Polilla

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―¿Está durmiendo ya? ¿Seguro?

―Sí, si se queda dormida temprano, se cansa haciendo las tareas de la escuela.

―¿Cómo le va? ¿Le gusta estudiar?

―Le encanta, aprendió a leer muy rápido y ahora ya sabe hasta multiplicar.

―Gracias por abrirme la puerta, Juan.

―¿Cómo podría negarle la entrada?

―No lo sé, pero podrías, podrías hacerlo cuando quisieras... ―los ojos que no eran suyos, las manos en las cuencas.

Juan adoptó de inmediato una mueca de sorpresa. Estaba recién despertado, comprender las palabras de Fernanda le resultaba un poco más trabajoso que de costumbre.

―No, ¡no podría hacerlo! ―Fernanda le hace una seña para que baje la voz―. ¿Cómo se le puede ocurrir que la dejaría sola en la noche... o cuando me necesite? Usted puede cuidarse sola, pero eso no quiere decir que pueda yo ser tan maleducado con su persona, ¿no cree?

Pequeños reflejos de la lámpara de gas en sus mejillas. Juan estaba cada vez más confundido y ya comenzaba a preguntarse si es que había dicho algo mal, algo que le pudiera provocar las lágrimas.

―Gracias...

Pensó detenidamente en qué decir, entremedio, se le cruzó vagamente el recuerdo de un sueño... algo de un tren y un conejo. Estaba cansado, sin embargo, también estaba feliz de verla.

―¿Gustaría de un té? ―mientras lo decía, observó las casas aledañas en busca de alguna mirada proferida por alguno de sus vecinos más interesados en las vidas ajenas. No vio a nadie―. No tengo azúcar, eso sí.

La joven sonrió a la vez que se quitó el sombrero.

―No hay problema, gracias por invitarme.

La niña dormía tranquilamente en la cama, seguro soñaba con los juegos aprendidos en el transcurso del día, su faz era calma y tibia.

Juan colocó a hervir agua y tomó asiento en una de las tres sillas. Invitó a Fernanda a imitarle, esta obedeció.

―¿Qué te hizo venir aquí a estas horas? ―no había tras la pregunta ninguna mala intención, solo curiosidad.

Ella sintió en ese momento que su motivación era absurda, o infantil, por decir lo menos. Había tenido un mal sueño y necesitaba olvidarlo, dejarlo atrás por medio de una inyección violenta de realidad. El rostro se enrojeció un poco, la temperatura subió al encenderse el brasero, la tetera burbujeaba, pero aún no gemía.

―En realidad no ha sido nada ―miente mal―. Solamente se me ocurrió.

―Mientes mal ―contestó él. Los ojos en la tetera y en las manos de ella.

―No siempre miento mal, me pasa cuando no quiero mentir. Es un poder conveniente ―la leña se veía hermosa. Recordó que otras culturas creían que el futuro se hallaba en las llamas si se miraban con atención.

―¿Crees en Dios?

La pregunta tomó al chico por sorpresa una vez más. ¡Claro que creía en Dios! ¡¿Cómo no iba a hacerlo?! ¿Tiene fe en Él? ¿Sigue creyendo? La manzana robada le asalta las memorias de la iglesia y quiebra todas las ventanas, es Fernanda quien la lanza.

―¿Por qué la pregunta? ―la voz titubeó. La tetera, en cambio, inició su lamento sin inseguridad.

Juan, rápidamente, sacó el objeto del fuego para evitar que despertara a su hermana.

―No lo sé, supongo que por el fuego, puede que sea por el sueño...

Guardó silencio mientras servía el té.

En la habitación de David tampoco hay una conversación. Ambos permanecían silentes, sin embargo, ninguno dormía. Lucas estaba absorto en el cadáver de una polilla, Agustín en el deseo de seguir con vida.

―¿Por qué seguirán las luces las polillas? ―musitó Lucas.

―Escuché una vez que se guían por las estrellas, puede que confundan las luces y el fuego con ellas ―Agustín estaba pronto a quedarse dormido.

―¿Siguen las estrellas? ―la voz suave, melancólica―. Pobres... Las confundimos cada noche.

―A lo mejor ni se dan cuenta, puede que hasta piensen que están tocando la guía que buscan ―un bostezo que trata de ocultarse.

―Eso lo hace aún más triste...

―O más feliz, depende de cómo lo mires ―cerró los ojos, pero Lucas solo podía verle la espalda y respirar sobre su cabello―. Aunque sea una mentira, te apuesto a que están felices de llegar a su objetivo.

―Pero mueren producto de ello, y más encima ni siquiera era lo que realmente querían, es únicamente una ilusión.

―De eso no se enterarán nunca, únicamente sabrán que están donde deben estar.

―Mientras sus cuerpos se azotan contra paredes invisibles, fuego y ampolletas calientes.

―¿Qué hay de malo en eso? Hacen lo que quieren hasta el final ―pero Agustín reflexionó enseguida que las polillas no hacen lo que quieren, sino lo que deben.

―Puede que no esté tan mal si no se dan cuenta, sin embargo... ―Lucas pensó que las polillas no hacen lo que quieren, sino lo que deben, pero no quiso comunicar esto a su acompañante, quería que descansara en paz y no molesto por una discusión sin sentido.

¿Era realmente algo sin sentido? Si él hubiese sido una polilla, en ese momento habría estado trabajando por su madre, y no durmiendo en la casa de una familia a la cual tenía que mentir cada día. Quizá sí era él una polilla, y por eso Agustín le era tan bello, porque en su alegría le parecía encontrar la felicidad que no era capaz de hallar dentro de sí mismo.

Agustín, casi dormido, imaginó que en realidad ser una polilla era mucho más poético que los libros que últimamente había estado leyendo. Él no hubo creído nunca en eso, pero en realidad, esos seres alados que no eran las mariposas que admiraba de niño, le caían bien, le encantó que tras chocar contra paredes invisibles y luz ardiente encontraran de hecho paz... Por supuesto, nunca sabría si estaba en lo cierto, o si el insecto, arrepentido, miraba a las estrellas reales antes de perder su alma.

Nosotros [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora