CAPÍTULO 25

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SILVER
Madrugada del miércoles, 6 de octubre de 2021

No podía ser nadie más, tenía que ser él. Tenía que ser el asesino.

Y aunque mis pensamientos gritaron «enfréntalo», mi cuerpo se resistió con fuerzas. Mis pies quedaron clavados a la alfombra y mis funciones motoras se congelaron mientras repasaba la habitación en busca de un lugar donde ocultarme, porque esa era la única forma de salvarme. A metros de mí estaba alguien que había matado a tres personas sin dejar una sola pista, que estaba manipulando y extorsionando a medio Padua y que no dudaría en acabar conmigo.

Esconderme era lo más inteligente.

Ajusté las correas de mi mochila, pegándola a mi espalda, y crucé el dormitorio hasta la ventana que daba a la fachada de la casa. La abrí con cuidado de no hacer ruido.

Los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos y sus pasos, precisos y atronadores, hicieron eco en el silencio de los pasillos vacíos, anunciando que solo tenía segundos antes de que él cruzara el umbral y me atrapara allí. Respiré hondo y salí por el angosto espacio de la ventana al alero del tercer piso. La cerré justo a tiempo para ver el picaporte girar.

Me orillé, pegué la espalda a la madera de la fachada y me cubrí la boca con una mano.

Escuché el traqueo metálico de la cerradura y entonces alguien entró.

Contuve la respiración. No estaba nerviosa, tampoco sentía temor. Lo que estremecía mi cuerpo era la incertidumbre de no saber quien estaba allí. Intenté disipar las ganas de asomarme y terminar con aquel circo de una vez por todas. No aguantaba la agonía del no saber, pero mis ganas de vivir y mantener a los míos a salvo fue aún más fuerte que mi curiosidad. La apuesta era demasiado grande para perimirme ser imprudente.

Convencida estuve que no debía mirar, hasta que escuché, al cabo de unos largos segundos, la melodía del inicio de sección de Windows y cada musculo de mi cuerpo se tensó. No podía creerlo, ¿qué posibilidades había de que el criminal hubiera ido a por lo mismo que yo?

Lo pensé un breve instante.

Nelson Martínez era una criatura bizarra y corrompida, con gustos exóticos que podían llevarlo directo a prisión, y el disco duro que tenía conmigo era la prueba fehaciente de su más oscuro pecado. Nadie sabía lo que cargaba aquel portátil. El rubio era un fiel creyente de que la mejor manera de esconder algo es no hacerlo y su método le era eficiente.

No obstante, la interrogante no se detuvo: ¿quién podía saberlo aparte de mí?

El asesino sabía quiénes estaban detrás de «P de Perdedor» y dónde yo ocultaba el teléfono duplicado, que PaduaApp había sido creada por mí y cuál de mis hermanos era mi favorito, sabía donde presionar y con qué fuerza; conocía los secretos de todos y las debilidades de los que ya habían muerto en sus manos. Descubrir lo de Nelson no era un desafío.

Me mordí el labio inferior y aferré mis dedos al borde de madera de la fachada.

Escuché un resoplido y luego un estruendo. No necesité asomarme para saber que estaba destrozando la habitación. Aquello hizo realidad mi teoría: había venido por el disco duro.

Tomé una gran bocanada de aire y me acerqué al borde de la ventana. No pude ver más que la silueta de una persona encapuchada, vestida de negro y con guantes del mismo color. Por mucho que me esforcé en encontrar algo conocido en él, lo único que logré ver fue el escudo de nuestro instituto en la parte trasera de su sudadera. Lamentablemente todos en Padua tenían sudaderas así. Lo observé con atención y entonces reparé en sus zapatos: zapatillas de deporte rojo vino iguales a las que usaban el equipo de baloncesto, los Búfalos de Padua.

P de PERDEDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora