(Corregida)
Ella llegó para cambiar muchas cosas, en especial su vida. Él nunca pensó que una mujer como ella lo haría sentir así, y ellos jamás imaginaron que terminarían juntos.
La historia puede cambiar, algunos serán felices, otros no tanto.
❝Intento ser feliz, porque hoy estamos aquí, pero mañana, quien sabe❞
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Más malas noticias
Los días pasaron, Emmily trataba de pensar en otra cosa y, cuando Regulus no estaba en casa, solía pasarse las tardes en la cocina, preparando pociones o mejorando algunas, incluso, empezó a ver como podría crear algunas para enfermedades mágicas.
Cuando llegó el primero de septiembre, Regulus había hablado con Emmily, respecto a que regresara al colegio, pero la castaña se negó, diciéndole lo mismo que le había dicho a sus suegros. Sabiendo que no cambiaría de opinión, Regulus decidió dejar de lado el tema del colegio.
Aquella tarde que llegó de una misión que le había dejado el señor tenebroso, se encontró con Emmily en la cocina preparando, lo que parecía ser galletas.
—¿De verdad sabes cocinar? —preguntó el pelinegro, parándose detrás de ella y viendo todo lo que estaba ocupando su novia.
—No como me gustaría, pero por lo menos las galletas si me salen ricas —metió una bandeja en el horno para después girarse y poder besarlo. Regulus la abrazo por la cintura, atrayéndola más a él y profundizando el beso.
Desde que el Señor Tenebroso había comenzado a darle más oportunidades de destacar a Regulus, no habían podido tener tiempo de estar juntos, es por eso que cada que tenían esa oportunidad de estar juntos lo aprovechaban.
—Sabes, ya quiero probar esas galletas —dijo Regulus al separarse, observándola a los ojos.
—Sólo espera un momento y podrás calificar que tan bien las preparo —pasó su mano por el rostro de su novio, llenándolo de harina.
—¡Oye! —se quejó Regulus, y se inclinó para tomar un poco de la harina que había sobre la barra e hizo lo mismo en el rostro de Emmily.
En menos de un minuto, ambos mantenían una pelea de harina, llenando casi toda la cocina de este material, así como sus ropas y cabellos, los cuales ya estaban blancos. Entre risas, la castaña corría alrededor de la mesa tratando de alejarse del pelinegro, quien fue más rápido y la abrazo por detrás evitando que siguiera corriendo.
Walburga se detuvo en la entrada de la cocina, observando cómo todo estaba blanco y su hijo y nuera estaban igual que su cocina.
—¿Qué fue lo que pasó aquí? —preguntó, atrayendo la atención de los jóvenes, quienes se habían soltado y dejando de reír.
