CAPÍTULO 28

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Doble Actualización 2/2

SILVERViernes, 8 de octubre de 2021

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SILVER
Viernes, 8 de octubre de 2021

Esperé hasta que ambos salieron del piso y salí de mi escondite. Mi cabeza estaba hecha un verdadero lío y tenía demasiado trabajo que hacer para permitirme un aperitivo. La declaración de impuesto me tomaría unas horas y necesitaba ganar tiempo, pues mi padre quería que almorzáramos con él y en la noche debía regresar al pueblo.

La llamada de Ciel había sido enigmática y su rara disposición de ayudarnos conjugada con esa lealtad inquebrantable hacia Nelson me había dejado con un mal presentimiento.

Hice los últimos cálculos para verificar mis números y cerré la carpeta. Me estiré un poco y tomé mi teléfono para informarle a Cristóbal que había terminado la declaración. Obtuve un seco «Perfecto» en respuesta y a continuación: «Ven a almorzar a la laguna». Puse los ojos en blanco al leerlo, lo que menos deseaba era sentarme a la mesa y fingir que estaba feliz.

La enorme laguna de Atalanta tenía en su centro una pequeña isla donde se había construido un bohío para los González y se comunicaba con la orilla por un largo corredor de madera parecido a un muelle. La mesa estaba en el centro y los empleados servían la comida.

—¡Aquí está mi hija! —ensalzó Cristóbal y fue a mi encuentro antes de que llegara al bohío. Pasó uno de sus brazos por encima de mis hombros y me abrazó. Lo miré extrañada (el nunca actuaba así), a lo que él agregó—: Sonríe, niña, hay periodistas por todas partes.

Entendí entonces su derroche de amabilidad. Levanté la cabeza y los vi, estaban en el bohío y había uno justo en la puerta fotografiándonos. Humedecí mis labios e hice mi mejor esfuerzo.

—¿Qué has descubierto sobre los asesinatos? —inquirió con los dientes apretados y sin borrar la sonrisa. Noté cómo su mano en mi hombro se tensaba y aplicaba más fuerza—. Silver, se están acercando demasiado a los González y no podemos permitirnos eso.

—Estoy haciendo todo lo que puedo. —Reprimí un alarido de dolor cuando, fingiendo que pellizcaba cariñosamente mi mejilla, enterró sus recortadas uñas en mi piel.

—No es suficiente. —Cristóbal nos detuvo y me giró, de forma que quedé frente a él. Dejó las manos en mis hombros—. ¿Acaso esto tiene que ver con esa chica Correoso?

Reparé en cómo mis fuerzas se drenaban de mi cuerpo mientras su agarre se afianzaba. Mis piernas comenzaron a temblar y un sudor frío cubrió mi frente. Mis latidos se aceleraron.

Cristóbal resopló y yo tomé fuerzas para abrir la boca una vez más.

—Papá...

—No me llames «papá», nadie nos está escuchando. —Volvió la cabeza hacia uno de los periodistas y le sonrió mientras otro flash nos iluminaba—. Te he dicho que sonrías.

P de PERDEDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora