El cuchillo le abrió con perfecta precisión la carne. Del intestino herido y la piel quebrada no brotaba aún sangre cuando en vano se quiso defender, pues por un segundo, la puñalada sirvió a la vez de entrada y de tapón.
En el pálido rostro de Benedicto resaltaban un par de ojos desorbitados, que sin éxito trataban de contemplar las facciones de su atacante. Solo conseguía enfocar con escasa nitidez la delicada mano ajena, que gracias a la sangre, parecía por fin gozar de color, de vida; al notar esto último no pudo evitar pensar:
<<¿Cómo es que dentro de tal delgadez cabe escondida tanta fuerza?>>.
<<La piel es gruesa>>, recordó ella teniendo en mente el puñal que mataba a los cerdos en la casa de su padre. Un cuchillo pequeño, filoso; era imposible para una niña así de joven imaginar que algo de apariencia tan bella e inofensiva, podía ser tan letal... la piel de los animales frente al arma era como tela, no, más bien, como papel, colorido papel de volantín rajado en tiras*. <<No chilla tanto como el chancho*>>, un cerdo en su memoria, a sabiendas de su agonía gritaba despavorido; la tierra se levantaba ante el ajetreo de sus patas... De haber sido manos se les habrían metido piedras entre la carne rota de los dedos, porque seguro las uñas se le quebrarían en el forcejeo, dejando a la piel más sensible como nunca al descubierto; las uñas trizadas se le clavarían su vez en las palmas mientras intentan aferrarse al suelo... Pero no eran manos, eran patas, ¡cómo gritaba el cerdo sacrificado! La muerte le sobrevino en un instante... que fueron también varios años.
La mano solo al principio le había temblado, luego, de un momento a otro, la fuerza de la libertad le colmó, le dio fuerzas. El muerto tenía razón, la sangre le daba color a su vida opaca.
Asunción yacía aún en el piso, vagando entre la consciencia y la inconsciencia sin poder alcanzar el cuchillo bajo la mesa... le habría gustado agarrarlo, le habría gustado escuchar el suspiro de su esposo ahogado en la sangre de su propio vientre.
―¿Será que ha pasado ya media hora? ―preguntó Lucas, sin moverse.
Agustín no respondió, difícil era saber si porque realmente dormía o porque no quisiese hablar para molestar, para quedarse allí un rato más.
―¿Estás durmiendo?
No se escuchó respuesta. A lo lejos, el llanto de un niño pequeño, y el murmullo de los vecinos, nada más.
―¿De verdad? ―Lucas parecía decepcionado.
―Generalmente, cuando alguien no responde a preguntas de esa naturaleza, es precisamente porque está durmiendo, estimado ―replicó algo brusco, quizás porque efectivamente sí había conseguido dormir, a diferencia de Lucas.
―Oh, ¿hace un tiempo atrás no me trataba un poco mejor? ¿A qué se debe tanta violencia, o mejor dicho, confianza? Debe estar usted sintiéndose mucho mejor ―mientras fingía seriedad, puso su cabeza cerca de la nuca del otro.
―¿Confianza en ti o en mí frente a ti?
―Usted sabrá ―contestó aún con su falsa formalidad.
―¿Qué hago si te enojas conmigo? ¿A dónde voy?
―Tienes muchos lugares a los cuales ir ―su tono de repente dejó de ser fingido.
―No, no los tengo...
González se acercó un poco más, la piel de las orejas de Agustín le era ahora invisible. Sus ojos estaban cubiertos por largo cabello suave y despeinado. El olor natural del mismo le pareció agradable, a pesar de no serle totalmente familiar.
―Estoy seguro de que Fernanda estará feliz de recibirte... y que David se enojará al saber que estás acá.
―No quiero ir para allá, no quiero estar con ellos... ―la mirada turbada reflejaba lágrimas que no iba a dejar caer―. Igual, te equivocas, a David no le molestará que yo esté aquí. Perdón si te trató mal al principio, se preocupa demasiado y casi nunca dice lo que piensa.
―¡¿Al principio?! Hablé con él hoy día, y créeme que no parecía muy feliz. Tampoco es que quiera ser su amigo, pero por último llevarnos bien no estaría mal, yo sé que es importante para ti ―recordó el desagrado en el rostro del joven al verlo esa misma tarde, y se preguntó cómo hacía Agustín para caerle bien a tanta gente de forma natural. Le pareció un talento.
―Bueno, alguien se tendrá que preparar para una entretenida conversación la próxima vez que nos veamos ―se volteó y sonrió.
Los ojos de Lucas posados en los de Agustín; la mano derecha de Lucas en sus labios, la mano izquierda oculta bajo el costado, las manos de Agustín despejando la camisa de Lucas sin dejar de observarlo.
―Son suaves... ―comentó el menor sintiendo tibio el tacto en la yema de sus dedos, recordó sin querer, espuma en agua tibia.
Agustín ignoró el comentario, siguió concentrado en lo que estaba haciendo. Las pecas encendidas desmentían la confianza que irradiaba la intensidad de su mirada.
―¿Puedo después entregarte algo que escribí para ti? ―dijo con un toque de timidez, a centímetros de la boca de Ramírez.
Un "Sí" casi imperceptible antes del beso se convirtió en una tenue electricidad que recorrió en segundos su cuerpo entero.
La mesa tiene un bello mantel rojo, las velas en el centro le otorgan cierta intimidad. Uno se ve feliz, el otro, aliviado, pero triste, sus ojeras parecen permanentes, y la cicatriz en su mano derecha cuenta un accidente leve del que no quiere hablar. La pesada lámpara en el techo provoca reticencia en la activa imaginación de uno, atracción en el otro. En el mar de gente nadie los ve, solo ellos se entienden. No hay que hablar, porque están en la pieza en Santiago juntos, felices, sin sentirse mal, porque uno está bien, y el otro también, no hay paredes, no hay nada, y el tren ya se escucha pasar, el telegrama se acaba de enviar, solo queda esperar a que lo reciban en las dos casas.
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Chancho: Cerdo.
Volantín: Forma de referir en Chile a las cometas de papel.
Perdón por lo corto del capítulo y la hora:( Muchas gracias por leer <3

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Nosotros [COMPLETA]
RomanceLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...