CAPÍTULO 4

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SILVER
Lunes, 6 de septiembre

En aquel beso no hubo nada delicado o romántico.

—Yong... —musité, separándome un poco y recobrando el curso normal de mi respiración—, esto no está bien. —Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no volverlo a besar.

—¿Quién dijo que lo estuviera? —cuestionó pegando su frente a la mía.

—Hugo llegará en cualquier momento.

—No, no lo hará; está en la práctica de los Búfalos.

Su pecho bajaba y subía en cada respiración.

Él acunó mi barbilla entre sus manos y me acercó una vez más, depositando diminutos besos en mis mejillas, nariz, parpados y labios; y  por aquel instante fue como si el tiempo se hubiera detenido y solo existiéramos nosotros dos. Quedamos sudorosos en las penumbras de su habitación a media luz, expuestos al peligro de ser descubiertos y con todos los sentidos preparados para atacar si la puerta se abría.

Alcanzó el picaporte y hundió el pulgar en el seguro.

—Confía en mí —musitó, tendiéndome la mano—. No vendrá.

Aquella sonrisa ladina y pícara apareció en sus labios, seguida del sonido rasposo de su voz.

—Vale —acepté, tomando sus manos.

Yong se despojó de la chaqueta y luego de la camisa, me cargó y me llevó a la cama. Me acomodó al borde del colchón y me quitó los tacones. Admiré sus gruesas pestañas rozar sus pómulos y luego cómo la sonrisa se abría paso por sus labios.

Él era así; el tipo de chico que te desvestirá sin faltar a la delicadeza y que, luego de darte un momento inolvidable, peinará tu cabello o te preparará el desayuno. Así de encantador y destructivo.

—Si continuas mirándome de esa forma no podré aguantarme. —No borró la sonrisa de su rostro y se levantó, acomodándose entre mis muslos.

—No te aguantes entonces.

—No lo haré, plateada.

Escucharlo llamarme así desataba una marea furiosa de emociones.

Colocó sus manos a los laterales de mi cabeza y se dejó caer sobre mí, cortando la distancia que nos separaba. Me besó y mientras devoraba mis labios la opresión en mi vientre crecía y me volvía más vulnerable, hasta que solo pude desea una cosa.

Yong se separó, solo un poco, y esbozó una sonrisita.

—Silver, quiero...

—¡Yong, es Hugo! —La voz, ronca y apresurada, del moreno hizo eco en la habitación desde el pasillo, seguida de los incesantes toques en la puerta—. Ábreme, está cerrado.

Me helé de la cabeza a los pies, paralizada por escucharlo. Yong, en cambio, parecía en medio de un debate filosófico consigo mismo. Lanzó una larga y molesta exhalación y golpeó, enfurecido, el colchón a mis laterales. Me incorporé, sintiendo como la gélida corriente de desesperación se esparcía por mi columna vertebral.

Yong resopló.

—Estoy por creer que Hugo ha instalado una cámara en mi habitación —comentó con hastió—. No puede ser posible que aparezca en los momentos menos oportunos.

A pasar de lo preocupada que estaba, el siempre permanecía imperturbable, como si nada le pudiera quitar la tranquilidad.

—¡Yong! —gritó Hugo— Sé que estás ahí, ábreme la puerta de una puta vez —bramó, dando fuertes golpes contra la madera. Su voz parecía viciada por el enfado.

P de PERDEDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora