Capitulo 12

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Gretta observa con anhelo a Chris quien le da una sonrisa cortés lo que solo hace que Gretta sonría con fuerza y se marche como la mujer más feliz.
Sí, tener un hombre como Christopher ha de enloquecer a cualquiera, el hombre atrae mujeres como moscas, como desagradables moscas.
Zabdiel siempre ha sido atractivo, pero es un atractivo clásico, alguien que tiene buena apariencia, pero Chris tiene magnetismo y, más que atractivo, es hermoso, si es que a los hombres se les puede llamar hermosos.
—Muy bien, señorito Vélez, ya estoy aquí. Podemos comenzar a conversar —la dictadora me ve—, claro, en un lugar más privado.
Me siento ligeramente ofendida, sí, soy una chismosa, pero no hay necesidad de lanzar la indirecta. Me encojo de hombros y comienzo a girarme y caminar.
—Espera, muñeca.
Con una sonrisa me detengo y, controlando dicho gesto, me doy la vuelta encontrándome con Chris frente a mí, que a su vez me recibe con una sonrisa ladeada.
—Sabes que no dejaré de enviarte mensajes, ¿verdad?
Lo observo incrédula, porque de hecho pensé que el siguiente paso a seguir, era fingir que las fotos nunca ocurrieron.
—¿Qué te hace pensar que yo seguiré enviándote fotos de mí? —cuestiono cruzándome de brazos, haciendo que la camisa se ajuste a mi pecho y Chris vea muy fijamente el lugar. Sí, hace bastante calor.
—No sé si tú lo harás, pero yo sí, ¿sabes que haré? —se acerca y se inclina hacia mí, sus ojos nunca dejan debobservarme—. Llamarte, voy a llamarte cada noche tras cada foto enviada, porque se me antoja que tu voz es una delicia de escuchar y que me gusta ver esos labios tuyos moverse mientras hablan.
¡Oh, bueno!, este chico es de las ligas mayores, casi puedo pensar que me dará taquicardia ante sus palabras, si alguien tiene una voz deliciosa aquí, ese es él.
—Tú sí que tienes una voz caliente —me escucho decir, y él ríe suavemente.
—Bueno, debo atender mis obligaciones. Que el resto de tu día sea de maravillas, muñeca.
—Igual para ti, Chris.
—Créeme, lo será —me guiña un ojo y camina hasta donde se encuentra su hermano.
Y sí, él también tiene un buen trasero. ¿Pero eso era de esperarse, no?
[...]
Apenas llego al jardín de mi casa lo que más deseo es darme un baño, sigo sudorosa de la clase de baile. Pero las ganas de bañarme se van en cuando noto que en la calle está aparcado el auto de Zabdiel.

No pienso huir, así que, haciendo uso de mi bien llamada dignidad, me dirijo a mi hogar.
Lo único que detesto de mi hogar, es ese olor dulzón y fuerte que caracteriza a algunas rusas. Verán, mi madre es el prototipo de una rusa de pura sangre, y entre ella y Kattia hacen que mi hogar sea
una mezcla de perfumes dulces y fuertes que acabaría por marear a cualquier extraño que no esté acostumbrado.
Mamá dice que es un olor agradable, que es bueno siempre oler a maravillas, pero créanme, esos perfumes no huelen a maravillas, es como una droga que marea.
¿Otra cosa ridícula de estar en casa? Que no importa qué hora sea, no importa si es temprano o tarde, siempre encontrarás a mamá y a Kattia arregladas como si fueran a una fiesta de noche.
Maquilladas, con ropa genial y montadas en unas trampas mortales que ellas llaman zapatos con clase.
Así, algunas rusas son extravagantes en ese sentido, papá ama llegar a casa y encontrar a mi mamá como si ella fuera una estrella, pero para mí es cansón, ya que parezco la criada cuando solo ando
en pijama.
Mi madre lo ha intentado, de verdad lo ha hecho. Ha intentado pegarme esas costumbres femeninas rusas, pero que pereza maquillarse a toda hora, andar en tacones todos los malditos momentos y usar uñas postizas que se asemejan a unas garras.
Y estoy muy segura que si yo intentara usar ese perfume dulzón, acabaría muerta por intoxicación.
Así que Anastasia, mi madre, casi se ha dado por vencida, intuyo que dentro de poco comenzará a aceptar que su única hija es más inglesa y nada rusa.
En cuanto cierro la puerta de la casa, el olor dulzón golpea mi nariz, la arrugo un poco, pero ya estoy adaptada al olor, es decir, han sido casi veinte años para acostumbrarme.
Aprieto mis labios porque en el sofá Zabdiel y Kattia están muy juntos, y, por supuesto, que ella está arreglada como si se dirigiera a una pasarela. No sé qué es lo que murmuran, pero es insólito ver
cómo la mano de mi prima rusa se presiona continuamente sobre la
entrepierna de mi exnovio.
—Bueno, es lindo ver como Kattia está a instantes de masturbarte en el sofá de mi casa, Zabdiel, de verdad que sí —digo y ambos se sobresaltan.

El rostro de Zabdiel se sonroja de una manera impresionante mientras se pone de pie y juega con sus manos.
Zabdiel es rubio, alto y de ojos café. Es el estereotipo de la belleza de un chico dulce, claro que lo dulce se le fue al
ponerme los cuernos.
Es increíblemente consentido por sus padres, algo que siempre ignoré, porque, después de todo, mi relación era con él y no con sus progenitores, aunque su mamá era un enorme dolor de culo para mí, la toleraba por él.
Al menos siento un gran alivio al saber que no me toparé nuevamente con la madre de Zabdiel.
—Tn, verás, necesitamos hablar...
—¿De verdad, Zabdiel? —pregunto—. Porque te diré que te vi muy entretenido con Kattia y que no tengo nada que hablar contigo. Sé lo que vi y estoy muy bien con la ruptura, tú sigue tu camino y yo sigo
el mío.
—Prima, tu deber escucharlo él, porque... —mi mirada interrumpe el mal inglés de Kattia.
Suspiro y paso una mano por mi frente sudorosa, lo cual es un completo asco.
—Mira, Zabdiel, ciertamente estoy feliz de no estar cortando mis venas por descubrir que has estado follando a mi prima. No volveré con alguien que tuvo su boca en la vagina de mi prima, tampoco con alguien que tiene un pene tan minúsculo y pequeño como tú. Mucho menos con alguien que no sabía cómo manosear mis senos, no gracias.
Zabdiel abre la boca y la cierra continuamente, mientras Kattia solo me observa y niega con su cabeza. No los soporto, quiero acuchillarlos a los dos, pero no quiero ir a la cárcel por lo que sonrío mientras escucho el repiqueteo de unos tacones que me indican que mi madre se acerca.
—¿Sucede algo? —pregunta y quiero golpear a Zabdiel por sonrojarse.

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