETA]
Любовные романыLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...