Conejo

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Y claro que la vida nunca fue simple para nadie. Mientras Chile continuaba con su política temblorosa que parecía siempre volver hasta el mando de Ibáñez del Campo, y una explosión de dinamita se preparaba para destrozar la vida de varios, un par vivía fuera del tiempo.

Lucas estuvo tanto encerrado dentro de sí mismo que poca o nada atención prestó a la renuncia del presidente en abril, y tampoco pensó en la elección en la que, por no tener nombre, no votó. Agustín, por su parte, tampoco vivió la historia, leyó como nunca, y como siempre recordó con anhelo el poder olvidar con una copa lo que acababa de recordar.

Muchos morirían pronto, pero ellos no lo verían venir, no lo imaginarían, no querían hacerlo. Estaban concentrados en sus propias muertes, en los sonidos que escuchaban en las paredes cuando estaban en silencio, en el latir del corazón confundido con reloj.

Mientras el tren movía sus cuerpos hacia el frío antes eterno de las nieves de la cordillera, uno le preguntó al otro:

―¿Cómo crees que es el futuro? ―y guardó la mano mientras movía un poco los dedos, nervioso, siempre nerviosa su alma quieta.

―Opino que no es ―contestó su acompañante tranquilo, siempre tranquila su alma asustada.

Lucas suspiró y miró por la ventana oscura. Se tomó un buen momento antes de seguir.

―Claro que no es, pero será. Será, aunque no seamos nosotros quienes puedan comprobar su existencia ―el destello de luz de luna en los ojos de Agustín, le servía como punto de referencia al hablar.

―No es, y no será. Si no lo vemos, no será nunca ―susurró con un aire melancólico.

―¿Recuerdas lo que te pregunté del tiempo?

―Lo recuerdo...

―¿Comprendes ahora lo que dije?

Ramírez vio nuevamente la pesadilla pasar frente al apretado respaldo del asiento de adelante. Sonrió.

―No... ―sintió deseos de reír―. Pero lo entiendo, porque así es como se vive. ¿Sabes por qué pasa?

<<Porque cerca del final el sentido deja de tener importancia. Los que agonizan solo dicen incoherencias>>, pensó.

―Ojalá supiera... ―respondió dudoso.

Agustín supo de inmediato que le mentía, sin embargo, no objetó sus palabras. Le gustó porque conocía la respuesta, además, tenía tanto sueño que los ojos se le cerraban y sentía en su garganta la molestia que precede a la tos.

Soñó con los meses que pasó en el sanatorio, vio la imagen difuminada de un muchacho que conversó con él un par de tardes antes de irse para no volver. Un jovencito entusiasta que, más que enfermo, parecía condenado.

<<Le gustaban los conejos, aunque su papá decía que eran plaga>>, recordó.

Lucas, en cambio, no vio nada en su subconsciente. Nada, excepto niebla y la voz del hombre que amaba pidiéndole ayuda en un lenguaje mudo que no comprendía, pero entendía.

Ramírez despertó alterado por las advertencias de González. Se acercaban a la frontera, y solo uno de ellos contaba con los papeles necesarios para cruzar, claro que Lucas había previsto este problema, pero... A veces las motivaciones humanas son complejas e incluso inexplicables, pero en esta ocasión, el narrador debe ser sincero con el lector, Lucas no se preocupó por el problema hasta tenerlo encima debido a que no esperaba llegar tan lejos; tiene el lector que comprender que el pobre acostumbraba que todo le saliera mal y ya estar de camino al destino, le parecía una meta cumplida.

Agustín le ayudó a bajar mientras el inspector daba vueltas por entre los vagones, y si el viejo que estaba sentado al lado de ellos, y la señora que iba atrás no dijeron nada, es porque además de ser humanos que tendían a la indulgencia, no tenían ánimos de creerse héroes, y preferían, cada uno por su lado, mantenerse al margen de los conflictos innecesarios.

Es muy probable que la mujer pensara que la trifulca le daría un ataque de nervios, y que el viejo fuera o ciego, o el Diablo, o un ex traficante de opio. Al menos eso imaginó Lucas al preguntarse por qué ninguno daba aviso de su ausencia, cabe la posibilidad de que no le hubiesen prestado atención a él, y estuvieran solo conscientes de la anciana de adelante que llevaba consigo un par de conversadoras gallinas.

Fuera como fuera, Lucas aguantó estoico seis minutos entre los helados rieles, sabiendo que Agustín sabría ayudarle a volver cuando fuese necesario.

<<Lo que me hubiese ahorrado con haberle pagado algún billete al inspector>>, reflexionó el hombre contemplando la nieve que le quemaba las manos.

<<Un mal rato menos a cambio de un poco de dinero, no habría venido mal... Lo último que quiero es agarrarme una pulmonía por la gracia esta.

Igual sería un buen final, llegan dos enfermos al hotel y se mueren en brazos del otro sin poder pedir ayuda a nadie más. Suena como el tipo de historia que el Agustín querría leer únicamente para destrozarse el alma con la última línea, ¡vaya gusto que tienen algunos por el drama!>>.

―Sí, vengo solo ―decía, en tanto, el rubio al oficial.

Fue justo antes de que Agustín fuera a verlo que Lucas vio, lo que supo enseguida, sería su camino a seguir.

Entre la niebla que salía de su boca al respirar y la nieve, logró observar con toda claridad un conejo que, seguro minutos antes, había sido aplastado por el tren. El pobre no ser tenía los ojos fuera de las cuencas y guardaba, entre las que antes habían sido sus patas delanteras, un cerebro completo convertido en una desagradable pasta, que mezclada con el rojo que teñía furioso el ambiente, reflejaba un cuadro para Lucas tan bello como cruel.

Pudo ver, con asombro morboso como lo que minutos atrás fuera un corazón latiendo, era ahora una cubierta que prontamente mutaría en hielo. Vio los gusanos que estaban por llegar, y sintió que él también sería tan conejo como gusano... A Pedro seguro que se lo habían comido igual.

<<Esto es lo más cerca que estaré jamás de lo que es ahora mi hermano>>, pensó.

<<Esto es lo que más cerca voy a estar de mí mismo, hasta que lo haga... hasta que envíe el telegrama. Debo estarlo enviando>>. Y entonces dentro de su cabeza volaron mil cartas como pájaros blancos sobre pies que se dejan caer ante las luces que son las miradas de otras gentes, y el llanto futuro de quienes fueron anclas de pasado. Sus ojos fueron agua y su boca sal, encorvado hacia adelante, no quiso moverse hasta que Agustín lo forzó a volver en sí.

―No puede ser eso todo... no puede ―balbuceó luego de que el rubio, exasperado, le propinara con todas sus fuerzas una cachetada.

―¡¿Qué chucha te pasa?!

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora