CAPÍTULO 19

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MARATÓN 5/5

SILVERSábado, 2 de octubre

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SILVER
Sábado, 2 de octubre

—No es mi culpa que su hijo sea acosado... ¡Déjeme ir! —forcejeé con la puerta.

El taxista estacionó a la orilla de la carretera y se giró a mí. Me agarró por el hombro y me regresó de un tirón al asiento. Puede ver bien su rostro: un par de ojos que me resultaban familiares, unas ojeras violáceas y una piel de un banco grisáceo. Parecía cansado.

—Grita todo lo que quieras, nadie podrá escucharte aquí.

Tragué en seco, mas terminé atragantándome con mi propia saliva. Su mano seguía en mi hombro y no sabía qué hacer o cómo salir de aquella situación. ¿Qué me haría?

—¿Por qué está haciendo esto? —musité, haciendo un esfuerzo por mantener la calma.

—¡CÁLLATE! —gritó y enterró sus dedos en mi piel. Golpeé su mano y luché por soltarme, pero él arremetió mi cabeza contra el cristal de la puerta trasera—. Voy a tener que amarrarte si no te estás tranquila. Ella está por llegar.

—¿Ella? —pregunté, quedándome tranquila por un momento.

—Sí. —Comprobó la hora en su reloj de pulsera—. Quien pagó por ti vendrá a recogerte.

—¿Está haciendo esto por dinero? —inquirí, intentando apelar a su conciencia.

Me sonrió.

—Odio tanto a los González que lo hubiera hecho gratis.

—Nosotros no te hemos hecho nada. No es nuestra culpa..., no es mi culpa.

—¡HE DICHO QUE TE CALLES!

Me callé.

Escuché un estruendo y luego unos golpes contra el cristal. Logré ver una silueta difusa a través de los cristales oscuros. Era mi final, alguien había venido a por mí. Me helé de pies a cabeza y me abracé a mí misma, temerosa.

No podía morir así, no de esa manera tan insignificante.

El taxista, antes altivo y arrogante, frunció el ceño y sus ojos, embargados de estupor, viajaron a la ventana. Un genuino temor se dibujó en su avejentado rostro y supe que algo no estaba bien cuando se volteó y retiró el seguro de las puertas.

—¡Silver! —Escuché el grito desde afuera, seguido de los incesantes golpes en el cristal.

Yong y Hugo.

—¿A que no te esperabas eso? —Lo encaré, sintiéndome poderosa al ver a mis hermanos.

—Este es solo el principio, mocosa. —Abrió la puerta desde dentro y me empujó a la carretera.

Caí de rodillas sobre el pavimento. Apoyé mis manos en el cálido asfalto, temblando sin control. El sonido amortiguado del rechinar de los neumáticos del taxi al alejarse no me sorprendió. Huiría como el cobarde que era.

P de PERDEDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora