CAPÍTULO 41

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Doble Actualización 1/2

YONGMadrugada del sábado, 23 de octubre de 2021

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YONG
Madrugada del sábado, 23 de octubre de 2021

Lo terrorífico de estar vivo no es el hecho de morirás, sino ir muriendo mientras aún estás vivo.

Yo estaba vivo, pero cada día algo en mí se marchitaba, se corrompía. Cada segundo que pasaba entre aquellas paredes me alejaba más de la persona que una vez quise ser y me parecía más a él: a Cristóbal.

«¿En qué punto deje de ser el introvertido, callado y triste Yong?»

«¿En qué momento comencé a pensar más en mí que en los demás?».

La vida nunca fue fácil para los hermanos González, pero fue aún peor al llegar a Villa Padua y descubrir que nunca tendríamos una familia real.

A mí me tocó enfrentar la verdad solo.

Quedé huérfano muy temprano, después que mis padres murieran de AH1N1. Los familiares cercanos no quisieron hacerse cargo de mí y fui enviado a Busan, con una tía abuela que en la menor oportunidad que tuvo me vendió al mercado de órganos. Por suerte, resulté ser inservible —asmático, alérgico y cardiópata— y fui abandonado en el parque de la Torre Namsan: deshidratado, hambriento y con un solo riñón.

A Cristóbal no le importó mi estado. Él solo necesitaba casos sociales, aves heridas que curar para demostrarle al mundo lo bondadoso y humano que era y ganar unas putas elecciones.

Tenía siete años cuando fui adoptado. Aún recuerdo lo aterrado que estaba por conocer a mi nueva familia y mi preocupación al no saber una sola palabra en español. Me esforcé por aprender al llegar, pero mis nuevos padres no tenían ningún interés en mí. Cristóbal sabía coreano y me hablaba lo necesario y Paola era una simple espectadora.

Era solo un niño en la inmensidad de una casa vacía, con una tutora gruñona y una madre que nunca abracé. Con siete años había cosas que no entendía: los hombres que visitaban a mi madre cuando papá iba a trabajar, los chillidos y los ruidos que escuchaba en las noches, la frialdad con la que era tratado, el desprecio con el que mi padre me mirada.

La soledad era densa y triste, pero mermó cuando una tarde encontré de casualidad la biblioteca de la casa y me llevé a mi habitación el primer libro que leí: Harry Potter y la Piedra Filosofal. Y mi mundo, antes triste y solitario, comenzó a tomar color.

Encontré un refugio, un único lugar en el que me sentía a gusto y seguro.

Leer me ofreció un universo de posibilidades infinitas. Entre páginas viví cientos de vidas —más interesantes y menos tristes que la mía—, estuve en reinos mágicos y caminé sobre Marte, deambulé hospitales embrujados y viajé a los confines del planeta. Lloré sin consuelo, reí hasta que mi abdomen dolió, suspiré, odié y amé.

P de PERDEDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora