El que ruge y el que tiembla

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El sol había bajado, el crepúsculo asomaba desde las grandes dunas a la deriva de ese desierto.

Los reclamos se filtraban desde el exterior oyéndose dentro de los pasillos y habitaciones que había en la estructura de lo que se trataba el coliseo. Bakugou, quien estaba tomando asiento en una larga banca del sitio donde se suponía tenían en espera a los contendientes era el único que permanecía en ese estado, mientras que frente a él una mujer se agachaba para estar a su nivel y con un par de dedos en tinta naranja cruzaba alrededor de sus mejillas y encima de su frente para poner las características marcas de guerrero barbárico en el oasis.

—¿No estamos insultando a las diosas con esto? —Exclamó una persona a unos metros alejados vigilando al calmo rubio sentado.

—Quien sabe —respondió Shinya con la típica calma de su voz cruzado de brazos alarmando a sus compañeros— pero es la primera vez que cruzamos con algo como esto, evitar lo desconocido como miedo no es algo propio de Naboto.

—Con que un lobo... —susurró aun sorprendido de ello. —Vienes de muy lejos, ¿no? ¿Quién te envío aquí?

Bakugou abrió sus ojos ante la pregunta dirigiendo de reojo hacia ese par de personas que susurraban sin pena.

—Nadie me envió a esta mierda, estoy por voluntad propia —carraspeó de inmediato.

—Pero no tiene sentido llevar esto, no está contaminado para ponerlo frente al renegado y que culmine su castigo.

—A la mayoría parece no interesarle ese detalle, realmente quieren que esta interrupción al ritual termine y el osado por fin caiga —musitó Shinya escuchando los aclamos de las gradas del coliseo que llegaban hasta ahí. —Definieron que el propio destino los apoya otorgando un forajido consciente de terminar con ese cometido.

El entrecejo de Katsuki arrugó un poco al escuchar aquello, por otro lado la mujer frente a él se reincorporó al haber terminado y cedió el paso hacia el otro par de sujetos.

—¿Tienes un arma? Si no es el caso puedes llevar alguna para que tu desafío se torne justo —remarcó Kamihara dirigiendo su vista de reojo a la variedad de armas que estaban colgadas en uno de los muros.

—¿Te parece buena idea? El material para crearlas ha sido muy escaso de encontrar —prosiguió la mujer desorientada de ello. Katsuki se puso de pie de inmediato aproximando hacia la pared adornada en artillería observando meticulosamente cada arma.

—Lo mejor es que no se llegue a infectar, sería mucho problema que alguien como él se corrompa —condujo el de cabello gris inspeccionando desde la espalda a Katsuki, ya que juzgando a simple vista no se trataba de algo de poder promedio con el solo hecho de haber logrado atraer esos tres noumus por sí mismo, una tarea que a los guerreros de Naboto les tomaba con siete personas.

Los escarlatas en el lobo condensaron fijamente a una espada larga que tenía un diseño que le recordaba a lo que alguna vez había utilizado Deku en su vida anterior, así que sujetó de la base para quitarla del concreto y sujetarla firmemente.

No era algo que familiarizaba usar, pero era necesario.

—Entonces andando —prosiguió el guerrero haciendo señal a Bakugou para guiarle a la explanada de la arena.

Mientras tanto desde las gradas del coliseo estaba el sitio tan demandado como cada 21 días con el ritual, inclusive más emocionados de ese anuncio repentino que los habitantes de Naboto accedieron bajo las extrañas peticiones del lobo, las cuales no fueron difíciles de insistir bajo sus amenazas tiranas.

Mahoro se encontraba en los asientos del frente con su padre a un lado, estaba encogida de hombros mirando nerviosa la arena de batalla a pesar de que todavía estaba vacía.

Clan de Lobos [BkDk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora