CAPÍTULO 5

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SILVER
Miércoles, 8 de septiembre

Cristóbal finalizó la llamada y golpeó la mesa con el puño, llamando la atención de todos. Estaba molesto; en realidad, el humor en casa no había sido bueno desde el inicio de curso. Que hubiera un asesino en la cuidad atacando a los estudiantes de Padua no era el mejor escenario para las elecciones y papá estaba fuera de sí, buscando estrategias para ganar.

Nadie tuvo el valor de proferir palabra, cuando Cristóbal estaba enfadado lo mejor era callar. Él tenía una enfermiza tendencia a descargar su ira en los demás. Yong bajó la mirada a su plato y Hugo, a mi lado, se mordió el labio inferior. Paola apartó los ojos de su teléfono móvil y lo colocó en la mesa mientas yo me obligaba a tragar, a sabiendas de que terminaría vomitándolo todo, me había pasado de las 1500 kilocalorías diarias.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Paola.

—El funeral de Maya Martínez será en la misa de este domingo —comentó, escaneándonos con sus inquisitivos ojos hasta que su mirada se posó sobre su esposa—. Dos asesinatos en el primer día del curso, esto es inaudito.

Paola pinchó un trozo de carne y se lo llevo a la boca, demostrando lo poco que le importaba. De hecho, a ella solo le interesaba su revista de moda, su ropa y su maquillaje. Entre sus planes no figuraba ser una madre, solo ser la glamurosa esposa del futuro presidente.

—Escuché que todo está relacionado a una cuenta de PaduaApp, «P de Perdedor» si no recuerdo mal. —Lanzó una honda exhalación, apoyó los codos en la mesa y se volvió a Yong—. ¿Ustedes saben algo sobre eso?

—Todos conocen «P de Perdedor», es popular en el Instituto, pero no sabemos nada.

Hugo me agarró la mano por debajo de la mesa.

—Y tampoco creo que los asesinatos tengan que ver con eso —añadió, llevándose un trozo de papa cocida a la boca—. Ahí solo se publica una lista de chicos marginados, son los estudiantes los que forman todo el alboroto.

Cristóbal enarcó ambas cejas.

—De todas formas, quiero que ustedes tres tengan los ojos bien abiertos...

Mi teléfono vibró dentro del bolsillo de mi pantalón.

—Las elecciones están cerca y las cosas en Villa Padua se están complicando —continuó papá—. Paola y yo hemos pensado en una manera de ganarnos los electores.

Tragué sin masticar, metiéndome la comida a empujones en la boca en tanto otra notificación hacía que mi pierna vibrara. Suspiré, haciendo acopio de autocontrol para no agarrar el móvil.

Los mensajes de Milo.08 no habían parado desde la noche de la fiesta. Algunas veces enviaba un simple «Hola ;)» y otras un escalofriante «¿quién será el siguiente?». Me había prometido a mí misma no responderle, pero era imposible conciliar el sueño sabiendo que alguien ahí fuera sabía nuestro secreto y tenía la disposición de exponernos.

Quien quiera que fuera el asesino de Maya y Milo, su objetivo eran los González.

Yong se aclaró la garganta con reticencia, devolviéndome a la realidad.

—La primera vez su padre usó la adopción de ustedes tres para ganarse la estima de los ciudadanos —explicó Paola con los ojos puestos en Hugo—. Hemos pensado que repetir el proceso ayudará a que la campaña de la familia González gane.

—¿Adoptar niños? —preguntó el pelinegro, ceñudo.

—Niños no, desde luego. Financiaremos unas cuantas becas y acogeremos a una huérfana.

P de PERDEDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora