CAPÍTULO 1

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SILVER GONZÁLEZ, «A»Lunes, 6 de septiembre de 2021

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SILVER GONZÁLEZ, «A»
Lunes, 6 de septiembre de 2021

Me senté a la mesa aquella mañana, consciente de haber sobrepasado mis 1500 kilocalorías diarias en el atracón de la noche anterior. No desayunaría. Lo había decidido desde que mi alarma sonó, a eso de las 6:20 a.m., pero tenía que sentarme a la mesa de todas formas. El desayuno era sagrado en la casa de los González, de hecho, era la única comida que respetamos y el único momento del día que compartían juntos.

Los González éramos una familia peculiar.

Cristóbal, nuestro padre, era el alcalde de Villa Padua y candidato a presidente en las próximas elecciones, dueño de una cadena de concesionarios y propietario del 75% de la cuidad. Paola, nuestra madre, era la fundadora de la popular revista de moda «Gurls».

Nosotros tres, sus hijos, éramos una fascinante y talentosa mezcla étnica de tres adopciones alrededor del mundo. Hugo, adoptado en la India, era un deportista de alto rendimiento. Yong, adoptado en Corea del Sur, era el autor Best Seller más joven del mundo. Y yo, adoptada en Rusia, poseía una barbaridad de coeficiente intelectual de 199.

—Repasemos el itinerario de hoy. —Cristóbal limpió los restos de pan tostado de su boca con una servilleta—. Silver —pronunció mi nombre con la misma precisión que un Capitán llamaría a un soldado—, hoy tienes que verte con los Mateatletas. —Levantó la mirada y enfocó al moreno a mi derecha—. Hugo, práctica de polo acuático a las cuatro de la tarde. —Giró la cabeza—. Yong, necesito que te enfoques en escribir. La editorial se está impacientando.

—Cristóbal —mencionó mamá, no había dejado de mirar su teléfono en todo el desayuno—, se nos está haciendo tarde para la entrevista.

—Un momento, Paola.

Levanté los ojos de mi plato intacto y los fijé en Yong, quien hacía el esfuerzo por no poner los ojos en blanco mientras Cristóbal le explicaba la importancia que tenía el tercer libro de su trilogía y el peso que llevaba sobre sus hombros.

Los miré con recelo.

Aunque intentaba convencerme de que yo era tan apreciada como mis hermanos varones, era consciente de que Yong era el hijo favorito de Cristóbal y que Hugo siempre sería el bebé de Paola. Lo reconocía en silencio y algunas noches la idea de no ser la preferida de nadie me quitaba el sueño, pero por mucho que lo intentara yo no tenía nada con lo que competir con ellos dos. Hugo había traído una docena de trofeos a casa y Yong era un escritor popular, yo solo tenía una inteligencia poco común y unas notas perfectas.

Enderecé la espalda y sonreí, jamás demostraría inseguridad, mucho menos frente a papá.

—Nos vemos esta noche —comunicó Cristóbal, ofreciéndole el brazo a su esposa. Paola hizo una selfie de los dos y ambos salieron por la puerta del comedor.

Respiré con alivio cuando escuché la puerta principal y no fui la única. Mis hermanos también parecieron menos tensos al saber que por fin, él nos había dejado solos. Yong escupió en el plato el bocado que había retenido en la boca y se alborotó la melena negra engominada. Hugo desabotonó el último botón de su camisa y chasqueó la lengua.

P de PERDEDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora